Por Mauricio Sáenz
“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, dicen que dijo el dictador Porfirio Díaz a finales del siglo XIX. Esta frase tan manida resuena hoy más que nunca por América Latina. Y no es para menos, pues en el país azteca confluyen al mismo tiempo los temas que dominarán la agenda de la nueva presidencia de Donald Trump frente a la región. Una agenda que se presenta como la más asertiva –y agresiva—que haya adoptado un presidente de Estados Unidos desde, tal vez, los tiempos de Theodore Roosevelt. El recordado aventurero que también tuvo su frase: “I took Panama”.
En las semanas anteriores a su posesión, Trump amenazó a México y Canadá con imponer aranceles del 25 por ciento a sus exportaciones. Un anuncio como ese dejó malherido al tratado de Libre Comercio conocido como T-MEC, pero puso en claro el tono que tendría Washington con sus vecinos.
Pero no solo se trata de México. Muchos de los temas contenciosos de la segunda presidencia de Trump pasan por las relaciones con América Latina. Podrían resumirse en líneas muy generales en migración, narcotráfico, comercio y, gravitando sobre ellos, el rechazo a la creciente presencia de China en la región.
En cuanto a lo primero, desde su presidencia anterior Trump planteó a los inmigrantes “ilegales” (un término deleznable, pues no hay personas ilegales) como la mayor amenaza de seguridad nacional, y prometió construir un muro en más de tres mil kilómetros de frontera, que pagaría México. No logró lo uno ni lo otro, pero esta vez puso el tema en el centro de su campaña, al punto de prometer la mayor deportación de la historia.
El segundo gran asunto de Trump 2.0 tiene que ver con la interdicción de las drogas, ya no solo en cuanto a la cocaína (que podría significar la primera descertificación de Colombia desde la época de Ernesto Samper), sino sobre todo ante la epidemia del fentanilo, que mató 75 mil personas en Estados Unidos solo en 2023.
Trump acusa a México de proveer ese mercado y a Canadá de permitir, por el puerto de Vancouver, la llegada de la materia prima proveniente, cómo no, de China. No por nada la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro Justin Trudeau tratan de maniobrar, cada uno por su lado, para capear el temporal.
Que el fentanilo venga de China conecta con el otro gran tema, la creciente influencia de Beijing en América Latina, mucho más allá de ese negocio criminal. En efecto, China lleva años incursionando en el subcontinente bajo la mirada indiferente de Washington. El gigante asiático detectó ese vacío y poco a poco se ha convertido en el mayor socio de muchos países latinoamericanos. Hoy muchos más países de la región han entrado en el programa Road and Belt Initiative (BRI), y la presencia de Beijing ha adquirido dimensiones preocupantes para Washington. Sobre todo porque los vientos de guerra siguen soplando con fuerza.
¿Ganadores y perdedores?
El nombramiento de Marco Rubio en el Departamento de Estado añade el factor político. El senador por Florida es hijo de exiliados cubanos, habla español, y tiene una larga experiencia como miembro del Comité de Relaciones Exteriores. Es claro que los regímenes de Managua, La Habana y Caracas lo ven como el enemigo.
A pesar de ser un reputado halcón —es el mayor receptor de donaciones de la Asociación Nacional del Rifle—, Rubio representará la sensatez entre quienes tendrán que ver con las relaciones exteriores, como Mike Waltz, el asesor nacional de seguridad, y el vicepresidente JD Vance. El primero presentó el año pasado, como congresista, un proyecto de ley para autorizar operaciones militares contra los carteles sin necesariamente contar con el permiso de México. Y el segundo ha dicho que a los narcotraficantes hay que “presentarles batalla”.
El floridiano es un político avezado y sabe que acciones como esas no conducen a nada constructivo. Pero sí que estará preparando un arsenal de medidas para sacar por fin del poder al régimen cubano. En principio no solo Cuba sino Nicaragua y Venezuela, las otras dictaduras de extrema izquierda, deberían poner las barbas en remojo. Pero en el mundo Trump las cosas no son como parecen. Las primeras dos, las de Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, parecen más vulnerables, pues no tienen nada que ofrecer a cambio de que los dejen tranquilos. En cambio, con el régimen de Nicolás Maduro la historia es otra.
