No son pocos los diplomáticos mexicanos que terminan con un mal sabor de boca al concluir su representación ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). El origen del malestar recae en el enorme peso que tiene la agenda de un solo país sobre la de los demás. Ese fue uno de sus pecados originales en 1948 y 74 años después se sostiene. Así lo ha dejado ver la exclusión de algunos países de la próxima Cumbre de las Américas a celebrarse el próximo mes de junio en Los Ángeles, California.
La OEA no solo ha legitimado acciones nocivas para América Latina, como la invasión estadounidense a República Dominicana en la década de los sesenta, sino que ha sido incapaz de contribuir a la resolución de conflictos relevantes en el hemisferio. Ante esa falta de utilidad regional, México ha buscado defender sus intereses y articular esquemas de cooperación desde otras plataformas multilaterales. Durante las guerras civiles centroamericanas de los ochenta, en México se percibía la posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos para resolver los conflictos en favor de los bandos que ellos patrocinaban. Para los gobiernos mexicanos tener tropas norteamericanas cerca de su frontera sur comprometía la estabilidad de la región. Su respuesta fue la conformación del grupo Contadora. Colombia, Venezuela, Panamá y México impulsaron un espacio de diálogo entre los distintos bandos en conflicto. En el largo plazo los resultados de esos diálogos frenaron las propuestas violentas del norte y dejaron en una posición frágil la conveniencia de la OEA.
En los últimos años, las dinámicas no han cambiado mucho. El canciller mexicano ha declarado abiertamente que el actual secretario General de la OEA, Luis Almagro, es el peor que ha tenido esa organización. La postura de éste durante el conflicto boliviano y su posición antagónica a Cuba, Venezuela y Nicaragua, le resta confianza como interlocutor a la hora de intentar resolver conflictos.
Ante la ausencia de un espacio regional confiable, México vio en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un espacio sin Estados Unidos y Canadá, pero con la gran mayoría de países latinoamericanos, y los espacios suficientes para retomar agendas comunes y crear unas nuevas. México aprovechó sus dos años en la presidencia pro témpore de la Comunidad CELAC, para revitalizar su posición histórica en la región a través de acciones concretas de cooperación con diversos países y contribuyendo al rediseño de la arquitectura institucional que se requiere para la integración latinoamericana. La creación de una agencia espacial latinoamericana y la entrega de más de tres millones de vacunas son acciones modestas, pero suficientes para alcanzar una posición de liderazgo en América Latina y sacar a la integración regional del saco de las palabras y ponerla en el plano de las acciones.
La más reciente gira del presidente López Obrador por Centroamérica y el Caribe (Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras y Cuba), y su exportación de programas sociales para contrarrestar las casas de la migración, fortalece su renovada posición y le da margen político para incluso promover un cambio en la política exterior de Estados Unidos hacia la región.
El aislamiento crónico de Brasil y las complicaciones internas que atraviesa Argentina, le abren aún mayores posibilidades de protagonismo a México. Anteponer el diálogo ante la amenaza y la cooperación por encima de la coerción, faculta a los mexicanos para seguir contribuyendo al desarrollo institucional regional y recuperar el terreno que se perdió durante lo que López Obrador llama la larga noche neoliberal.
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José Luis Barrera Ruiz es asesor legislativo en el Senado de la República de México, además de internacionalista y administrador público