domingo 22 de diciembre de 2024

Buenos Aires: pilar del agronegocio, concentración de tierras y otro modelo posible

Radiografía del agro bonaerense, desde soja transgénica hasta trigo agroecológico, desde uso masivo de agrotóxicos hasta agricultura biodinámica. En Buenos Aires el 16% de las explotaciones agropecuarias controla el 66% de la tierra. Y también se multiplican las alternativas: más de 5000 experiencias que muestran que otro modelo agropecuario está en marcha.
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Ilustración: Sebastián Damen.

Por Nahuel Lag

La provincia de Buenos Aires es el principal territorio agropecuario del país. En su extensión de 30.757.100 hectáreas, 23,7 millones son parte de la superficie rural en la que se distribuyen 36.700 Explotaciones Agropecuarias (EAP). De sus 135 municipios, 110 son de perfil rural: al norte la denominada “zona núcleo” del agronegocio con la soja como protagonista, el sureste triguero con porciones hortícolas y papa, la zona centro y serranías del oeste dominadas por las pasturas para el ganado bovino; y el “cinturón verde” hortícola –de La Plata a Campana– rodeando el Conurbano.

Según el Censo Agropecuario 2018, diez millones de hectáreas estaban destinadas a cultivos y trece millones a la ganadería. En territorio bonaerense el modelo sojero transgénico y su paquete agroquímico avanzó sin parar desde 1996, con la mirada puesta en commodities y exportación, pero comenzó a construirse desde los campos y huertas una respuesta: la agroecología. El registro voluntario de productores agroecológicos, abierto en 2020 por el Ministerio de Desarrollo Agrario, cuenta con 321 productores que representan 23.000 hectáreas agroecológicas. 

Las estadísticas agropecuarias padecen de cierta orfandad por los dispares relevamientos de los últimos cinco Censos Nacionales Agropecuarios (CNA) –1969, 1988, 2002, 2008 y 2018–. Como explica el investigador Carlos Alberto Rossi en su apartado sobre Buenos Aires en el libro «La Argentina Agropecuaria vista desde las provincias: un análisis de los resultados preliminares del CNA 2018» , las 23,7 millones de hectáreas censadas en 2018 significaron dos millones menos que las relevadas en el CNA 2022 y 3,5 millones menos que en el CNA 1988, algo “poco creíble” en “un contexto expansivo de la agricultura y la ganadería, impulsado por la agricultura industrial y el llamado ‘agronegocio’”.

Sin embargo, a partir de la comparación del Censo 2018 y las cifras obtenidas en los censos anteriores no quedan dudas de las consecuencias del modelo agropecuario aplicado en los últimos 50 años: 

  • Concentración de las tierras: el 16 por ciento de las EAP controlan el 66,5 por ciento de la superficie, todas con más de 1000 hectáreas.
  • En otro extremo, con menos de 100 hectáreas, aparecen el 30 por ciento de las EAP que posee sólo el 1,8 por ciento de la superficie. 
  • Reducción drástica de las explotaciones agropecuarias: se pasó de 75.531 en 1988 a 51.116 en 2002 y se llegó a 36.700 en 2018.
  • Expulsión de pobladores rurales: en 1988 había una persona cada 141 hectáreas y en 2018 una cada 258 hectáreas.
  • Reducción del trabajo rural: el CNA 2018 registró un 18,5 por ciento menos de trabajadores permanentes, incluyendo a productores y socios, que en el CNA 2008.

Las cifras también permiten confirmar que la soja es la estrella del modelo del agronegocio:  la superficie cultivada con oleaginosas —soja y girasol, principalmente– representaba el 19,4 por ciento de la superficie cultivada en 1988 y llegó al 39,8 por ciento en 2018, año en el que la soja representó el 86,5 por ciento de las hectáreas sembradas con oleaginosas en Buenos Aires. En cifras totales, fueron 3,9 millones de hectáreas de soja frente a 1,8 millones de maíz y 1,6 millones de trigo. Algo que se modificó en las últimas campañas, pero está lejos de revertirse.

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Foto: Gerónimo Molina / Subcoop.