En efecto, la política hacia el dictador venezolano podría convertirse en uno de los grandes retos de Rubio. En primer lugar, por los intereses de la industria petrolera. Uno de los mayores donantes de Trump, Harry Sergeant III, de Global Oil, tiene una cercana relación con el palacio de Miraflores. Además, Maduro autorizó a Chevron a extraer petróleo en su país, mientras llamaba a la inversión norteamericana. A lo que se suma que las refinerías de Texas están especialmente diseñadas para procesar ese crudo espeso y bituminoso.
Y por otro lado, Maduro también podría aprovechar ser el mayor exportador de migrantes hacia Estados Unidos. Para Laura Dib, directora del Programa Venezuela de la Oficina en Washington para América Latina (Wola), “sería muy preocupante que haya una normalización de las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos (…) que Maduro se mantenga en el poder con estas licencias para la explotación y exportación de petróleo y ello a cambio entonces de recibir vuelos de deportación, que es algo que además se vio durante la administración de Biden, justamente en diciembre del año pasado, luego de que se firmó el acuerdo de Barbados”.
Y como dice el experto uruguayo Gabriel Pastor, “creo que hay que poner atención más bien a su enfoque internacional aislacionista, él (Trump) cree que hacer grande a Estados Unidos otra vez supone no involucrarse en conflictos que él cree que no tiene nada para ganar; creo que vamos a ver una prioridad del tema migratorio antes que otros aspectos como la caída de la dictadura de Maduro o de Ortega (…) No solamente por el tema económico sino también porque (en el entorno de Trump) creen que apretar aún más la situación de las petroleras norteamericanas en Venezuela podría hacer que esta se vuelque más hacia Irán o hacia otros enemigos de Estados Unidos”.
Si eso fuera así, una de las mayores víctimas de la presidencia de Trump sería, paradójicamente, la oposición venezolana. Suena absurdo, pero estamos en el Mundo Trump, donde cualquier cosa es posible. Sin embargo Raúl Benítez Manau, profesor e investigador de la UNAM, recomienda esperar al 10 de enero, cuando “tendría que haber cambio de presidente, seguramente no lo va a haber, pero ahí se va a ver cuál va a ser la mano negociadora de Trump o la mano dura de Marco Rubio, cada uno con sus propios postulados”.
Pero tampoco los presidentes de izquierda elegidos democráticamente se han salvado de los ataques de Rubio. A comienzos de 2024 acusó al chileno Gabriel Boric por acoger a financistas de Hezbolá, y lo llamó “una de las principales voces anti-Israel en América Latina. Y el año pasado, consideró a Gustavo Petro una escogencia “peligrosa” para dirigir un país que ha sido un viejo aliado de Estados Unidos, no solo en la guerra contra las drogas.
En el extremo opuesto del espectro político, otros se ilusionan con Trump. En esta categoría se encuentran el argentino Javier Milei y el salvadoreño Nayib Bukele, así como el expresidente brasileño Jair Bolsonaro, que busca regresar al poder con el apoyo del magnate.
Bukele ha recibido elogios del neoyorquino por su política contra la violencia, y tiene a su favor la insistencia en convertir a El Salvador a la economía digital, algo muy del gusto del alter ego de Trump, Elon Musk. Milei se siente reivindicado por el discurso de Trump, y su estilo directo e histriónico ha caído muy bien en Mar-a-Lago, el domicilio del magnate donde se ha convertido en un huésped ocasional.
Pero, de nuevo, nada es tan fácil con el magnate. Bukele se apresuró a ser el primer presidente en felicitar a Trump por su triunfo, pero este ha acusado a los salvadoreños de ser los mayores integrantes de bandas criminales, y en general sus migrantes constituyen un grupo enorme, cuya eventual deportación pondría a prueba la capacidad negociadora de Bukele.
Por el lado de Milei, más allá de sus semejanzas de estilo, lo separa un aspecto fundamental. Lo explica el experto chileno Gilberto Aranda: “la verdad es que tienen objetivos contrapuestos. Milei es un partidario de un minarquismo, si se quiere o de anarcocapitalismo, o sea, el aperturismo total y en el caso de Trump estamos hablando un gobierno de proteccionismo sumo”. Y aunque durante su campaña Milei habló pestes de la presencia china en el continente, ya suavizó su postura y es improbable que abandone el BRI, al que su país se integró en 2022.
Bolsonaro también tiene la simpatía de la familia Trump, y adelanta una campaña de desprestigio contra el presidente Lula da Silva, a quien acusa de ser un dictador socialista cercano a China y a Rusia. La prioridad de Brasil, sin embargo, no parece estar muy alta en la agenda de la nueva Casa Blanca, y nada indicaría que esta se gastara en forzar la reivindicación legal del ultraderechista.
