* Escrito por Darío Aranda para Agencia Tierra Viva
Fueron los primeros en sufrir un genocidio.
Tenían formas de gobierno desde mucho antes de que existiera la democracia griega.
Fueron (y son) los primeros ambientalistas.
Y, en estos lados del mundo, son de los pocos que plantean futuros distintos: construyen autonomías territoriales, sin someterse a burocracias partidarias ni extractivismos que arrasan la naturaleza.
Ante otro 12 de octubre, llamado durante mucho tiempo «Día de la raza» o del «descubrimiento», a 532 años de la llegada de Colón, los pueblos indígenas marcan una agenda cargada de presente y futuro.
«En Argentina no hay indígenas», enseñaban en los colegios en la década del 90. «El país más europeo de América Latina«, una frase aún común del pensar clasemediero. Y, muy de moda en los últimos años: «Los Mapuches son chilenos». Son solo una muestra de esa mezcla de ignorancia y racismo local.
Según el último Censo Nacional, en Argentina se contabilizan 1,3 millones de personas que se identifican como parte de los pueblos indígenas. Todas las organizaciones indígenas afirman que la cifra real es mucho mayor.
En Argentina viven 38 pueblos indígenas. Que son preexistes al Estado argentino. La propia Constitución Nacional lo reconoce: «Se reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos (…) Se debe reconocer la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano (…) Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten».
La foto actual de la situación de los pueblos indígenas es más que preocupante. El Poder Judicial acaba de condenar por «usurpación» a dos comunidades mapuches en Río Negro (Quemquemtrew y Lafken Winkul Mapu). Los gobiernos provinciales avanzan junto a las mineras de litio. Y el gobierno nacional tomó medidas que desconocen los derechos indígenas, al mismo tiempo que desfinancia el cuidado de los bosques nativos.
Wayra Quique González es kolla, vive en Jujuy y es un activo luchador por los derechos indígenas. A modo de muestra, al momento del llamado telefónico se encontraba en una protesta frente a un congreso empresarial de litio. «Estamos ante una verdadera casta ‘económica’ fusionada con la auténtica casta política que veta leyes en contra de nuestros abuelos, abuelas y de la educación pública. Como hace más de 500 años, los ll’unkus (aduladores) de estos tiempos siguen siendo funcionales, serviles a los imperios hoy neo-colonizadores que vienen a perpetuar su voraz dominio y destrucción en nuestros territorios», contextualiza.
Como sucedió con los gobiernos anteriores, no es novedad que los funcionarios pretenden los territorios indígenas, como fue en la llamada Campaña del Desierto (que no era un desierto). El Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) es una muestra más. Como hace un siglo atrás, ansían los territorios para introducirlos al mercado capitalista: al extractivismo minero, petrolero, del agronegocio, forestal (entre otros).
La foto es esa. Pero la película también incluye:
- Pueblos que renacen, se reorganizan, enfrentan la discriminación y gritan «somos, estamos vivos». Muestra de eso, a fines de la década del ’90 el Estado argentino reconocía a solo 16 pueblos indígenas en el hoy territorial nacional. Producto de la lucha de las comunidades originarias, hoy en día el Estado Nacional reconoce la preexistencia de 38 pueblos indígenas y al menos 1600 comunidades. Un paradigma, aún en proceso de reconocimiento, es el Pueblo Nivaclé de Formosa.
- A diferencia de décadas atrás, los pueblos indígenas son activos sujetos políticos, en lucha, visibles, protagonistas. Un punto de quiebre, continental, fue 1992, en el denominado Quinto Centenario y la consigna «nada que festejar».
- El Pueblo Mapuche recuperó más de 230.000 hectáreas en las últimas décadas. Cuando el poder político mira para otro lado, y cuando jueces y fiscales no aplican la ley, comunidades indígenas han tomado acciones directas para recuperar territorios que estaban en manos de grandes terratenientes. La comunidad Santa Rosa Leleque, frente a la multinacional Benetton, es un caso emblemático.
- De forma similar, el Pueblo Mbya (Misiones), Atacama (Catamarca) y Kolla (Jujuy) son referencias en la defensa del territorio frente a forestales y mineras.
