Las crisis, los momentos difíciles, las situaciones traumáticas, suelen develar aspectos que la normalidad encubre.
Esto pareciera sucederle al presidente de la República. Una serie de frases desacertadas, incomprensión de los contextos y citas mal formuladas, parecen más el resultado de un “estado alterado” que de un razonable y razonado control de escena. Básico en cualquier jefe de Estado.
Pero, ¿son simplemente síntomas por estrés, agotamiento y tensión excesiva? Aunque la evidencia pareciera indicarlo, tiendo a pensar que no se trata solo de algo momentáneo, a superar. Creo que son consecuencia de un “modo” inmanente y bastante común en los personajes públicos. Que se aprecia especialmente en muchos dirigentes nativos, y de diversa procedencia ideológica. Como los “Aníbal Fernández” o los “Fernando Iglesias”, por citar algunos de los mas prototípicos. El “patrón de conducta” consiste en hacer política desde la jactancia: declamar ser “mejores que” (ante adversarios previamente convertidos en responsables de todos los males) e intentar hacer creer que se “está de vuelta” y se “la tiene atada”. Se trata del típico “canchereo argento”. Especie de “fisic du rol” de ciertos políticos, pero bastante más berreta…
Entonces ¿será cuestión de que el personaje administre mejor los recursos actorales, sabiendo dosificar las mayores o menores capacidades histriónicas con que cuenta? Tampoco.
En parte porque no a todes les va a salir natural y espontáneo (hay actores y actores)… Y aunque lo logren, la necesidad del “autobombo”, más el no sustentarse en argumentaciones de peso, guiones comprensibles, y objetivos demostrables; terminará en desempeños frívolos y/o ridículos o por el contrario en desangelados y ajenos.
Fracasarán además porque las audiencias ya están graduadas. Pasaron la primaria y poseen título universitario. Aún en una democracia relativamente “joven”, como la argentina, se han producido suficientes vivencias (frustraciones incluidas) como para aprender rápido. Y, más temprano que tarde, a todas y todos les “truches” se les pica el boleto.
Por algo, las obras, que arrancan bien, con público masivo y expectante (al que invitan solo a pagar las entradas, claro), siempre terminan mal.
Quizá vaya siendo hora de bajar de cartel a los “cancheros”, los que se esmeran pero para fingir, mentir, difamar o trampear. Y reemplazarlos por actores auténticos, que interpreten otros textos (políticas) y nos inviten a participar colectivamente del evento.
Ojalá, tendremos mejores finales y aplausos en la sala.