martes 24 de diciembre de 2024

Era todo risas hasta que… la muerte

Este 5 de marzo se cumple un nuevo aniversario del accidente que le costó la vida a Alberto Olmedo. En esta nota, la vida y obra del capo-cómico.
Alberto Olmedo
Alberto Olmedo fue considerado uno de los actores y comediantes más importantes de la Argentina. Créditos: Norte Chaco.

«Murió en el mejor momento de su vida, con la mina que quería y tomando champagne; y no babeado en una cama hecho mierda», expresó en alguna oportunidad Nancy Herrera, la última mujer de “el Negro” -como le decían- y quien lo vio desplomarse en el piso, hace 34 años atrás. 

Sin embargo, esta cita que proyecta un momento de gloria, hace contraste con lo que pasó luego de que Alberto Olmedo cayera accidentalmente desde un piso 11. Ese impacto, con el que perdió la vida inmediatamente, puso fin a lo que solía ser un ciclo alegre y exitoso para el espectáculo argentino. Todo lo que vino después fue un caos.

Incluso su madre, Matilde Olmedo, al enterarse del accidente, sufrió un paro cardíaco y murió. Por su parte, Jorge Porcel -con quien el actor había encarnado un dúo histórico en el cine– sólo realizó una película y emprendió un cambio radical en su vida: se mudó a Miami y se orientó por la religión evangélica. 

Cuando Olmedo murió, era el fin de la temporada de verano en Mar del Plata. Allí presentaba Éramos tan pobres, su último éxito. Desde entonces, todos armaron las valijas y debieron volver a sus hogares. Las risas se habían apagado para siempre.

La vida antes del artista

Alberto Olmedo nació en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, un 24 de agosto de 1933. Vivió en el cuarto de una pensión con su madre y sus hermanos. Su padre se había borrado un tiempo antes y la situación económica de la familia era muy difícil. Por eso, a los siete años de edad, Olmedo ya trabajaba como ayudante en una verdulería y en una carnicería. A los ocho de repartidor en una panadería y a los nueve, en una farmacia.

Durante una entrevista con Alfredo Serra, el capo-cómico aseguró que padecer la pobreza a tan temprana edad formó su personalidad. “Yo a los siete años ya era un hombre. Y a los 12 andaba en lugares pesados. El hambre me dio la agilidad para sobrevivir en la calle”, confesó Olmedo.

De más grande empezó a transitar el teatro local y logró obtener su primer trabajo en el ambiente: era aplaudidor en el teatro La Comedia. Desde esa oportunidad comenzó a soñar con el mundo del espectáculo. Finalmente a los 18 años formó el dúo Toño-Olmedo junto a Antonio Ruiz Viñas, con quien encaró sus primeros trabajos profesionales. 

En 1954, con tan sólo 21 años, el actor decidió viajar a Buenos Aires para probar suerte. Su primer trabajo en la Capital Federal lo obtuvo finalmente en el año 1955 y fue en Canal 7 como operador. Unos meses después, durante la cena anual organizada por el canal, dicen que Alberto Olmedo se paró sobre una mesa y comenzó a improvisar. 

Los directivos del canal quedaron fascinados con su talento y lo convocaron para actuar. De esta manera, en 1956 debutó en televisión con La Troupe de TV. Al mismo tiempo, comenzó a hacer monólogos y sketch en diversas programaciones de la misma emisora.

Camino al éxito

Su primer papel protagónico lo tuvo en el año 1957, durante el ciclo infantil Joe Bazooka, emitido los sábados al medio día. Sin embargo, Olmedo alcanzó la popularidad en 1960 con el personaje Capitán Piluso. El programa infantil fue un éxito total y quedó grabado por siempre en la memoria colectiva. 

Incluso Fito Paez recordó al personaje en su canción Tema de Piluso, que escribió en homenaje al comediante ya fallecido. “No hay merienda si no hay Capitán”, expresó el músico a través de la letra.

Por otro lado, a finales de 1964, Hugo y Gerardo Sofovich convocaron a Alberto Olmedo para trabajar junto a otros grandes artistas de la época. El programa se llamó Operación Ja Ja y allí interpretó los personajes Rucucu y el Yeneral Rodríguez.

Alberto Olmedo
Luego de su muerte, Jorge Porcel se mudo a Miami y se convirtió en evangélico. Créditos: Maldito Paparazzo

El 3 de diciembre de 1970, el rosarino se consagró con un récord en la televisión argentina: con el especial ‘’Las 36 horas con Olmedo’’, a beneficio de Casa Cuna y el Hospital Argerich. El actor logró la mayor permanencia en cámara y alcanzó los 45 puntos de rating. 

A partir del año 1972 comenzó a trabajar junto a Jorge Porcel, con quien formaría el dúo histórico del espectáculo argentino.

En el 81, con Hugo Sofovich como director, el comediante encabeza No Toca Botón, su último y más exitoso programa de televisión. Los sketchs fueron emitidos hasta el 87 y entre ellos se destacan El manosanta, Borges y Álvarez, Rogelio Roldán, entre otros.

Cuando todo se cayó

Olmedo murió cuando cayó desde el piso 11 del edificio Maral 39 en la ciudad de Mar del Plata en el año 1988. Estaba junto a Nancy Herrera, su última pareja y con quien en ese momento, tenía un encuentro de reconciliación.

Mucho se dijo de esta relación y de cómo había afectado a Olmedo: un año atrás, Herrera había sido fotografiada con Cacho Fontana, uno de los amigos del capo-cómico. Desde ese entonces, allegades al protagonista de No Toca Botón aseguraron que éste tuvo excesos. 

En diálogo con Revista Gente, Beatriz Salomón -una de las Chicas Olmedo– expresó: “Cuando se supo lo de Nancy con Cacho Fontana empezó su tristeza, su bochorno. Para él fue muy fuerte”.

Alberto Olmedo
“¡Me caigo, mamita, me caigo!”, se escuchó gritar antes de caer del piso 11. Créditos: 0223

Sin embargo, a primeras horas del 5 de marzo, Olmedo decidió dejar todo atrás y se reencontró con la mujer en el edificio marplatense. Se dijo que su caída fue un suicido, pero en realidad fue un accidente: alcoholizado trepó la baranda del balcón y perdió el equilibrio.

-¡Me caigo, mamita, me caigo! ¡Agarráme la pierna! ¡Agarráme la pierna!

-¡Yo te agarro, papito, te agarro! ¡Pero no puedo, no puedo, no puedo! 

Fue lo último que se escuchó hasta que cayó al vacío. En ese momento, por el lugar pasaba Oscar Etchart, un fotógrafo de 21 años que, al recuperarse del shock, tomó las fotos del cadáver. Este hecho puso también en evidencia lo peor de esos años: el morbo y el “hambre” de primicia que tenían los dueños de los medios más importantes y lo que estaban dispuestos a hacer para conseguir esas fotos.

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