A poco tiempo de un nuevo comienzo de año en las universidades públicas con un contexto sanitario complejo y luego de dos años de casi nula presencialidad, la incertidumbre sigue siendo la protagonista. El debate presencialidad versus virtualidad, la falta de políticas centralizadas para el sector y el desgaste de la comunidad universitaria por sostener un plan que parecía de contingencia pero que muchos anuncian: “llegó para quedarse”, son algunos de los grandes ejes que complejizan la actual situación de la educación superior y que generan discusiones acaloradas sobre el rumbo que las universidades deberían tomar.
Sin negar que la virtualidad vino con algunas ventajas en términos de inclusión bajo el brazo, sobre todo para quienes trabajan, son madres y padres o viven en el interior, es un error no contemplar al mismo tiempo que, insertas en un contexto de crecimiento exponencial de pobreza, desocupación y crisis educativa, las universidades corren el riesgo de profundizar la distancia con los sectores menos favorecidos si no se planifica e invierte en políticas de inclusión y permanencia. Durante dos años de pandemia fueron pocos o nulos los recursos destinados a comedores, más becas, dispositivos y conectividad, en coherencia con el papel que jugó el ministerio de educación nacional en todos los niveles.
El 2022 prevé un panorama desafiante para las universidades. Habiendo tenido dificultades primero para ordenar sus funcionamientos virtuales durante el primer año de pandemia, se encuentran hoy con muchas resistencias para poder volver a un funcionamiento plenamente presencial o parar una opción mixta potable. Los obstáculos son múltiples, aunque el debate político se estructura principalmente en torno a los derechos estudiantiles y docentes. Para que un modelo mixto (reclamo que aparece con fuerza en gran parte del claustro estudiantil) que sostenga los derechos conquistados en la virtualidad, se imponga, debe contar con el visto bueno de docentes y no docentes, que hasta ahora con justa razón reclaman, se mantiene sólo apelando a su vocación y buena voluntad.
Todos estos debates que aparecen a simple vista como coyunturales, son en realidad la materialización de las posiciones que existen en relación a los modelos universitarios, la función educativa y en definitiva los diferentes proyectos de país. La pandemia, como en tantos otros campos, profundizó en muchos casos las diferencias y aceleró los tiempos en todos los espacios para ensayar respuestas a la altura de la complejidad que la realidad nos presenta.
Venimos observando que retoman fuerza, por un lado, propuestas organizadas de manera funcional al mercado, mientras que, por otro lado, persisten posiciones conservadoras que buscan una vuelta al pasado. Frente a ellas, se nos presenta el desafío de construir nuevas experiencias, fuera de binarismos, a la altura de lo que la sociedad espera de la institución universitaria.
Para aportar al debate desde nuestro espacio venimos proponiendo cinco puntos que se presentan como desafíos para la construcción de un proyecto universitario más popular, inclusivo, innovador y democrático:
1. Pertinencia social: ¿a servicio de qué o quiénes estudiamos? La formación sigue muy atravesada por las lógicas del mercado, solemnes y las academicistas, enciclopédicas. Por el contrario, debemos pensar una Universidad al servicio de toda la sociedad y la nación. Donde la construcción del conocimiento esté orientado a resolver problemas como la Pobreza, la desigualdad, las violencias de género, el desarrollo productivo con control del impacto ambiental.
2. Compromiso y función social. Formación situada, comprometida, solidaria. La universidad al servicio del pueblo que la sostiene.
3. Una nueva reforma. Hay que avanzar en la democratización de nuestras universidades a través de las elecciones directas de rectores y decanos/as. Así como la inclusión de todos los claustros en el Cogobierno, donde la distribución de las representaciones sean por sistema d´hont. La garantía de democratización es la pluralidad de voces. En estos espacios es clave la paridad de género para contribuir a la igualdad entre los géneros.
4. Permanencia. Los altos números de desgranamiento y deserción, nos empujan a pensar políticas de permanencia e inclusión de todos los sectores al sistema educativo. Políticas como las del boleto estudiantil universal, comedor universitario, tutorías entre pares, becas para la libre conectividad (datos móviles y computadoras) para acceder a la cursada virtual, becas de alquileres, de materiales, entre otras. Reglamentar en todas las universidades los regímenes especiales para estudiantes trabajadores/as y/o con familiares a cargo.
5. Innovación académica. No sólo los planes de estudios están desactualizados, también lo están las herramientas pedagógicas con las que cuentan las cátedras. Es necesario debatir las jerarquías entre docentes/estudiantes, la falta de articulación teórica-práctica. Es urgente actualizar los planes de estudio, incitando la incorporación de las nuevas tecnologías en los procesos de enseñanza aprendizaje.
Si como mucho se ha repetido en estos tiempos “las crisis son oportunidades”, el mayor desafío es hacer que valga también para las universidades generando los cambios que hacen falta y aportar a que nuestras instituciones se encuentren verdaderamente a la altura de los tiempos agitados que atravesamos. El futuro no está por venir, está siendo y los debates son urgentes.