Por Jésica Bustos
En la localidad formoseña de Villa Dos Trece, en el departamento de Pirané, a unos 150 kilómetros de Formosa capital, resisten al desmonte unas 25 hectáreas de bosque nativo, que hacen las veces de reservorio de agua, refugio de tapires, aguará guazú y monos, y otras 25 hectáreas de chacra agroecológica. En el predio se levanta también una escuela popular campesina. En la localidad que supo ser capital de la zafra algodonera, La Arboleda es el nombre del emprendimiento familiar que hoy es un faro agroecológico dedicado a sostener los valores del “campo que alimenta”, que ha sido despojado de territorios y manos. Un bastión de la lucha campesina familiar y conservación, de promoción y educación de la agricultura sin venenos.
Formosa es parte de la ecorregión conocida como Parque Chaqueño (junto a Chaco, Santiago del Estero y zonas de Córdoba, Santa Fe, San Luis, Salta, Tucumán, La Rioja, Catamarca, San Juan y Corrientes). Y que a su vez forma parte del Gran Chaco Americano (junto con Bolivia, Paraguay y Brasil). Lo que la distingue de otras zonas del país es su amplia variedad de climas, que se traduce en una rica biodiversidad. Bosques, llanuras, humedales y pastizales son algunos de los ecosistemas que resguardan el hábitat de una extensa lista de especies vegetales y animales, algunos de ellos en extinción o en vías de estarlo, por el avance del hombre y sus prácticas de usos del suelo.
El Gran Chaco Americano es la ecorregión boscosa más extensa del continente después del Amazonas y la más grande de bosques secos de América del Sur. Ocupa unas 107 millones de hectáreas, de las cuales el 60 por ciento se encuentran en Argentina. En Formosa, sobre el río Bermejo, se despliega en kilómetros de praderas naturales, bosques, montes y esteros; casa común del aguará guazú, yaguaretés, monos, tapires, tatú carreta, oso hormiguero, zorro, coatí y carpinchos, entre muchas especies de aves, anfibios y serpientes.
Es una extensa ecorregión vulnerable a la crisis climática. En particular a las extensas sequías que afectan el acceso al agua, complica a los cultivos y modifica la calidad de los suelos. En el departamento de Pirané y, en particular, en la zona sur, al límite con Chaco, donde se encuentra La Arboleda, las características son de una zona subtropical a tropical, un clima ideal para la producción citrícola, para el desarrollo de la horticultura y fruticultura —sandías, melón, bananas—, la apicultura y la ganadería.
Del monocultivo de algodón a la agroecología como bandera
En esa zona biodiversa, Miguel Gauliski, de 70 años, se presenta como productor conservacionista. Lleva 30 años cuidando los bienes naturales en las casi 50 hectáreas que se reparten entre bosque nativo y chacra familiar, que trabaja junto a uno de sus hijos. Con un cálido tono de voz explica que no siempre fue así, que en la década de los 90, con el boom del algodón, tanto él como los productores vecinos se vieron envueltos en lo que describe como un “canto de sirenas”. En aquellos años, el combo que les ofrecían era completo: rendimientos espectaculares, monocultivo y cóctel de agroquímicos.
Con la “revolución productiva menemista” y el caos de la convertibilidad, el panorama fue cambiando y la vida de las economías regionales se fue deteriorando. “Si queríamos quedarnos en el campo teníamos que hacer otra cosa porque no cerraban los números”, detalla Gauliski y explica que ponerse en movimiento lo llevó a buscar nuevos horizontes, a estudiar nuevas fórmulas que le evitaran vender la chacra y migrar a la ciudad.
Viajó a Chile en 1994, invitado junto a otras organizaciones de América Latina al Centro de Educación y Tecnología y, según sus palabras, “hizo el clic”. En la visita a una experiencia agroecológica familiar comunitaria, desarrollada en seis hectáreas, entendió que los humanos solo pueden hacer cosas maravillosas cuando saben qué se está poniendo en juego, porque claro, nadie puede defender lo que no conoce.
“Cuando volví quise poner en práctica lo que había visto, producir cuidando el suelo con una tecnología de bajo costo, que respeta la vida no solo del ser humano sino de todos los seres vivos. Era hacer todo a contramano de lo que hacíamos acá”, explica el productor y admite que él también era parte de los que buscan rendimientos a costa de tierra arrasada.
Ese proceso de conversión llevó, al menos, seis años en los que junto a su familia tuvo que desaprender y aprender a cambiar cosas que, según Gauliski, el Estado nunca brindó: conocimientos e investigación sobre un modelo distinto de producción que no dependa de transgénicos ni insumos externos. “Como el sistema agroecológico es conservacionista, va a contrapelo, porque tiene la mirada de producir conservando los recursos naturales. Es una disputa en desventaja, porque el modelo actual tiene mucho poder, económico y político”, advierte Gauliski.