De la soja y los agrotóxicos a la agroecología

Junto a la soja transgénica –aprobada en 1996 por el entonces secretario de Agricultura, el bonaerense Felipe Solá– Buenos Aires también es en la actualidad el reflejo de los efectos contaminantes del modelo basado en el paquete de agrotóxicos, como demostró el detallado informe «Relevamiento de la utilización de agroquímicos en la provincia de Buenos Aires» publicado en 2013 por la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata, con la coordinación del ingeniero agrónomo Santiago Sarandón.

Según el informe, solo el cultivo de soja demandaba el 46 por ciento del total de plaguicidas utilizados por los agricultores. Y el glifosato fue el agroquímico más empleado. “Tanto el barbecho químico de los cultivos bajo siembra directa, como el mantenimiento de los cultivos transgénicos RR. Es importante destacar que no es el cultivo en sí, la especie elegida: maíz, sorgo, soja o trigo, entre otros, el que se asocia a la liberación de agroquímicos, sino el modelo productivo elegido”, apunta el informe.

Sin información oficial disponible sobre el uso e impacto de los agrotóxicos, los estudios impulsados por asambleas de pueblos fumigados y organizaciones de la sociedad civil –a partir de los informes de las propias cámaras empresarias de agroquímicos– determinaron que la Argentina registra la tasa promedio más alta del mundo en uso plaguicidas: 12 litros por habitante, por año, como denunció la campaña nacional Basta de Venenos.

La contaminación del agua, el aire y el suelo está siendo demostrada por las poblaciones afectadas –ante la falta de regulación también a nivel provincial– como ocurrió recientemente con los estudios realizados en localidades del agro bonaerense como Lobos o Baradero, donde los ciudadanos impulsan ordenanzas locales para protegerse de las fumigaciones con agrotóxicos.

Según un estudio de Daniela Dubois, integrante de la Red Federal de Docentes por la Vida, de los 135 partidos bonaerenses (hasta 2018), 69 eran los que no contaban con ningún tipo de regulación local sobre el uso de agrotóxicos. Mientras en casos como Exaltación de la Cruz o Pergamino se logró un límite a través de fallos judiciales y localidades como Ayacucho avanzaron con ordenanzas limitadas en años posteriores al estudio.

Se trata de las denominadas zonas de exclusión –en torno a cascos urbanos, escuelas rurales y cursos de agua– que podrían significar un impulso significativo a otro modelo de producción que respete la salud del ambiente y la de los habitantes cercanos a las explotaciones agropecuarias, y que priorice el abastecimiento local de alimentos sanos. El modelo propuesto por la agroecología.

“En 2012 empezamos a discutir el modelo agropecuario por la salud y el cuidado del ambiente, por el aire que respiramos y el agua que tomamos. No sabíamos cómo salir, pero esa inquietud nos llevó a buscar en la agroecología”, cuenta desde Guaminí –en el centro-oeste provincial, al límite con La Pampa– Marcelo Schwerdt, presidente de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (Renama), organización que reúne a 200 productores con más de 100 mil hectáreas en 40 municipios del país.   

Según el Censo Nacional Agropecuario más reciente (2018), existen unos 5000 establecimientos en el país con producción de tipo orgánica, agroecológica o biodinámica. El mismo censo marca una escasa participación de la producción hortícola “a campo” o en invernáculo de solo el 0,2 por ciento de la superficie cultivada en la provincia, a pesar de ser la que aporta los alimentos frescos a las mesas de las grandes ciudades.

En ese modelo “a campo” e intensivo –particularmente en los invernáculos del “cinturón verde” del Conurbano con gran uso de agroquímicos–   también crece la agroecología. “Lo planteamos como un modo de producción superador para que el campesino y la campesina mejoren su producción, bajen los costos y nadie se envenene con lo que come”, sintetiza Agustín Suárez, referente nacional de UTT. En Buenos Aires, la UTT cuenta con 100 hectáreas agroecológicas y representa a 9000 familias productoras y productores en los cordones hortícolas en los partidos del Conurbano, General Pueyrredón, Villarino y Bahía Blanca.

