* Escrito por Patricio Suárez Area para Agencia Tierra Viva
Corre el año 1993. Tras el «shock estabilizador» del Plan Convertibilidad del ministro de Economía, Domingo Cavallo, empiezan a aparecer los primeros efectos nocivos de la receta neoliberal. Lo siente el Estado nacional, pero sobre todo las provincias y las comunidades. La apertura indiscriminada de la economía golpea a las producciones regionales.
La Quebrada de Humahuaca, ese valle andino de 155 kilómetros ubicado en Jujuy, habitada por unas 20.000 personas siente los primeros impactos, que un par de años más tarde se expresarán en el deterioro de los indicadores económicos y sociales en todo el país.
En esas tierras ancestrales de los pueblos originarios, donde gran parte de la población se dedica a cultivos nativos y a la cría de llamas y cabras —amén de las artesanías y el turismo, las otras dos actividades clave de la zona—, la armonía de cada productor, de cada familia, con su tiempo y su espacio también se ve alterada.
Y sucedería, entonces, la organización colectiva, la unión de los productores locales en la Cooperativa Agropecuaria Unión Quebrada y Valles (Cauqueva).
“Las primeras reuniones fueron convocadas desde el INTA y se empezó a avizorar ahí la voluntad de los productores de asociarse para hacer frente al contexto”, cuenta Javier Rodríguez, quien en ese momento trabajaba en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y sería, durante más de dos décadas, el referente de la cooperativa que entonces se estaba gestando.
Participaron de los primeros encuentros representantes de 25 comunidades originarias, dueñas de sus tierras y que orientaban la actividad centralmente al autoabastecimiento. Pero el neoliberalismo avanzaba sobre los territorios y urgía adelantar los pasos hacia la organización económica y social.
Los años ’93 y ’94 fueron en los que la tasa de desocupación dio saltos históricos, pasando del siete por ciento del 1992 al doce por ciento en 1994. Por la pérdida de fuentes de empleo y el deterioro en la calidad de vida, las familias de la Quebrada tuvieron que salir de sus fronteras y empezaron a comercializar algunos de sus productos fuera de la comunidad.
El paradigma de la competencia y el sálvese quien pueda se afirmaba a escala global y el gobierno de Carlos Menem era el que mejor lo aplicaba. Desde las raíces de la tierra, surgía otro paradigma, el de la cooperación y la organización asociativa, el paradigma de Cauqueva.
Resistencia cooperativa y crecimiento hasta la nueva crisis
“La dinámica de los primeros encuentros llevó a que, finalmente, un grupo de referentes de las comunidades decidiera dar el paso hacia la constitución de una cooperativa que los agrupara y les permitiera agregar valor a lo que cada uno hacía individualmente”, rememora Rodríguez.
Habían detectado, durante el proceso de organización, un cuello de botella en el formato de comercialización de los productos a los que el propio escenario los había llevado. Es decir, un mercado competitivo y a la vez en retroceso, con cada vez más desocupados, que no podía absorber la oferta de cada productor. “Empezó una segunda vuelta de rosca dentro de la crisis.”
La cooperativa permitió pararse de otra manera y capear el temporal de los noventa. En el 2000, la empresa dio un salto cualitativo y cuantitativo con un sistema de pagos anticipado, a partir de un acuerdo con los mercados centrales de Buenos Aires y de Córdoba para la venta de hortalizas.
Sin embargo, en 2001, el estallido del Plan de Convertibilidad y el «corralito» sobre las cuentas bancarias pusieron otra vez contra las cuerdas a las producciones regionales. El deterioro social y económico producto del modelo reafirmado por el gobierno de la Alianza profundizó la desocupación y la pobreza.
En la Quebrada, otra vez, el golpe se sintió duro pero no pudo derribar a quienes estaban asociados a la cooperativa, dado que este tipo de organización ofrece una malla de contención a sus integrantes y es naturalmente resiliente a todo tipo de crisis.
“Producto de esta nueva crisis hubo que repensar la estrategia y comenzamos a trabajar fuerte con la papa andina, que luego se amplió al eje de cultivos andinos y eso llevó a un crecimiento de la cooperativa desde 2002 hasta 2013”, subraya Rodríguez.
