El jueves y viernes pasado se realizó la octava edición del Festival Regional de Cine Rural, en Bella Vista, Corrientes. De la misma, participaron distintas escuelas de la región, quienes presentaron realizaciones audiovisuales orientadas a visibilizar la problemática ambiental.
A escasos metros de la ruta 27, una columna de eucaliptos custodiaba un camino de tierra que terminaba en las instalaciones del INTA; enormes galpones, máquinas y, a lo lejos, los invernaderos. Paredes antiguas rejuvenecidas con pinturas de una mujer que cosecha maíz, el trabajo del campo y la educación rural.
A la distancia, una mujer saludó con un aventuroso “¡Buen día!” estirando la “a” final y dejando desaparecer su voz en medio del enorme predio. Los lapachos protagonizaron una obra digna del postimpresionismo, pues sus flores en tonos rosa, fucsia y flamenco, se plasmaron cual puntillismo en el cielo azul despejado de nubes.
“Quiero volver a contemplar tus ojos cambá”, dijo una voz ronca. Una radio musicalizó los minutos previos a las nueve de la mañana del jueves con el chamamé titulado “Puente Pexoa”. Mientras algunes daban la bienvenida a quienes llegaban, un grupo comenzó a agitar sus manos y a cantar el feliz cumpleaños. Alicia, una de las colaboradoras, estaba de festejo y el canto se sintió como un concierto multitudinario.
En el interior de uno de los galpones, una pantalla gigante con el isologo del festival; a la izquierda, un mural que rememora a René Oviedo, uno de los ideadores del proyecto, y a la derecha una mesa con mantel dorado. Allí, disertaron quienes inauguraron la última edición.
“En 2014, junto a René, comenzamos a hablar sobre la idea de contar historias desde la periferia, desde los márgenes. Así arranca el Festival de Cine Rural”, relató “Chapu” Toba al rememorar los orígenes. Además, comentó que el primer año “nos vinimos con una cajita y algunas películas debajo del brazo. Con el tiempo se comenzó a entender al cine como una herramienta para contar historias y cambiar realidades”.
Historias de campo
Mientras las brasas tostaban las tortas sobre la parrilla, Fabiana Faisal, docente de la Escuela de Familia Agrícola – Mocoví, de la localidad de Mocoretá, no tuvo temor para demostrar su desparpajo. “Nos venimos a presentar por primera vez al festival. Estuvimos compartiendo el campamento de cine, que fue el primero que se realizó, y ahora estamos viviendo esta experiencia”, dijo.
Fabiana es de esas docentes con carisma; de esas que mientras están impartiendo una clase también están haciendo una función de stand up. La risa de sus estudiantes la delata a cada paso. Su delegación contó con tres docentes y alumnes de segundo y tercer año. Las casi cuatro horas de viaje no se notaron en los rostros de les jóvenes que entusiasmades presentaron su proyecto audiovisual.
“En el corto contamos más o menos cómo es nuestro día; desde que salimos de nuestras casas hasta que llegamos a la escuela”, compartió Tomás, uno de les alumnes. Tomás junto a sus compañeres asisten a una escuela de alternancia. Bajo esta modalidad, pasan una semana en sus casas y otra en la escuela.
En lo más recóndito de la provincia de Corrientes hay historias rurales que escapan al imaginario de “un campo, una vaca y un molino”. La historia de estos y estas estudiantes está marcada por la distancia, para llegar a la escuela deben atravesar kilómetros y kilómetros de camino. Finalmente, ese camino los llevó a quedar inmortalizados en la pantalla grande y en la historia del Cine Rural.
Primera jornada
Después de las palabras inaugurales de les organizadores, Marcela Collard, quien oficiaba de conductora expresó: “Este galpón se vuelve cine a la cuenta de tres”, y la proyección comenzó. Quien abrió la primera jornada fue el corto titulado “Ojo, jóvenes en movimiento” de la escuela 846 del Paraje Cebolla.
El protagonista principal fue Benjamín, un niño que se vio sobrepasado al verse reflejado en aquella pantalla grande. La timidez solo le permitió decir “fue un gusto para mí”, y lo mostró más pequeño de lo que era. Su madre tomó la palabra, entonces, para continuar: “Es una experiencia muy linda, a él le gusta mucho lo artístico, así que estamos muy contentos con esto”, aseguró.
De esta manera comenzó a correr la cinta y todos los cortos y documentales previstos se proyectaron. Mientras el viento se sintió como palmadas en la espalda, todes disfrutaron de choripanes y jugo. A Marcela le brillan los ojos cuando habla de este proyecto, “porque tiene una magia que hay que venir a verlo para saber de qué se trata”, manifestó.
Parte de ese encanto tiene que ver “con que nos sentimos parte, nos compartimos y estamos en una misma sintonía”, agregó. Actualmente la comisión directiva está compuesta “por un triunvirato” -como ellas mismas lo llaman- en el cual participan Natalia Vega, Analía Barbosa y Marcela Collard.
El cine mueve a más de 500 estudiantes y profesores de la región, e incluso a otres realizadores de Buenos Aires, Paraguay, Córdoba y México. Por esto, desde el equipo organizador rescataron que “se va a abriendo camino en forma de red y eso es fantástico”.
El legado del Festival de Cine Rural
El festival tuvo la capacidad de convertir un galpón en el que se guardan tractores y maquinaria agrícola en una sala en la que se presiona el botón de “Rec” para inmortalizar historias. El INTA tuvo la capacidad para brindarse y ser parte de este desafío para derivar el estereotipo de que en el campo se vive de tal o cual forma.
Como sostuvo Fabiana Faisal: “Hay que tener abierta la cabeza para enseñar, y más para aprender”. El festival enseña y aprende “con jóvenes en movimiento”. Con historias contadas y producidas por sus propios protagonistas. Con historias que trascienden las barreras y convierten a les estudiantes en actores, en maquilladores y en directores de cine.