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Foto: Renama.

El peso de la Buenos Aires agropecuaria: ¿producir para quién?

En los distintos censos realizados desde 1969, según detalla el investigador Carlos Rossi, la superficie relevada en la Buenos Aires osciló entre el 14 y el 15 por ciento de la registrada en el total del país. Pero la participación es más relevante en la producción agropecuaria nacional. Medido por decenios, la provincia produjo, en promedio, entre las campañas 2009/10 y 2018/19, el 93,1 por ciento de cebada para grano, el 56 por ciento del girasol, el 49,5 por ciento del trigo, el 33,1 de la soja y el 28,9 por ciento del maíz, respecto del total nacional.

En 2021, según información del Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense, la participación de las exportaciones de Buenos Aires en el total exportado por el país, en los tres primeros trimestres del año, representaron el 29,2 por ciento de los productos primarios agropecuarios  y el 30,2 por ciento de las Manufacturas de Origen Agropecuario –malta, subproductos del maíz, pellets, harina de trigo, aceite de soja, subproductos de soja y girasol, aceite de girasol y biodiesel–.

A junio de 2022, según el informe de “Coyuntura del comercio externo agroindustrial” elaborado también por el ministerio bonaerense, el acumulado de exportaciones agroindustriales desde la PBA alcanzaban los 6412 millones de dólares, 39 por ciento más que el mismo periodo del 2021 y el mayor valor en el lustro analizado 2017-2022.

Por el lado de la ganadería, según datos de existencias de ganado bovino de la Dirección Nacional de Sanidad Animal (DNSA) del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa, 2020), en promedio para el decenio 2010/19, la provincia de Buenos Aires participó con el 36,7 por ciento del stock total del país, estimado al 31 de diciembre de cada año.

Según un dossier sobre “rodeo de tambo y razas bovinas” publicado por el Indec, en base al CNA 2018, Buenos Aires es la tercera provincia productora de leche con el 21 por ciento del total de tambos del país, detrás de Córdoba (27 por ciento) y Santa Fe (30 por ciento). De las 2.540.000 cabezas de ganado bovino destinadas a tambo, el 90 por ciento se encontraban en estas tres provincias. En Buenos Aires se censaron 690.806 cabezas de ganado destinadas a tambo.

Esas cifras se registran en una provincia que en el segundo semestre de 2021, según el Indec, registra el 42,3 por ciento de pobreza y el 10,5 por ciento de indigencia.

Para producir alimentos sanos se precisan políticas públicas

La agroecología muestra la otra cara de un modelo agropecuario. “El año pasado hubo sobreproducción de trigo agroecológico”, cuenta Yesica Corvino, ingeniera agrónoma, docente de la Escuela Agropecuaria N°1 Martín Fierro y promotora asesora de un grupo de Cambio Rural del INTA en la localidad de Arrecifes, en el norte bonaerense. Allí, en plena zona núcleo, productores se unieron en una red de trigo agroecológico que cultiva sin agroquímicos y pensando en el abastecimiento local. 

“Aunque un productor se dedique a la agroecología aún está condicionado por las políticas macro. En el caso de la sobreproducción de trigo del año pasado, en Arrecifes, no contábamos con molinos y es limitada la capacidad de comercialización. En lo cotidiano falta acceso a servicios de maquinaria que no trabaje con agroquímicos, faltan recursos para generar biofábricas, faltan políticas públicas que permitan aumentar el volumen de los productos agroecológicos”, sostiene Corvino, quien también acompañó a una red de productores hortícolas que sostienen la feria agroecológica de la localidad.

“Las políticas públicas que aplica el Estado para ‘el campo’ están destinadas a la producción de commodities para la exportación, puertas adentro del país las políticas son de libre mercado y concentración de las cadenas productivas. Se gestiona como si los alimentos salieron de las góndolas de los supermercados: necesitamos un Ministerio de la Alimentación para planificar cómo producimos comida”, apunta Suárez, de la UTT.