La historia de los pueblos originarios la escriben los propios indígenas, con su puño o con su testimonio, y siempre poniendo el cuerpo. Sin miradas idílicas, con contradicciones y hasta detractores, un breve (e incompleto) repaso de nombres que han ayudado a entender la lucha indígena en Argentina: Israel Alegre, Chaco Liempe, Argentina Paz Quiroga, Román Guitián, Guillermina Guanco, Noolé Palomo, María Piciñan, Mauro Millán, Jorge Nahuel, Jorgelina Duarte, Angel Cayupil, Verónica Chávez, Marcos Pastrana, Clemente Flores, Juan Chico, Jeremías Chauque, Mariela Alancay, Orlando Carriqueo, Enrique González, Pety Piciñam, Santiago Ramos, Nilo Cayuqueo, Daniel Morales y don Patricio Huichulef.
Los pueblos indígenas y los campesinos son los mayores cuidadores de la biodiversidad del planeta. Hasta Naciones Unidas reconoció que los pueblos originarios son imprescindibles para proteger lo que queda de naturaleza y contrarrestar el cambio climático.
Y, en el mundo del revés, los pueblos indígenas son de los más perseguidos y asesinados por enfrentarse a las actividades extractivas. El último informe de la ONG Global Witness señala que América Latina es una de las zonas más peligrosas para los defensores de los territorios (allí se producen el 85 por ciento de los asesinatos). Y, entre ellos, los pueblos indígenas son las principales víctimas.
Argentina también cuenta con víctimas fatales: Javier Chocobar, Roberto López, Mario López, Miguel Galván, Florentín Díaz, Rafael Nahuel y Elías Garay Cañicol, entre otros nombres de una larga lista.
Cuando asesinaron por la espalda al joven mapuche Rafael Nahuel (noviembre de 2017), en medio de una avanzada represiva que había incluido la desaparición y muerte de Santiago Maldonado, el mensaje esperanzador provino de otro joven mapuche, Lefxaru Nawel: «Estamos con mucha bronca, con impotencia y dolor, pero vamos a seguir adelante. Nuestro pueblo sobrevivió a dos genocidios, el de Roca y el de la última dictadura militar. Vamos a seguir adelante».
El histórico Malón de la Paz de 2023, donde cientos de hombres y mujeres indígenas viajaron desde Jujuy a la ciudad de Buenos Aires, es una muestra la decisión de las comunidades por exigir el cumplimiento de derechos y el protagonismo en la defensa del territorio. «Tienen que entender estos señores, de gobiernos y empresas, que tenemos derechos, que nosotros vivimos en ese territorio y, entiendan por favor, que el agua vale más que el litio. Por eso, vamos a seguir firmes con nuestra decisión: ¡Fuera las mineras!», explicó Mariela Alancay, de la comunidad indígena de Aguas Blancas (en las Salinas Grandes —espacio codiciado por las empresas mineras—), es su primera vez que pisaba la ciudad de Buenos Aires.
Wayra González, del Pueblo Kolla de Abra Pampa, aporta una mirada de futuro: «Desde lo profundo de nuestra Pacha se va gestando algo nuevo, sosteniendo la luz y el calor de nuestros fueguitos de nuestro abuelo fuego. En estos días por Jujuy se percibe la rebeldía de nuestras ancestras que se materializa en las hermanas, nuestras warmikunas (mujeres) que van tejiendo y haciendo realidad el cambio definitivo de un mundo más humano».
El 1 de enero se cumplieron treinta años del levantamiento zapatista, una revolución nacida, gestada y llevada a cabo por comunidades indígenas de México.
El último comunicado, de inicios de octubre, le dedica sus palabras a hombres y mujeres puntuales: «En los distintos rincones del mundo hay personas que dicen ‘no’ cuando la mayoría asiente con resignado desinterés, personas que levantan la frente cuando la mayoría la inclina, que caminan para encontrar cuando la mayoría se sienta a esperar, que luchan cuando la mayoría se rinde».
«Esas personas. Tan pequeñas. Tan distintas. Tan diferentes. Tan minoritarias. Tan necesarias. Esas personas ahí están. Aunque no sean nombradas, aunque la mirada del Poder no las tome en cuenta, aunque no las escuchen arriba, aunque no aparezcan en encuestas y estadísticas. Esas personas… Para ellas nuestro corazón, nuestra palabra buscándolas, nuestro abrazo común a pesar de geografías y calendarios. Para ellas, y con ellas, la fiesta de los encuentros».
Muchas de esas personas son —como los zapatistas— indígenas.