En la primera década del 2000, tras la crisis que se extendió hasta 2022, Cauqueva fue ampliando sus horizontes de comercialización y aumentando la cantidad de servicios para sus asociados. Básicamente, asegurándoles la canalización de parte de la producción y facilitándoles algunos insumos productivos y financieros para sostener las temporadas de siembra y cosecha.
En 2013, vino otro cachetazo, inesperado. El Senasa (Servicio de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) dejó de aprobar a Cauqueva como vendedor de papa andina. Después de superar tantas dificultades desde su gestación, la cooperativa no se iba a quedar quieta.
Sus asociados debieron cambar nuevamente la estrategia y comenzaron a trabajar productos elaborados, una línea que venían gestando pero que potenciaron de manera decidida desde ese momento.
A diez años de aquel último cambio, y otra vez en un contexto nacional difícil, Cauqueva es una marca posicionada en el mercado de productos elaborados como pastas, harinas, alfajores y snacks, a partir de la materia prima que ofrece la tierra quebradeña.
Cauqueva, una asociación de productores con los pies en la tierra
“Empecé desde muy pequeño a trabajar la tierra, como agricultor, salí a trabajar en las quintas como peón, para terceros, estuve en distintos lugares del país”, cuenta Paulino Llampa, actual presidente de la cooperativa.
Después de rodar por distintas latitudes, volvió al pago, el paraje San Pedrito, cerca de Maimará, en el departamento de Tilcara. Y allí eligió trabajar la tierra de su abuelo y de su padre, la tierra propia.
Fue parte de aquellas primeras juntadas donde las comunidades buscaban cómo defenderse del embate neoliberal y contraatacar de manera colectiva y se convirtió en socio fundador de Cauqueva. “Mi segunda casa”, define con orgullo. “El socio es el fundamento de la cooperativa y esta ofrece una ayuda indispensable para que podamos sostenernos y crecer como productores”, explica.
Lo escolta, como vicepresidente, César Zerpa, asociado también desde el inicio. Recuerda que la cooperativa “nació de la confluencia de varios factores, entre ellos el contexto a nivel nacional y la situación coyuntural de la Quebrada de Humahuaca, donde los intermediarios se llevaban la mayor parte de las ganancias de la producción agropecuaria”.
Zerpa tiene una doble herencia. De su madre, la cría de ovinos y de llamas. De su padre, la labor agropecuaria, centrada básicamente en el cultivo de papa andina. Vive y produce en la zona de Abra Pampa.
“Es una zona con suelos no aptos para otro tipo de cultivos”, cuenta. La cooperativa le dio la posibilidad de asociarse y crecer, además de tomar la responsabilidad institucional en la dirección de la organización. “Es un gran aprendizaje. Siempre hay nuevos desafíos”.
De la defensa de los derechos indígenas a la Red de Alimentos Cooperativos
“Cauqueva promueve la producción sustentable en términos generales. Primero, buscando poner en valor y evitar la pérdida de prácticas agrícolas ancestrales. Para quienes practican agricultura con insumos químicos, se promueve la transición hacia la agroecología. Hay una cantidad creciente de productores interesados en sumarse a estas propuestas, que concretamos con ayuda del INTA y las universidades”, expresa con entusiasmo Rodríguez.
Respecto de la producción orgánica, señala: “No hemos avanzado porque la propuesta de certificación que hay nos parece que no se adapta a la realidad de la Quebrada ni logra reflejar algunos atributos de los productos que surgen de esta región.”
El otro punto de apoyo clave para el sostenimiento de la cooperativa es la tenencia de la tierra. “La mayoría de los integrantes de la cooperativa son parte de comunidades originarias que históricamente han atravesado conflictos”.
La cooperativa también fue una malla de contención a la hora de poner el cuerpo colectivamente ante las amenazas o avances directos que algunas familias sufrieron sobre sus tierras, básicamente por la minería, el turismo y la expansión de la frontera del agronegocio.
“Siempre se han apoyado los reclamos, incluso presencialmente, en las rutas o en las mismas tierras de las comunidades. Entendemos que es fundamental que las familias puedan mantener la propiedad y la posesión de la tierra y que sean respetadas a la luz de toda la legislación nacional y los convenios internacionales acerca de los derechos de los pueblos originarios”, afirma Rodríguez.