En 2018, la Renama impulsó la presentación de una Ley de Agroecología provincial con la participación de diputados de todos los sectores políticos que se comprometieron a tratarla. La norma no fue tratada pero varios de sus ejes como la creación de un registro de productores agroecológicos y el fomento de mercados locales son parte de las políticas actuales del Ministerio de Desarrollo Agrario. “Una ley nos permitiría estar seguros de no depender de la voluntad del gobierno de turno”, señala Schwerdt. 


Un modelo concentrado sin gente en el campo

Las explotaciones agropecuarias relevadas en cada Censo Agropecuario cuentan con tres estratos: hasta 100 hectáreas, de 100,1 a 1.000 y de más de 1.000,1 hectáreas. El primer estrato, que representa a los campesinos y pequeños productores, representaba el 59 por ciento de las EAP en 1969 y pasó a tener solo 30,1 por ciento de las EAP en 2018. El segundo estrato –de 100,1 ha hasta 1000 ha– representaban el 35,8 por ciento de las EAP en 1969 y creció hasta el 54 por ciento en el CNA 2018, pero redujo su participación en la superficie total de 43,3 por ciento al 31,7 por ciento en el mismo periodo.

En paralelo, el suelo bonaerense evidenció un cambio en la tenencia de la tierra: la propiedad llegó a un máximo del 78 por ciento en 1988 y comenzó a caer hasta un mínimo del 59,7 por ciento en 2018. A la par se incrementó el arrendamiento desde su piso de 13,6 por ciento en 1988 hasta el 34,7 por ciento del último censo. La foto se completa con el relevamiento de las explotaciones de más de 1000 hectáreas, la de los grandes terratenientes, que pasaron del 5,2 por ciento del total de explotaciones en 1969 al 16 por ciento de la explotaciones con el 66,5 por ciento de la tierra censada en 2018.

Mientras crecieron las tierras en pocas manos y los arrendamientos, la gente comenzó a irse del campo. En lo que Rossi califica como “un cambio radical” señala que entre los censos 2008-2018, sólo 8778 productores o productoras residían en sus campos, un 50 por ciento menos en comparación con el censo realizado 20 años antes.

 “En el censo agropecuario es muy patente la tendencia a la concentración. En esta coyuntura, lo que hay que plantear es el modelo agropecuario ¿para quién? Desde 2012, la Renama creció con el lema ‘la salud, el campo y la vida’ y hemos demostrado que la agroecología es viable, en la agricultura extensiva, en fruticultura, en modelos de monte y sierra con rodeos ovinos, en la ganadería y con tambos pastoriles. Ante la pregunta de un campo para quién, en el cómo hacer que la gente vuelva al campo, la agroecología tiene muchas respuestas”, asegura el referente de la Renama, biólogo y director del Centro de Educación Agraria N°30 de Guaminí.

Corvino señala que el modelo de arrendamiento se evidencia en Arrecifes, donde al andar por los caminos rurales se ven campos uniformes, sin alambrados y con los típicos cultivos de rotación para la exportación: soja, maíz y trigo. En medio de explotaciones arrendadas en contratos por año donde los suelos no se rotan ni se cuidan, la ingeniera agrónoma resalta la experiencia que vive en el grupo de Cambio Rural local: “Hay nuevas generaciones de productores que quieren realizar cultivos sustentables, que comienzan a ver la producción desde el reciclado de nutrientes, los bioinsumos, el intercambio de semillas, los cultivos de cobertura y la rotación de tierras”.

En las pequeñas extensiones donde se producen frutas y verduras la lógica no varía. La falta de propiedad de la tierra es una constante. Según la UTT, el 75 por ciento de los y las productoras hortícolas no son dueñas de las tierras en las que trabajan. Para contrarrestar esta realidad la organización de pequeños y pequeñas productores presentó en el Congreso y a nivel provincial la Ley de Acceso a la Tierra. Este febrero, la iniciativa perdió estado parlamentario por tercera vez. 


¿Qué trabajo genera el campo en Buenos Aires?

