“Ni de aquí, ni de allá”. Esta expresión es utilizada por miembros de comunidades latinas para describir experiencias compartidas de inmigración y biculturalismo. Con su significado, la frase popular alude a una especie de desplazamiento geográfico e ideológico, un espacio liminal incierto e insatisfactorio entre culturas, naciones y pertenencia.
En “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades”, la nueva película del cineasta mexicano Alejandro G. Iñárritu complica este laberinto de identidades entrecruzadas con el concepto de bardo, un estado intermedio entre la muerte y el renacimiento observado en el budismo tibetano. El resultado es una experiencia cinematográfica conmovedora que entrelaza hilos de la historia mexicana con la odisea surrealista de un hombre a través de la vida, la muerte, el éxito y el dolor.
El director de Birdman, sigue los pasos de sus compañeros Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro y hace un trabajo íntimo, posiblemente ganador de premios, para el catálogo de Netflix. Si bien el film narra la historia ficticia que protagoniza Silverio Gama (Daniel Gimenez Cacho), un periodista y documentalista mexicano que pasó los últimos 15 años de su vida viviendo y trabajando en Los Ángeles, también es un trabajo autobiográfico.
Cuándo Gama es nombrado ganador de un prestigioso premio de periodismo estadounidense, el peso de ese reconocimiento, intensificado por un viaje familiar a su patria, México, envía al cineasta a una crisis existencial en espiral.
Emigrar es morir un poco
“Mi patria tiene muchas palmeras y el canto de los zorzales llena su aire; ningún pájaro aquí puede cantar tan bien como los pájaros cantan allá” escribió el poeta brasileño Antonio Gonçalves Dias durante su época de estudiante en Portugal. Sus palabras simples comunican el dolor ardiente que es la nostalgia: la convicción romántica de que ningún sentimiento se puede sentir tan profundamente como cuando se está en casa.
Este enfoque de Dias resuena en Bardo. Ser el primer periodista mexicano en recibir el prestigioso galardón pesa sobre los hombros del protagonista y atenúa la desconexión cultural y geográfica que lo aquejaba desde que tomó la decisión de mudarse a Los Ángeles.
Aunque Bardo es una obra descaradamente autobiográfica, también es autoindulgente. El dolor de la diáspora solo puede ser aliviado por una arrogancia insuperable, la de elevarse por encima de los orígenes para aislarse cuando el anhelo de la cercanía lo consume todo.
Vital para la reflexión de Iñárritu sobre la diáspora es la culpa abrumadora experimentada por los colonizados al asimilar los rasgos culturales y sociales del colonizador. Sentida como un acto de traición, la asimilación tiene ondas intergeneracionales, acentuadas por el trauma llevado durante décadas.
Bardo se desvía de su oda común y corriente al hogar, tornándose más elegía que oda, una obra que conlleva una triste sensación de finalidad. Iñárritu se coloca en la orilla, viendo como el último barco sale del muelle, varado para siempre.
El surrealismo de Bardo
Filmada en 65 mm por el director de fotografía Darius Khondji, la película se inspira en el trabajo de los artistas mexicanos José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros para crear encantadores paisajes visuales de absurdo, caos y fantasía. Similar al mural de 1934 de Orozco La epopeya de la civilización americana, Bardo ignora la lógica espacial. Iñárritu transporta a su protagonista a través de lugares no relacionados para establecer la libertad espacio-temporal y su significado simbólico.
En una escena, una masa de agua antinatural envía a Gama desde el interior de un vagón del subte al piso del living de su casa en cuestión de segundos. La escena, que transiciona a la perfección entre sus dos escenarios, es la primera de muchas exhibiciones poco ortodoxas que ven a Gama trascender las limitaciones físicas de la realidad para flotar entre estados oníricos del pasado y el presente; cerca y lejos.
Estas imágenes surrealistas, combinadas con la narración no lineal de la película, crean una aguda sensación de desorientación durante la mayor parte de los 159 minutos de su ejecución. Esta sensación de incertidumbre geográfica, atmosférica y narrativa es, en varios momentos, aliviada y/o exacerbada por las opiniones contradictorias de Gama sobre México y la percepción de sí mismo.
Estas contradicciones persisten en todo Bardo, pero son más fáciles de observar durante una fiesta organizada para celebrar el premio estadounidense de Gama en el California Dancing Club en la Ciudad de México. Mirando desde la azotea del club, Silverio comenta sobre la capital: «Que hermosa esta ciudad tan fea».
Bardo celebra la cultura de México pero también critica sus fallas
Poco después, cuando la esposa de Gama lo invita a bailar adentro, Iñárritu desliza la cámara por la atestada pista de baile para encontrar a su protagonista y a sus seres queridos. La película se detiene en el cineasta y su familia durante minutos, lo que permite saborear la alegría de la cumbia a todo volumen que impregna la pantalla.
Es una escena en la que el protagonista se conecta con sus hijos adolescentes de una manera que no lo había hecho antes. Hay cercanía y armonía que se desprende de bailar la cumbia. La energía es eléctrica, contagiosa y cruda: una celebración innegable de la cultura, la música y el baile latinos. Pero hay otras interacciones en la fiesta que invocan un tipo diferente de introspección: antes de esta secuencia, cuando sus hermanos saludan a Silverio, una hermana se refiere a él como “prieto”.
Este comentario remite a una escena anterior, en la que el documentalista está siendo acosado por un ex colega en televisión. El entrevistador pregunta: «¿Es cierto que tu familia te apodó ‘prieto’ mientras crecías y se avergonzaba de que fueras el más oscuro de los hermanos?». Prieto es un término de uso despectivo, utilizado con frecuencia contra indígenas y afromexicanos.
Como la mayoría de sus elementos surrealistas, la película no se detiene demasiado en el uso del término, pero su inclusión es intencional, con el objetivo de iniciar una conversación sobre el colorismo y la antinegritud que aún prevalece en muchas comunidades latinas.
Otros temas abordados incluyen la violencia de los cárteles, la desigualdad de clases, las desapariciones inexplicables de ciudadanos mexicanos y la historia colonial. Aunque parece mucho para cubrir en tres horas, la no linealidad y el surrealismo de la película crean una atmósfera en la nada se siente fuera de lugar.
Bardo ofrece la oportunidad de comprender la construcción emocional del migrante
En Bardo, México es a la vez un país asombroso y profundamente defectuoso; esta observación se siente auténtica en la experiencia latina, donde muchos inmigrantes tienen buenas razones para haber huido de sus hogares, pero también buenas razones para extrañarlos.
Bardo expone confusión, dolor y frustración, pero se expresa sin sermonear, regañar o pretender tener todas las respuestas. Simplemente fomenta un diálogo abierto sobre estos temas complicados. No solo describe el sentimiento de “Ni de aquí, ni de allá”, sino que crea una oportunidad para que sus espectadores sientan y comprendan esas mismas emociones de miedo, confusión, incertidumbre e insatisfacción de los migrantes.
La narrativa no lineal de la película puede desafiar el deseo de estructura de les espectadores, pero esta falta de convencionalismo invita a una comprensión más profunda de sus sujetos y cineasta. Se aborda mejor no como una película, sino como una experiencia afectiva. No siempre es la experiencia más placentera, pero lo placentero no es el punto.