¿Qué lleva a que dos personas inseparables tomen distancia y no se vean ni hablen por 50 años? ¿Qué circunstancias pueden ocasionar un reencuentro? ¿Un vínculo es capaz de sanar después de tanto tiempo? Andrés Montero utiliza estos interrogantes como excusa para contar un relato entrañable y cautivador.
El año en que hablamos con el mar es un universo de microhistorias que se unen y relacionan para reconstruir la historia madre: la de los mellizos Garcés. En su infancia y adolescencia supieron ser muy unidos, pero un día Jerónimo decidió irse de su isla natal sin mirar atrás. Recorrió el mundo y conoció los lugares más recónditos para escribir reportajes. En cambio, Julián jamás salió de su tierra y con el tiempo se mudó a las alturas convirtiéndose en un ermitaño.
Todo transcurre en una isla perdida del sur de Chile que no figura en los mapas y fue olvidada por los turistas tras un tsunami. El lugar, además, parece tener matices sobrenaturales ya que le habla a sus habitantes mediante pequeñas alteraciones que los pone en alerta. Es el aire tibio, el mar picado, y el aleteo nervioso de las aves lo que les anuncia la llegada de una visita inesperada. Después de medio siglo de su partida, Jerónimo Garcés arriba con un avioneta ante los isleños que primero lo confunden con un forastero y luego lo observan como a un fantasma del pasado.
“Lo supimos por la mirada amplia, por el suspiro de los que vuelven. Lo decía también con los ojos: había algo en ellos que hablaba del tiempo y la nostalgia, de la necesidad de juntar las imágenes de los recuerdos con las que tenía ahora a la vista, de ponerlas unas sobre otras para comprobar si calzaban o si había que hacer algunos ajustes en la memoria”.
Él regresa para ver a su hermano tras cinco décadas de ausencia y silencio. Aunque por un instante el reencuentro es pacífico, la calma pronto desaparece como refleja este fragmento: “La señora Nancy vio a don Jerónimo afuera de la caseta del aeródromo, con su maleta, su maletín y su cámara de fotos, sentado en los escalones como un niño perdido. Tenía el pómulo derecho todo amoratado”.
Luego de una pelea que involucra golpes, Jerónimo resuelve marcharse del mismo modo en el que volvió. Sin embargo, lo que en un principio parece una estadía de pocos días se prolonga como consecuencia del “bicho”, palabra que los isleños usan para referirse a la pandemia de coronavirus. Es la mención a la crisis sanitaria, y también al estallido social chileno, lo que nos ofrece un marco temporal y borra toda abstracción.
De esta manera, atrapado y sin más alternativa, Jerónimo se ve obligado a tratar de convivir con su hermano a lo largo de un año. La novela está fragmentada en las cuatro estaciones, comenzando en “Verano” para culminar en “Primavera”.
Con el correr de las páginas nos adentramos en este vínculo y en la isla de la mano de sus habitantes, quienes desde el sorpresivo retorno se reúnen en un barco transformado en taberna con el fin de descubrir en qué momento y por qué se rompió esa relación que se percibía indestructible. Dispuestos a revelar el misterio de los hermanos Garcés, despliegan numerosas historias en las que cada uno aporta su huella generando así un relato colectivo.
Además de la belleza y riqueza de estos relatos que hacen a la novela, otro de los puntos destacables es la alteración en las voces narrativas. La mayor parte está contada desde la voz del pueblo, un narrador poco común que nos sumerge en un ambiente de complicidad y nos hace testigos de la unión de una comunidad para reavivar la memoria. A su vez, las narraciones se ven interrumpidas por acotaciones que alimentan esa sensación de que somos parte de algo. “Es preciso anotar que en este punto se armó una discusión entre las mujeres y los hombres, de pronto separados físicamente en la taberna: a este lado nosotras, a este lado nosotros. A las mujeres nos pareció que los hombres (…) Los hombres alegamos que las mujeres (…)”.
Por otro lado, Andrés Montero recurre a la primera persona del singular para profundizar esta relación e indagar en el pasado desde el punto de vista de uno de los mellizos. “Respiró profundamente y miró al cielo, con un dramatismo que me pareció insoportable. Cuando volvió a mirarme, sin embargo, tenía los ojos mojados. Sentí que mi rabia se convertía en otra cosa que no supe distinguir entonces y no sé reconocer ahora”.
El año en que hablamos con el mar es una novela difícil de olvidar, de esas que se ganan un lugar especial en la biblioteca. Se torna compleja la tarea de reseñarla sin caer en spoilers. Basta con decir que tiene casi todo: un conflicto intrigante, una ambientación que despierta la imaginación, un pacto con el Diablo, el mito de una campana de oro hundida en el fondo del mar, un lugar para recordar almas, y toques de realismo mágico. Esta es la historia de dos hermanos, pero también es la de un pueblo y su isla. Es una historia de amigos y ancestros, de amor y amores, de mitos y leyendas, y de contextos políticos. Todos estos elementos bien distintos se amalgaman para crear una obra humana y atrapante, con un final que nos empuja a explorar aún más el universo de este escritor.
Sobre Andrés Montero
Andrés Montero, nacido en Santiago de Chile en 1990, es escritor y narrador oral. Escribió las novelas Tony Ninguno y Taguada, el libro de cuentos La muerte viene estilando, y el ensayo Por qué contar cuentos en el siglo XXI. También es autor de cuatro libros juveniles: Alguien toca la puerta; Tres noches en la escuela; En el horizonte se dibuja un barco; y Bestiario de Chile. Sus obras fueron publicadas en su país, Argentina, México, España, Italia, Grecia y Dinamarca.
Además, es fundador de la Compañía La Matrioska. Junto a Nicole Castillo dirige la Escuela Casa Contada y conduce el programa de televisión “Los cuenteros en ruta”.
En 2017 obtuvo el X Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska de la Ciudad de México por la novela Tony Ninguno, y en 2022 recibió el Premio del Círculo de Críticos de Arte, el Premio Municipal de Santiago, el Premio de la Academia de la Lengua y el Premio Mejores Obras Literarias del Ministerio de las Culturas por La muerte viene estilando.
En abril de este año, Montero publicó El año en que hablamos con el mar bajo el sello de editorial La Pollera, la cual tiene en su catálogo otros de sus títulos.