“La agricultura dominante busca reducir al mínimo el empleo directo en las Explotaciones Agropecuarias (EAP) y los requerimientos de trabajo son reemplazados por prestadores de servicios, trabajadores sin relación de dependencia e informales”, sostiene Rossi en su investigación y lo pone en cifras: el total de trabajadores y trabajadoras permanentes alcanzó a 79.796 personas en 2018, un 18,5 por ciento menos que el número registrado en el CNA 2008 y un 33 por ciento menos que en el CNA 2002.

Según el Mapa de Trabajo Agropecuario, que presentó el Ministerio de Desarrollo Bonaerense el 1 de mayo de 2022, solo el 32,1 por ciento de los establecimientos agropecuarios declaró contratar a un total de 43.377 personas, entre las cuales dos tercios son trabajadores permanentes, el 22,6 por ciento son temporarios ocupados menos de seis meses y un 13,4 por ciento temporarios de más de seis meses.

En base a ese trabajo, realizado en conjunto con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el gobernador Axel Kicillof, en una entrevista con el Cohete a la Luna, sostuvo que  “hay que escribir de nuevo y analizar muy bien la nueva anatomía y sociología de lo que se llama ‘campo argentino’”. Y ejemplifica: cada 1000 hectáreas, los cultivos extensivos del actual modelo producen escaso empleo, como la soja (11 personas), el trigo (8) y el maíz (6), mientras que la producción bajo cubierta asciende a 1209 y la cría de porcinos a 46.

El referente nacional de la UTT confirma esos números y resalta cuánta mano de obra podría generarse en toda la provincia si se ampliara la superficie de tierras destinadas a la horticultura. Suárez indica que en tan solo una hectárea con invernáculo trabajan, al menos, tres personas a las que se suma mano de obra temporal, mientras que los cultivos a campo abierto como la papa y la cebolla también requiere de cuidados diarios y de trabajo de jornaleros en la época de cosecha.   

“Es ridículo que en 10.000 hectáreas sólo haya un ingeniero trabajando y que lo visite una vez por mes”, apunta Schwerdt sobre la receta agropecuaria que desplaza a tantos productores en nombre de los rendimientos de maíz y soja para la exportación. El referente de la Renama ejemplifica con el modelo de producción de los tambos pastoriles: donde los paquetes de fertilizantes y agroquímicos se reemplazan por manejos agroecológicos que ofrecen pasturas más diversas y abundantes; y que en 50 hectáreas logran bajar los costos para obtener mejor rentabilidad que un tambo de 600 hectáreas.

“Un establecimiento agroecológico te demanda estar en el campo, porque implica seguir de cerca el cuidado del cultivo, de los animales, entender el sistema para aumentar su biodiversidad”, sentencia la ingeniera agrónoma de Arrecifes.

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Foto: Nicolas Pousthomis / Subcoop

Cambio de uso del suelo a pedido del mercado

Basado en el Censo Agropecuario 2002 –como indica el investigador Rossi, el más completo de este siglo con 25.788.670 hectáreas censadas–, el «Relevamiento de la utilización de agroquímicos en la provincia de Buenos Aires» presenta un trabajo minucioso mensurando el predominio de la actividad agrícola por cada partido, según superficie rural y actividades desarrolladas, marcando el nivel de “agriculturización” o “ganaderización”.

El resultado es un predominio de los cultivos en el norte de la provincia –dominados por la soja– y en el sur de la zona costera, donde la combinación soja (cultivo de verano) y trigo (cultivo de invierno) domina. Sin embargo, a lo largo y ancho de la provincia también se dan otros cultivos: maíz, girasol, avena, cebada cervecera, colza, girasol, sorgo.

En tanto, el centro provincial desde los primeros partidos rurales fuera del Conurbano hasta las sierras del oeste y los partidos del sur en la región patagónica predomina la ganadería bovina con pastizales naturales o los forrajes anuales implantados, conocidos como “verdeos de invierno” o “verdeos de verano”, o forrajes perennes.