Además de cambiar sus prácticas agrícolas, Gauliski entendió que conservar las 25 hectáreas de bosque nativo en sus tierras era además de una decisión sabia, una necesidad para lo que vendría más adelante. Los animales de cría necesitarían agua, sombra y comida. Y todo eso lo brinda el bosque.
“Cuando volví de Chile descarté el algodón y nunca más lo sembré. Reemplazamos con cultivos para consumo humano como el choclo, el maíz para hacer harina, sandías, zapallos, melones, pepinos, batata, mandioca”, explica Gauliski. La comercialización se organizó junto a productores vecinos y feriantes en el mercado local y regional; lo que les permitió “subsistir y mejorar inclusive la economía familiar”.
Con el paso del tiempo, el modelo de producción de La Arboleda, que lleva adelante Gauliski junto a su hijo (un joven estudiante), se volcó también a la ganadería para el abastecimiento local, ya que “las grandes estancias y empresarios que vienen a Formosa hacen ganadería intensiva y eso va todo para exportación”. El productor señala que el mercado local de carne es abastecido por pequeños productores ganaderos que, a pesar de la crisis económica, tiene una gran demanda por su precio y calidad.
Estar en constante movimiento lo llevó también a probar nuevas estrategias como la incorporación de ovejas, que —según él— se llevan muy bien con sus vacas. Y continúa sosteniendo la plantación de cítricos, a pesar de la falta de agua por la intensa sequía. “Produzco pomelo de excelente calidad que van directo al mercado de la capital de Formosa. Vendemos todo lo que llevamos”, explica.
Gauliski se considera productor y activista, convencido de que este modelo sin agrotóxicos “da para vivir bien”. Señala que si una familia “hace agroecología no sólo puede vivir bien sino también empezar a liberarse del paquete tecnológico y de todo aquello que nos perjudica”. Aunque aclara que “hay que empezar a recuperar semillas, hay un montón de cosas que hay que desandar”.
La Arboleda, producción y conservación frente al modelo de las topadoras
Además de la chacra agroecológica, La Arboleda conserva la mitad del predio en hectáreas de monte nativo. “Soy defensor de los bosques nativos por una necesidad de preservar los servicios ambientales que brinda, por la riqueza natural que hay ahí”, valora el productor formoseño, preocupado por el futuro de la agricultura: “Nuestros bosques están prácticamente en extinción, camino a desaparecer, todos los días vemos a las topadoras, a ese mismo modelo que implementan en Chaco y en Santiago del Estero”.
Argentina se encuentra entre los diez países con mayor pérdida de bosques, principalmente, en las provincias de Chaco, Formosa, Salta y Santiago del Estero. Es la región en donde más se han visto los efectos por los cambios en el uso de la tierra vinculados a la habilitación de superficies para la producción agrícola (especialmente de oleaginosas y cereales) y ganadera. La expansión de la frontera agropecuaria la convierte en el segundo foco de deforestación después del Amazonas, según datos que se desprenden del informe sobre la deforestación de bosques nativos elaborado, en 2020, por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Desarrollo (APCD).
“Están sembrando soja, maíz, muy pocos algodón y el resto hace pastura”, cuenta Gauliski con preocupación sobre lo que ocurre alrededor de su chacra agroecológica. Y agrega el efecto de ese modelo que lo rodea, desde la década 90: “Fue desapareciendo el campesinado, el pequeño productor porque no hay política de desarrollo que los contenga”. En cuanto se retiró el Estado, desembarcaron “grandes empresas con la promesa de invertir para generar trabajo y riqueza, pero cada vez estamos más pobres”.
En Argentina, las provincias con mayor superficie de bosque nativo son Santiago del Estero, Salta, Chaco y Formosa, según consta en el último informe elaborado por el ex Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable sobre causas e impactos de la deforestación de los bosques nativos. La población rural directamente vinculada a los bosques es de casi dos millones de habitantes, lo que representa al 54,6 por ciento de la población rural del país.
“Nuestros políticos están enamorados de ese modelo porque es una manera de hacer plata cada vez más rápido”, sintetiza Gauliski. El panorama no deja de ser desalentador si se suma a la cuenta que la crisis climática, que intensifica los fenómenos naturales, por supuesto, haciéndolos más intensos, más frecuentes y más devastadores.
El desmonte modifica el ciclo hidrológico, genera pérdida en la fertilidad de los suelos y aumenta la emisión de gases de efecto invernadero, lo que se traduce en una pérdida de biodiversidad. La reducción de la cobertura forestal deja el suelo prácticamente desnudo, lo que aumenta el drenaje superficial, favoreciendo la erosión y, en consecuencia, la intensidad y frecuencia de las inundaciones.
