En marzo de este año, todo el mundo habló de la cachetada de Will Smith a Chris Rock. Ahora, nuevamente le ofrecieron al polémico humorista conducir los premios Oscar 2023. Sin embargo, se conoció su declinación de la oferta. En este contexto, Nota al Pie se preguntó acerca de los límites del humor, la libertad de expresión y la responsabilidad de los grandes medios de comunicación.
El “conductor víctima”
Hace pocos días circuló la noticia de que Chris Rock había rechazado la oferta de volver a ser el conductor de los premios. No solo fue polémica la decisión de la Academia de Hollywood de convocarlo tras el episodio con Jada Pinkett. También lo fue la respuesta que dio el mediático, quien hizo una analogía entre él y una víctima de femicidio.
Rock dijo a los medios que rechazó la oferta porque implicaría “volver al lugar del crimen”. Luego precisó que “sería como pedirle a Nicole Brown Simpson que volviera al restaurante”.
Si bien, la violencia física que recibió Rock de Will Smith tras “haberse metido con su esposa” es sin lugar a dudas machista y condenable, ¿es Chris Rock una víctima de violencia de género comparable a Brown; o es una analogía forzada y producto de un recorte oportunista de la escena? ¿Son los “chistes” inocentes y libres de ideología? ¿Cuál es el límite entre el humor y la violencia?
La falsa polémica de la cachetada
Sabemos que los medios masivos de comunicación han hecho foco en la cachetada propiciada por Smith; y en la cuestión de si era entendible o desmedida por el “chiste inoportuno” que había dicho Rock. En esta línea, muches han puesto en el lugar de víctima a Rock. Otres han empatizado con el actor de “En busca de la felicidad”.
Sin embargo, esta falsa polémica corre del centro, como si no interesara, el comentario ofensivo que hizo el conductor hacia Pinkett. El recorte del episodio no es casual ni novedoso en la mayoría de los medios de gran tirada. Se trata más bien de una lectura esperable y tradicional del discurso hegemónico.
¿Qué es lo que queda por fuera? En primer lugar, se invisibiliza o subestima las declaraciones en torno a la alopecia de Pinkett que realiza el conductor, al ser calificadas como “chiste”. De esta manera, se propicia la lectura simplista de Rock exclusivamente como víctima.
En segundo lugar, no se enmarca la violencia física ejercida por Smith como consecuencia de una visión paternalista y posesiva respecto a “su” esposa. No se indaga acerca de las razones que impulsan la acción, sino que se habla como si fuera un asunto individual y de personalidad del actor; parecida a la lógica del “loco suelto”.
Chris Rock y la violencia estética hacia Pinkett
“Como siempre, la atención y el protagonismo quedó reducida a los hombres y la violencia entre ellos” publicó la escritora y activista Esther Pineda en sus redes en aquel momento; y redirigió la atención a la violencia estética ejercida por el conductor.
Pero, ¿qué es la violencia estética y cuáles son los límites del “humor”? Este episodio “es un claro ejemplo de cómo la belleza ha sido construida y erigida como un valor social”; sin importar la fama, los recursos económicos o la visibilidad mediática, destacó Pineda.
Cualquier mujer, y más aún si es negra, explicó la activista, está siempre siendo juzgada y expuesta a ser violentada por su apariencia física si por alguna razón no responde a la expectativa de belleza construida. La violencia estética, entonces, tiene que ver con la presión social de cumplir con un prototipo estético a toda costa; no importa si eso supone un riesgo de la salud física o mental de la persona.
En este punto, no es un dato menor que en más de una oportunidad, Pinkett haya hecho público su malestar en torno a su alopecia. Por otro lado, Pineda recordó en aquel posteo que Chris Rock fue quien produjo en 2009 el documental “Good hair” (Buen pelo). Por lo tanto, el hombre conocía muy bien “la importancia del cabello para las mujeres negras; en el contexto del racismo y la industria que se ha desarrollado en torno a este”.
La potencia del humor
Es recurrente en sectores más conservadores y reaccionarios escuchar decir que “ahora no se puede hacer humor con nada”; porque “se quejan de cualquier cosa”. De todos modos, pese al malestar que pueda despertar en algunos, reflexionar en torno a las prácticas cotidianas, como “los chistes”, resulta necesario para ser críticos en la sociedad que construimos.
Hace unos años, en el marco del día del periodista, la UNCuyo invitó a la directora de la revista Barcelona, Ingrid Beck, a reflexionar en torno al humor, la libertad de expresión y la política, entre otras cosas. En esa ocasión la periodista se distanció del humor “más asociado a los chistes”; y refirió al recurso de la sátira que hacen desde la revista para llevar adelante periodismo crítico.
Beck sostuvo que desde Barcelona no hacen chistes y, por el contrario, se detuvo en los objetivos que tiene la sátira: “Ofender, ofender; indignar, molestar, meter púa, joder, hinchar; pegar donde duele”. Desde esta lectura, la alusión a la alopecia de Pinkett que hace Rock está más cerca de la sátira que del mero humor o chiste.
En el caso de la revista, expuso Beck, no buscan que cualquiera se ofenda; sino que apuntan al poderoso, al representante del discurso hegemónico: “si nos reímos de los débiles, si satirizamos a los débiles, no estamos haciendo parodia ni sátira; estamos haciendo cinismo puro”.
La responsabilidad de la Academia y de quienes comunicamos
Entonces, ¿son los chistes inocentes y libres de cualquier tipo de intencionalidad y responsabilidad?, ¿Causa el mismo efecto calificar los enunciados de Rock como “chistes” en vez de enmarcarlo como violencia?; ¿Qué tipo de sociedad construimos si reproducimos la lectura que hacen los grandes medios de comunicación y la Academia?
En última instancia todas estas preguntas pueden vincularse al cuestionamiento acerca de los límites del humor; y, todavía más, a la libertad de expresión. En este punto, posiblemente la reflexión de la directora de Barcelona podría dar alguna respuesta: “¿Hay algún límite para la sátira? no, no hay ni debería haber”; sin embargo, “si me preguntan si yo tengo límites: por supuesto; tengo límites morales, ideológicos, un montón”, concluyó.