El análisis de Rossi indica una intensificación del uso del suelo en Buenos Aires con el crecimiento de los cultivos anuales de cereales y oleaginosas, ampliando los usos de primera y segundo ocupación de los mismo lotes: combinando cultivos de invierno con cultivos de verano —la proporción de la superficie cultivada en segunda ocupación se incrementó de 5,1 de 1988 a 10,8 en 2018— y una contracción de las forrajeras perennes, cultivos para la ganadería.

Mientras en el Censo 2002 los cultivos anuales representaron el 60 por ciento de la superficie cultivada total y las forrajeras perennes el 26,9 por ciento, en el CNA 2018 los primeros pasaron a constituir el 73,5 por ciento del total y las segundas apenas el 10 por ciento. En particular, los cereales y oleaginosas representaban el 50,5 por ciento de la superficie cultivada en 1988 y continuaron en ascenso: 62,3 por ciento (2002), 71,6 por ciento (2008) y 74,3 (2018).

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Crédito: Tierra viva.

A pesar del avance de los cereales y oleaginosas, la ganadería continuó ocupando la mayor parte del territorio bonaerense con 13 millones de hectáreas –diez  millones con pastizales naturales y 605 mil de bosques y montes–. Sin embargo se registró una caída tanto de EAP dedicadas a la ganadería como la cantidad de cabezas: en 2002 unas 39.113 explotaciones agropecuarias contaban con 16.612.170 cabezas, mientras que (en 2018) 24.754 explotaciones tenían 15 millones de cabezas. Eso señala un nuevo proceso de concentración también en la explotación ganadera: la cantidad de bovinos por EAP creció el 110,4 por ciento entre 1974 y 2018 (de 288 cabezas promedio a 606).

En cuanto al ganado porcino y ovino la cantidad de cabezas cayeron estrepitosamente. La cantidad de porcinos bajó de 1.201.840 en 1974 a 814.392 en 2018 y los ovinos descendieron de 10.849.237 a 938.288 en el mismo periodo. Esos dos procesos hablan de un proceso de concentración en la cría de cerdos donde la cantidad de cabezas por establecimiento productivo creció 676,3 por ciento y una cambio de uso en la producción ovina que liberó de dos millones de hectáreas para otros usos ganaderos y agrícolas.

Todos los cambios advertidos en las estadísticas confirman la imposición de un modelo de negocio y no de un modelo de producción de alimentos. “Siempre se está hablando de los precios, pero hacia adentro del campo cada productor puede replantear sus costos cambiando la forma de producir”, invita a repensar el modelo el presidente de la Renama.

“La agroecología baja los costos de producción de un 40 a un 50 por ciento. El INTA lo tiene estudiado, pero nosotros lo veíamos en la cara de los productores cuando se les iba el nerviosismo de estar con pánico, endeudados hasta la cabeza por los insumos”, señala Schwerdt y pone como ejemplo el caso de un productor de la Renama: “En el primer año con planteo agroecológico, en 2015, bajó medio millón de pesos de costos –de insumos y fertilizantes–, después de siete años de transición está obteniendo un maíz de 10.000 kilos por hectárea a muy bajo costo. Antes hacía solo maíz y soja, ahora rota los lotes y hace maíz, soja, cebada, centeno, avena y el campo mejora”.

Verduras, frutas o barrios privados

Si en las miles de hectáreas de la extensa pampa bonaerense el cambio del uso del suelo está atado a lo que demanda el mercado: más hectáreas para oleaginosas y cereales, y el ganado concentrado en menos hectáreas y en los bovinos; en los “cinturones verdes” que rodean al Conurbano bonaerense las producciones hortícolas (que ponen en las meses el 60 por ciento de los alimentos) deben competir con la especulación inmobiliaria para los barrios privados.

A pesar de la relevancia que tiene para el abastecimiento del mercado interno, según el CNA 2018, la hortícultura estaba en su nivel histórico más bajo representando solo el 0,2 por ciento del total del área cultivada en la provincia (con un total de 28.335 hectáreas). Esto significó un tercio menos que en 1988, cuando contaba con 67.911 hectáreas.

