Hace 205 años, en el Congreso de Tucumán, en una situación muy difícil para la patria, nos declaramos independientes de España y de toda otra dominación extranjera. Era el sueño principal de aquellos hombres y mujeres que vivían en esta tierra y el principal legado que dejaron para las generaciones venideras.
Pero romper totalmente con el yugo de potencias extranjeras, no era lo único a que apuntaban. Era también su aspiración poder construir un mejor país: una Argentina de progreso para sus habitantes (y para aquellos que quisieran venir a habitar su suelo, agregaron años después).
Así lo pensaba Manuel Belgrano, que proponía proteger las artesanías e industrias locales porque “La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación. Evitando así que los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria”.
Agregando que: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no sólo darles nueva forma, sino aun atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas.”
Mientras que el General San Martín, cuando gobernador de Cuyo, le agregaba este breve, pero enorme concepto social: “La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestros ejércitos”.
Sin embargo, dos siglos después de aquella epopeya, de esos hermosos sueños por los que nuestros próceres arriesgaron la libertad, sus bienes y hasta su vida, vemos nuestra nación retroceder y retroceder en medio de una angustia generalizada. Que se agrava con esta terrible pandemia, pero que viene de mucho más atrás.
Nuestra historia desde 1816 a la fecha ha sido siempre compleja y conflictiva, por nuestros problemas internos y la sistemática injerencia de imperios foráneos. Aun así, fuimos capaces de ir dibujando, de alguna manera, en el tiempo, con idas y vueltas, un camino de crecimiento y de avances sociales.
Pero de 1975 en adelante eso fue cambiando para mal. Aun con ciertos -y cortos- momentos favorables, venimos de hace más de cuatro décadas asistiendo a la decadencia del país; con afectación por sobre todo, producto de ello, de la vida de las mayorías populares. Lo que nos pone cada vez más lejos de aquellos sueños patriotas.
Desde el 2011 a la fecha nuestro PBI se ha estancado. Y ha retrocedido la producción por habitante a la que teníamos a principios de los noventa. La inversión productiva se derrumbó y es la mitad de la que necesitamos, mientras el ahorro nacional se ha retrotraído al de 1995. La pobreza es diez veces mayor a la que teníamos en los años setenta; la indigencia otro tanto. De tener pleno empleo, la gran mayoría en blanco, en los años ’80, pasamos a tener la mitad de la población en edad laboral que o trabaja informalmente o está desocupada; desde el 2008 que no se genera empleo en el sector privado. Nuestras exportaciones están por debajo de las de hace una década. La industria retrocede sostenidamente desde hace añares.
A todo ese drama podemos agregar el deterioro de la educación pública. Que junto a la recurrente crisis económica veda toda la movilidad social ascendente que supimos tener. Por el contrario, asistimos desde hace mucho tiempo al descenso sostenido en la clase media, cuyos hijos/as se van del país cuando pueden. Como así también de las familias trabajadoras, que se vuelven pobres aún con empleo.
Crecen y crecen los cordones de pobreza alrededor de las grandes ciudades y ahora también de las medianas. Aumenta allí el hacinamiento, la marginalidad, el delito y la inseguridad.
Esa es la Argentina que hoy tenemos. Que disgusto tendrían los patriotas de la independencia si la vieran.
Pero esta desgracia no vino sola ni cayó del cielo. Podemos hablar de la dictadura, de Menem y De la Rúa como gestores importantes de lo que hoy sucede. Cómo no. Pero desde el 2011 para acá gobernaron Cristina Kirchner, Mauricio Macri y, ahora, Alberto Fernández. En ese tiempo la decadencia y los problemas solo se agudizaron.
Como bien dijo Florencio Randazzo recientemente: “Por el camino de las dos fuerzas políticas que protagonizaron la Argentina en los últimos años, los resultados fueron los mismos: cada vez más desocupación, más pobreza y menos servicios públicos de calidad”. Entre otras desgracias agregaría yo.
Hay que refundar la patria y cumplir con el mandato que nos viene del fondo de la historia: dejarles a las generaciones venideras una nación mejor. Un país que pueda volver a crecer, con equidad, con trabajo, educación, justicia y movilidad social hacia arriba, no hacia abajo. Que les brinde futuro a las y los jóvenes, que los entusiasme y los afinque a esta tierra más que nunca.
Eso no lo van a hacer los que ya fracasaron y no hacen la menor autocrítica sincera, sino que continúan con lo mismo.