Este jueves llegó a los cines nacionales una coproducción entre Argentina y México, No quiero ser polvo. Un film entre lo mágico y fantástico de la mano del director mexicano Iván Löwenberg, protagonizada por su madre Bego Sainz. Una trama que luce tan natural como efectiva, con un inicio aletargado que va ganando dinámica.
No quiero ser polvo cuenta la historia de una mujer mayor que, frente a la indiferencia de marido e hijo, busca refugio en nuevas tendencias como el new age, el yoga y el ambiente esotérico. En concreto, se obsesiona con la perspectiva del apocalipsis, convencida por estos nuevos amigos que la llegada del fin del mundo está cerca. Algo que encuentra por igual desconcertante y atrayente, dándole sentido a su vida.
Desde el baúl del alma
Filmada en México durante la pandemia, el inusual film de Löwenberg está basado en los recuerdos familiares de su infancia. Por momentos, la película se torna incómoda y despierta en el espectador muchas incógnitas. Si bien es un proyecto de bajo presupuesto, el ingenio de Löwenberg se abre paso para decir mucho con poco texto.
El director logra que el personaje principal resulte conmovedor y atrayente. La composición del film invita a les espectadores a acompañar a esta mujer, un personaje solitario a quien la vida se le pasó de largo, en su aventura fantástica. Entre cristales de energía, velas, inciensos y libros de autoayuda, la protagonista acepta que el mundo se apagará por tres días. Como consecuencia, el planeta entrará a otra dimensión, a través de un cinturón de fotones, donde se perderán muchas vidas. Así, Bego entusiasmada se prepara a sí misma y a su familia para el apocalipsis.
La película tuvo su estreno internacional el mes pasado, ya recorrió espacios como la Competencia Internacional del Festival Internacional de Cine del Cairo. Todo indica un futuro prometedor y un recibimiento positivo en los próximos festivales de FICVIÑA Construye 2021, y Guadalajara Construye. Para su creación contó con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, INCAA y EFICINE-POSTPRODUCCIÓN.
Luz, cámara, acción
Los principales aciertos de este film son las actuaciones, las cuales son orquestadas por un elenco que goza de naturalidad. Bego Sainz interpreta muy bien su rol principal, esta mujer perdida entre aquello que le dijeron que acontecerá y el fin del mundo. A pesar de no contar con experiencia cinematográfica previa, la actriz muestra una solvencia admirable. Su personaje cobra vida ante un futuro poco revelador y con una perspectiva de una muerte inminente.
La cámara de Löwenberg es otro acierto, está blanqueada por el sol en su formato de caja, con el cielo como principal punto de enfoque. Es evidente que la filmación se dio en plena pandemia, lo cual le suma ambiente a la misma. Si bien no se puede negar que el punto más endeble es su guion, que resulta ligero y bastante simplón, de igual modo la película logra imágenes bellas y coloridas. Este factor es puramente mérito de la astucia que despliega su director, sobre todo al final de esta pieza conceptual de 85 minutos de duración.
Además de Bego, en el elenco hay tres actrices argentinas, Anahí Allué, Agustina Quinci y Romina Coccio. Estas profesionales trabajan con acierto ese clima denso que el director quiso transmitir, donde el espectador se siente como un vecino entrometido que espía todo el tiempo lo que le pasa a la protagonista. A medida que avanza la trama, se encuentran bastantes referencias a esa fiebre de finales de los 90 y principios del nuevo siglo que vaticinaba el fin del mundo. También Löwenberg reflexiona sobre las creencias y cómo influyen las fakes news en las personas. El final es algo abierto y sugestivo, algo que suma mayor misterio a la historia.
En resumen, No quiero ser polvo es una muy acertada propuesta para aquelles espectadores amantes del cine fantástico y alternativo. Aquelles se dejan atrapar por las historias originales, más que por los efectos especiales de grandes producciones. Puro cine de autor.