Según el Censo hortiflorícola de 2005 realizado por el gobierno de Buenos Aires, el área cultivada estaba en 31.765 hectáreas. Más allá de las cifras totales, el análisis sirve para tener un panorama del mapa hortícola provincial. Los principales cultivos son papa, cebolla, lechuga, batata, acelga, zapallo anco, tomate, choclo y espinaca.

El cinturón hortícola platense –de parcelas más chicas e invernáculos– era el segundo en importancia por su superficie luego de General Pueyrredón, donde predomina el cultivo “a campo”. En tanto, la superficie frutícola bonaerense contaba con 14.784 hectáreas y los principales cultivos: durazno, naranja, olivo, ciruela y mandarina.

“Como los núcleos de producción hortícola están alrededor de las ciudades, el centro urbano crece y empuja hacia afuera. Los terrenos hortícolas se encuentran en plena competencia con los countrys desde La Plata hasta Campana”, analiza Suárez a la luz de la reducción de hectáreas hortícolas y marca un ejemplo: “La ruta 36 era la zona hortícola por excelencia en La Plata, pero se han comenzado a correr hacia al sur a Punta Indio y hacia el norte a San Vicente, donde hay campos más económicos con tierras de menor calidad que se utilizaban para ganadería”.

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Foto: Prensa UTT.

La agroecología y la soberanía alimentaria bonaerense

Agustín Suárez, de la UTT, relaciona la reducción de hectáreas de la horticultura a una perspectiva desde la soberanía alimentaria: “La Argentina está en la mitad de los valores que la FAO recomienda en frutas y verduras por habitante por año, por lo que si la política pública fuera que todos los habitantes comen lo necesario, la producción debería duplicarse”. Ese análisis se podría ampliar a toda la producción.

Según la Dirección Nacional de Agroecología, a las cantidades y los valores promedio de rendimiento de producciones agroecológicas a nivel nacional, se precisa una superficie de 196 hectáreas para abastecer una población de 1000 habitantes, de acuerdo los valores de la dieta diaria propuesta por la Guía Alimentaria Nacional –500 gramos de leche y yogurt, 30 gramos de queso, 25 gramos de huevos, 70 de carne vacuna, 400 de verduras, 300 de frutas, 250 de legumbres y cereales, 120 gramos de pan y 30 gramos de aceite–. Toda esa  producción puede realizarse en la provincia de Buenos Aires.

¿De dónde obtener esas hectáreas para producir alimentos para el mercado interno? “Tenemos que ir hacia un plan de reducción de agroquímicos. No ir de hoy para mañana a cero. Pero tenemos experiencias concretas de que se puede hacer a corto plazo”, sostiene el presidente de la Renama. La producción de alimentos sanos podría tener directa relación con las zonas de exclusión para la ampliación de la frontera agroecológica.

En Arrecifes esa legislación se consiguió en 2016, con el impulso de organizaciones locales como Arrecifes Necesita Saber. La ordenanza local impone una zona de exclusión al uso de agroquímicos de 300 metros. Sin embargo, hasta el momento las hectáreas afectadas no recibieron incentivos para iniciar la transición a la agroecología. Ese proceso sí ocurre en las cinco hectáreas de la escuela agraria local con un módulo demostrativo en el que ya cuentan con un tambo que podría comenzar a abastecer localmente. “No hay vuelta atrás con el avance de la agroecología, pero hay que seguir trabajando en el desarrollo de las experiencias locales y la autonomía de los servicios e insumos”, apunta Corvino.

En la localidad bonaerense de Baradero, otro municipio de la “zona núcleo”, aún no cuentan con una ordenanza que límite el uso de agrotóxicos y el gobierno local propone limitar las fumigaciones terrestres a solo 250 metros. Según la Red Local de Estudios Agroecológicos Baradero-San Pedro (Relea), ese límite mínimo habilitaría para la puesta en marcha de la agroecología entre el tres y cinco por ciento del total de la zona productiva del partido, entre 3000 y 5000 hectáreas de las 100.000 hectáreas productivas, de acuerdo al CNA 2018. Siguiendo los cálculos de la Dirección de Agroecología, sería suficiente para abastecer a la población de 28.000 habitantes de la localidad.

* Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Heinrich Böll Cono Sur

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