¿Estado policía?
En cuanto a la migración, en la segunda presidencia Trump se está enfocando en perseguir a los indocumentados en el territorio. Las medidas incluyen construir enormes centros de detención, arrestar de nuevo familias enteras y eliminar la libertad provisional de los migrantes. Y ahora va mucho más allá. Quiere eliminar el derecho a la nacionalidad por haber nacido en Estados Unidos, y perseguir no solo a quienes aspiran a entrar al país, sino a quienes ya viven allí hace años pero no han logrado regularizar sus papeles.
Para ello anunció en un mitín el 4 de noviembre que invocaría la ‘Ley de enemigos extranjeros’, de 1798, que le permitiría expulsar, sin pasar por los tribunales, a los ciudadanos de países ‘hostiles’ y no nacionalizados. Eso, junto con la privatización de los centros de detención, y el uso de milicias para perseguir extranjeros, plantea un escenario distópico.
No es para menos, pues en Estados Unidos residen, según estimativos, 11 millones de personas indocumentadas. Más allá de los dramas personales, los países de origen tendrían graves dificultades para acomodarlos de regreso, sin hablar del impacto de la desaparición de las remesas, vitales sobre todo para algunos de Centroamérica, como Salvador, Honduras y Guatemala.
Este es un asunto siniestro por donde se le mire. Para Pastor, “el plan represivo que plantea Trump respecto a los inmigrantes, una de las razones por las cuales ganó la elección, está parado en falsedades. No es cierto que las estadísticas demuestren que la mayoría de los delitos los cometen inmigrantes”. De hecho, “muchos sectores de la economía funcionan gracias a estos. Además un plan para sacar a 11 millones de personas supone convertir a este país en un Estado policía”.
En esas condiciones, los países de origen de los migrantes irregulares deberían esperar de Washington la exigencia de controlar esos flujos, so pena, en la mayoría de los casos, de fuertes sanciones comerciales. Por supuesto en el primer lugar de esa lista estará México, muy mencionado por Trump como la fuente de la mayoría de los problemas de su país, seguido de Venezuela, Colombia, Ecuador y varias naciones centroamericanas. Colombia, por ejemplo, podría recibir presiones para cerrar el paso del Darién, algo que traería gran tensión en las relaciones.
La presencia china
Eso conduce a una pregunta inquietante: ¿esas sanciones comerciales pueden servir para los objetivos de Trump? Y a otra más inquietante: ¿Hasta dónde tolerará Washington la creciente presencia del Reino del Centro, ya no solo en el comercio, sino en la construcción de infraestructura estratégica?
Para muchos, Estados Unidos ya no puede hacer mucho para recuperar su influencia en América Latina. El apetito chino por exportaciones como maíz, cobre, carne, soya y metales como el litio no hace más que crecer, lo que ha convertido a Beijing en el socio comercial preferido de casi todos los países, desde Brasil y Chile hasta Argentina.
Pastor lo pone muy claro: “Estados Unidos creo que está perdiendo esta batalla. En primer lugar me quiero referir al megapuerto peruano en Chancay a unos 70 kilómetros al norte de Lima, es una inversión de 1.300 millones de dólares que forma parte de la iniciativa de la franja y la ruta (BRI) para hacer un lugar neurálgico para China (…)”. Este puerto, junto con el anuncio de Brasilia de la ampliación de la carretera interoceánica que comunica al sur de Perú con Brasil, permitiría una salida de los productos del gigante sudamericano por el Pacífico.
“Estamos teniendo una inversión realmente estratégica y que va a tener consecuencias geopolíticas”, señala Pastor, y agrega: “El otro ejemplo tiene que ver con la reciente cumbre del G20 en Río de Janeiro, donde Lula le extendió la alfombra roja a Xi Jinping en Brasilia y realmente ahí se vio un sentido de un entendimiento más bien en términos geopolíticos. Las relaciones sino-brasileñas para mí están en unos mejores momentos de la historia y esto tiene que ver con la llegada de Trump a la Casa Blanca y las diferencias notorias con el Gobierno de Lula en Brasil”.
Para dar solo dos ejemplos, China superó a Estados Unidos como socio comercial de Perú en 2015, y desde entonces no ha hecho más que agrandar la brecha. Sus compras de granos, carne en canal y metales a Brasil han contribuido a duplicar el comercio con ese país en los últimos diez años, todo según datos de UN Comtrade.