Como suele ocurrir en este tipo de organizaciones, la estrategia asociativa no se limita a robustecer vínculos hacia adentro sino también a apoyarse en entidades externas que pueden darle un mayor empuje a la actividad productiva y comercial, en este caso.
En esa línea, además de seguir apoyándose en el INTA y el IPAF a nivel local, Cauqueva trabaja, desde 2004, con el laboratorio de alimentos de la Universidad Nacional de Jujuy, lo que le permitió optimizar el cambio —paulatino al comienzo y definitivo desde 2013— de ofrecer productos primarios a productos elaborados.
En el camino tejieron alianzas también con la Universidad de Buenos Aires —que tiene un centro en Tilcara a través de la Facultad de Filosofía y Letras—, con la de Salta, la de Río Cuarto, la de Tucumán y la Tomás Frías, de Potosí (Bolivia).
Esta última no es la única relación internacional impulsada por la cooperativa. Cauqueva, a través de la Red de Alimentos Cooperativos, entró en contacto con organizaciones de productores y de consumidores de distintos países de la región.
Fruto de esas vinculaciones, empezó a tomar fuerza una red latinoamericana de alimentos cooperativos, ampliando el ya consolidado entramado nacional con más de 100 puntos de venta en todo el país.
La red nacional integra a organizaciones dedicadas a la producción primaria, otras que agregan valor y elaboran alimentos, otras que se dedican a la comercialización. También a organizaciones de consumidores.
Estos eslabones son atravesados, a su vez, por organizaciones que brindan financiamiento, comunicación y marketing, capacitación y asistencia técnica, entre otras herramientas. “La idea es sumar actores y definir una cadena cooperativa completa como forma de establecer la cancha propia donde jugar nuestros partidos”, resume Rodríguez.
«Una economía con mejores condiciones de vida para los trabajadores y alimentos a la población»
Cauqueva fue anfitriona del 4° encuentro nacional de la Red de Alimentos Cooperativos, en Maimará, del 21 al 24 de agosto. Participaron unas 40 organizaciones con el objetivo de fortalecer las estrategias asociativas y cooperativizar la cadena de valor agroalimentaria a nivel nacional y regional.
“Fue un encuentro muy potente, basado en la integración y la reciprocidad, es decir en lograr igualdad de condiciones y aportar lo que cada uno puede sumar para superar juntos los desafíos de la producción, la comercialización y la logística”, valora Rodríguez.
Las jornadas no solamente enriquecieron a las cooperativas en función de los distintos debates abordados. También dieron firmes pasos hacia adelante en términos institucionales.
En Maimará se realizó la primera asamblea con la correspondiente designación de autoridades y la ampliación del Consejo de Administración de la flamante Federación Nacional de Cooperativas Agroalimentarias (Alimentar), que tendrá distintas secretarías para responder a los diferentes necesidades de la cadena agroalimentaria.
Montada sobre el proceso de la Red de Alimentos Cooperativos, que ya lleva varios años, la federación es la cristalización de la integración de los distintos actores de la red. Por otro lado, representantes de organizaciones de Chile, Bolivia, Brasil y Uruguay, que vienen vinculándose con la red nacional, fueron invitados al encuentro y firmaron el acta constitutiva de la Red Regional de Cooperativas de la Agricultura Familiar.
Finalizado el encuentro en la Quebrada, Rodríguez mira hacia atrás, analiza todo el recorrido de Cauqueva, desde aquellos dramáticos años noventa, el vertiginoso inicio de siglo y todo lo que vino después. En definitiva, confirma la superación de diversos obstáculos, la necesidad de enfrentar las crisis, de redefinir estrategias y objetivos y de demostrar que cooperando se llega más lejos y llegan todos. Cada vez más.
Por eso puede mirar hacia adelante y afirmar con plena convicción: “Esto es una construcción que hacemos junto con muchos otros actores con los cuales tenemos una manera de ver la economía donde debe haber un reparto equitativo de excedentes a lo largo de toda la cadena, una economía que genere empleo, que brinde mejores condiciones de vida para los trabajadores, que pueda abastecer de alimentos a la población. Una mirada inclusiva, con muchas chances de crecer y prosperar en nuestro país y en el mundo”.