Dos semanas atrás se conmemoró un nuevo aniversario del genocidio llevado a cabo entre los años 1976 y 1983. La violencia ejercida en aquel período significó la desaparición de 30.400 personas. En ese marco, ¿qué relevancia cobró la música? Asamblea Desobediente tiene en sus manos la responsabilidad de impedir que esas historias se olviden y lo hace a través de la difusión del sitio Música y DDHH.
Un arte que une y protesta
La música como herramienta creativa que amalgama, no sólo tecnicidades sino también una historia, una cosmovisión y parte de la vida de los ciudadanos, es lo que la última dictadura puso en tela de juicio.
En esa etapa se censuraron 200 canciones comprendidas en el rock, folclore e incluso pop de moda como temas de Palito Ortega y Sandro, cuyos trabajos no solían destacarse por estar en concordancia con la explicitación de cuestiones políticas.
Diferencia latente para con el rock. Este género musical se gestó en Argentina a partir de la década del 60, y hasta el día de hoy cumple una función social y política. Por ese entonces, se censuró a los reconocidos Charly Garcia, Luis Alberto Spinetta y León Gieco. También lo fueron Horacio Guarani, Ariel Petroccelli, César Isella y Omar Moreno Palacios, entre otres folcloristas.
También fue el caso de Jorge Cafrune quien tenía censurado el tema “Zamba de mi esperanza”. A pesar de eso, en el Cosquín de 1978 declaró: «Aunque no está en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide, la voy a cantar». La entonación le costó la vida. Fue asesinado la noche del 31 de enero de 1978.
La retórica de la dictadura
En el primer período del Proceso de Reorganización se puede establecer la figura de “enemigo” atribuido a les jóvenes. Estos eran les consumidores mayoritarios del rock, un género que según la visión del gobierno los volvía subversivos. Esta razón fue suficiente para perseguir tanto al género, como a todes los que aportaban a su creación y difusión a nivel nacional.
Asimismo, el foco estaba puesto en la apariencia que tenían las personas seguidoras del rock, similar al hippie por el pelo largo y el desenfado de su vestimenta. Estas características físicas los transformaba, ante el ojo militar, en automáticos marxistas. Las medidas de censura, se replicaron en distintos ámbitos de la sociedad, a la que, a partir de discursos militares, se instaban a que denuncie a aquellas personas que fueran sospechosas de ser subversivas. Se dio inicio así una especie de “caza de brujas”.
Para 1982 la figura de enemigo ya no sería la misma. Tal como menciona Mara Favoretto en su texto “La dictadura argentina y el rock: enemigos íntimos”, la Guerra de Malvinas generaría un cambio en el rol de antagonismo y la figura del enemigo se externaliza hacia los ingleses. Desde la junta militar se buscaba atacar no sólo a los ingleses en sí, sino también a su cultura. Esto incluía al rock britanico, género con mucho desarrollo por aquellos años y gran influencia en la música nacional.
De ese modo la estrategia militar fue censurar música en inglés y dar mayor lugar a lo creado en nuestro país, así aumentó su protagonismo y circulación. En ese contexto, el 16 de mayo de 1982 se realizó el Festival Latinoamericano Solidario en el Estadio Obras. La estrategia buscaba dar a entender que les artistas apoyaban la guerra.
La historia de docentes desaparecides
Si bien es conocida la historia de las censuras a reconocides músiques, no es de público conocimiento lo que le sucedió a profesores de música. Según la página Música y DDHH, en el ambiente se pueden contabilizar más de 70 desaparecides y asesinades entre 1974 -1983.
Se pueden encontrar imágenes e historias de cada une. Como el caso de Alberto Claudio Slemenson, nacido el 29 de enero de 1955 en el seno de una familia de clase media. Alberto es descrito como un excelente alumno y un meticuloso de la limpieza. Junto a sus amigos adolescentes formó una banda de rock que se llamaba “Algo”, inspirados en los Beatles y Almendra. El 4 de octubre de 1975 fue secuestrado y desaparecido por personal uniformado en San Miguel de Tucumán. La última vez que lo vieron, antes de ser asesinado, se encontraba retenido en el campamento militar de Famaillá.
También se puede leer el caso de Eloisa Maria Castelli, docente y música, nacida el 2 de junio de 1955 en Las Heras, provincia de Buenos Aires. Castelli, junto a su compañero Constantino Petrakos, militaban en el PRT-ERP. Fue secuestrada el 11 de noviembre de 1976 en Merlo, a la salida de su trabajo como profesora de música en el Jardín de Infantes «El Palomo» de Libertad. Eloisa estaba embarazada de tres o cuatro meses y es a partir de testimonios que se sabe que dió a luz a Victoria, entre el 8 y 12 de abril de 1977. La pareja y la niña, quien nació en cautiverio, continúan desaparecides.