Son varios los servicios ambientales brindados por los bosques, reconocidos en la Ley 26.331 de Bosques Nativos, entre ellos, la regulación hídrica, la conservación de la biodiversidad, del suelo y de la calidad del agua, sin contar que contribuyen con la fijación de carbono, con la diversificación y belleza del paisaje. Todos estos son servicios comunitarios, es decir, que su beneficio es compartido por toda la población.
Según datos que recabó la organización Greenpeace, en su informe anual de Deforestación en el Norte de Argentina de 2023, Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Salta concentran el 75 por ciento de los desmontes del país. Y en particular, en Formosa, la superficie deforestada superó las 17.000 hectáreas. Los datos surgen del relevamiento satelital de bosques nativos desmontados por cambio de uso de suelo, es decir, no están sumadas allí las hectáreas que fueron afectadas por incendios.
Del mismo informe se desprende que, si bien en líneas generales la deforestación disminuyó en un 40 por ciento desde la implementación de la Ley Bosques; durante el 2023 fue superior a la del año anterior, con un total de 118.805 hectáreas. En la mayoría de los casos, se trata de desmontes ilegales que violan medidas cautelares o la legislación provincial sobre Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos, en categorías donde no está permitido deforestar.
La educación ambiental como herramienta para otro modelo
Preocupado por el impacto del modelo productivo convencional, Gauliski no sólo abandonó los venenos y el algodón sino que además se convenció de que la historia podría empezar a cambiar si compartía los conocimientos adquiridos y plantaba una semilla en otros. Así fue que comenzó a abrir su chacra agroecológica para el intercambio de saberes con establecimientos educativos rurales, de modo tal que quienes adquirían la teoría en las escuelas, las llevaran a la práctica en La Arboleda.
Entre frutales y distintas variedades de plantas nativas, acondicionó un lugar para acampar y “enseñar cómo se puede producir cuidando el suelo, el agua y el bosque”. Y aclara que la propuesta familiar no tiene que ver tanto con el ecoturismo sino con un espacio de reflexión práctica para “generar conciencia ambiental desde lo productivo”, en lo que define como un “campamento agroecológico”.
La Arboleda articula con establecimientos educativos, de distintos niveles de formación, para fortalecer los conocimientos de otro tipo de trabajo con la tierra. Por ejemplo, el “Encuentro de Agroecología y Soberanía Alimentaria” que se realizó entre el 23 y el 28 de septiembre, organizado en conjunto con la Cátedra Libre de Agricultura Familiar y Soberanía Alimentaria, la Tecnicatura Universitaria en Agroecología de la Facultad de Ciencias Agrarias-Universidad Nacional Lomas de Zamora y el Centro Agroecológico ASHPA.
La intención es fortalecer la “formación-acción” desde el paradigma de la agroecología de cara a la transformación de los sistemas alimentarios locales, para contribuir con el arraigo rural y el desarrollo socioeconómico de las comunidades.
“En la localidad de Villa Dos Tres tenemos dos agrotécnicas y dos secundarios rurales que queremos apoyar porque los jóvenes se van buscando otro porvenir, porque no hay respuestas, el sistema agropecuario convencional no los contiene, al contrario, los expulsa”, fundamenta Gauliski y resalta que el modelo convencional de agricultura “no necesita mano de obra”, mientras destruye el sistema ancestral del cuidado de las semillas criollas, con lo que además de perderse el trabajo también se va con ella la seguridad y soberanía alimentaria de las comunidades.
En el camino por la disputa de territorio al modelo convencional, las estrategias alternativas precisan de impulso y acompañamiento del Estado. “Un paquete de semillas de zapallo cuesta unos 200 mil pesos para sembrar una hectárea o menos, es inalcanzable para la pequeña familia productora”, señala Gauliski en un contexto de vaciamiento de las políticas para el sector por parte del gobierno de Javier Milei. En paralelo, asegura que el agronegocio, lo que propone el mercado, “echa al pequeño productor criollo, indígena del campo para que las grandes empresas ocupen sus tierras y produzcan a costa de destruir toda la riqueza natural y el agua”.
A este productor conservacionista no le tiembla la voz al advertir que “todos los funcionarios, desde el gobernador (Gildo Insfrán) para abajo, en Formosa, tienen las manos manchadas con sangre de tapires, de aguará guazú, de yaguareté”. Y es por eso que trabaja desde el territorio para que el velo se corra, se haga eco de lo que ocurre con los recursos naturales, que caracteriza rotundamente como “un crimen, un ecocidio”. Porque en definitiva, como sintetiza con esperanza, “la verdad es lo que nos hace libres”.