Y el de Chancay es apenas uno de muchos proyectos. Por ejemplo, en Ecuador China financia la renovación del aeropuerto de Manta; en Panamá, construye un ferrocarril entre la capital y la ciudad de David, con una inversión china de 5.500 millones de dólares. En Chile, que ya anunció su integración al BRI, tiende un cable submarino para facilitar las comunicaciones con Asia. En Colombia, una empresa china construye la primera línea del metro de Bogotá. China tiene abiertos 11 proyectos de inversiones en Argentina en ferrocarriles, represas, plantas de energía solar y nuclear. En general, se estima que China ha invertido, a este año, 100.000 millones de dólares en América Latina.
Consciente de sus condiciones frente a Washington, México no ha mostrado mayor interés en integrarse al BRI, pero desde 2018 el intercambio con China ha crecido hasta superar los 100 mil millones de dólares. El país azteca es un gran importador de automóviles chinos y la construcción de una megaplanta para producir vehículos eléctricos está en estudio. China ya se acerca a Estados Unidos como la mayor fuente de importaciones mexicanas. En medios políticos e industriales de ese país señalan los riesgos, ya no de integrarse a la Iniciativa, sino de no hacerlo.
Panamá fue el primer país latinoamericano que se incorporó al BRI, y después se han ido sumando, entre otros Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Paraguay, Bolivia, Costa Rica, El Salvador, República Dominicana, Cuba, Nicaragua, Perú y Argentina, mientras Colombia y Brasil ya firmaron memorándums de entendimiento, es decir, están en lista de espera.
Los críticos señalan contra la ofensiva de Beijing que esta viene acompañada de un enorme endeudamiento y de una exportación del modelo político y cultural chino. Como dice el experto venezolano Luis Salamanca, “todos conocemos la famosa paciencia china, este un enfoque paciente y gradual de racionalidad económica. (…) Y desde el punto de vista político ideológico China no se puede considerar sólo un inversor económico sino también un inversor político que no le no le hace repelús a apoyar a regímenes autocráticos de manera que poco le importa que sean democracias o no sean democracias”.
Datos como esos muestran que la aproximación de mano dura de Trump hacia América Latina podría carecer de dientes y, más bien, conducir al efecto contrario de alejar aún más a sus países de Washington. Para Adam Isacson, director de Wola, “Estados Unidos ya no tiene el poder de mercado ya para castigar a un país que fortalece una relación de comercio e inversión con China, porque China sí tiene un mercado enorme y mucho más inversiones que hacer y dan ayuda más en efectivo sin condiciones. Estados Unidos no está construyendo estadios y bibliotecas, por ejemplo, en El Salvador como regalitos, entonces no se puede competir con eso. Y bueno, Bolsonaro y Milei llegaron a poder insultando a China y resultaron desarrollando relaciones con China porque el tema económico es tan fuerte”.
Y ¿dónde estaría la línea roja a partir de la cual el Gobierno de Trump encendería las alarmas? Isacson cree que eso sucede cuando la cooperación con China sobrepasa lo económico y afecta la seguridad. “Cruza la línea claramente cuando hay bases sospechosas de hacer inteligencia como esa base espacial en Argentina, hay un lugar en Cuba, en Venezuela. Bueno y también cruza la línea para Estados Unidos un país que convierte su columna vertebral de telecomunicaciones a tecnología china como Huawei, porque creen que esas compañías tienen una puerta atrás que va directo a Beijing. Lo de los puertos ya es un tema viejo, pues por ejemplo la empresa china Hutchison Whampoa ha manejado los puertos del Canal de Panamá desde hace casi 25 años. Pero de temas como Chancay también preocupan, porque las vías de comercio son estratégicas y eso también importa, aunque esto es más una área gris”.
En 1823, ante la amenaza de intervención europea en el Nuevo Mundo, el presidente de Estados Unidos James Monroe expidió la famosa doctrina que lleva su nombre y que podría resumirse en ‘América para los estadounidenses’. Casi un siglo después, Theodore Roosevelt concibió uno de sus corolarios, que hoy se conoce como el Gran Garrote, e inauguró un siglo 20 plagado de intervenciones militares de Washington en la región. Hoy, en medio de un ambiente geopolítico peligroso, Donald Trump pretende revivir esas prácticas y ejercer de nuevo una hegemonía que su país prácticamente ya perdió. ¿Se acercan tiempos tumultuosos para la región a partir de 2025? Todo indica que así será.
Publicado originalmente en Connectas