La guionista y directora Victoria Hladilo presenta una propuesta cinematográfica interesante, que nació en las tablas del teatro alternativo porteño y ahora da el salto a la gran pantalla. Se trata de «La culpa de nada», una adaptación de la obra homónima que cosechó éxitos en los últimos años en el teatro porteño El Camarín de las Musas y distintos festivales.
De esta forma, hoy llega al cine con algunos ajustes necesarios para su traslado al lenguaje audiovisual. Las funciones serán los sábados de julio a las 19 en el Cine Arte Cacodelphia (Av. Roque Saenz Peña 1150, CABA).
La historia arranca con un viaje de cinco amigos a las sierras de Cordoba. Inmaduros y cómplices, se los representa como esos eternos adolecentes que pese a haber alcanzado hace bastante las tres décadas, nada les importa sobre todo cuando están juntos.
Sin embargo, a veces los pecados se cobran en vida, y esta vez jugar a lo prohibido tendrá sus consecuencias cuando regresen a sus vidas en la ciudad. El foco estará puesto en una pareja en crisis tras el nacimiento de su primera hija.
Allí la protagonista intentará salvar su relación organizando una celebración que se complicará por diversos factores: un partido de fútbol importante, una hija pequeña que no debe despertarse y una misteriosa invitada italiana, nueva amiga del grupo masculino.
La película representa con mucho humor y cierto dramatismo ese momento crucial de la vida en el que cualquier persona deja atrás la primera juventud y se enfrenta a las responsabilidades de la adultez.
Hladilo explora temas como las relaciones abiertas, el poliamor, la maternidad/paternidad y el peso de cumplir años, todo enmarcado en una trama que gira en torno a una fiesta de cumpleaños sorpresa.
Jugosas interpretaciones, bajo una solvente dirección
Victoria Hladilo demuestra su destreza como directora al manejar la tensión creciente en un espacio reducido. La casa donde transcurre la acción se convierte en un campo de batalla emocional, donde las apariencias apenas se sostienen.
La realización técnica acompaña esta sensación de encierro, utilizando cada elemento del set para potenciar la incomodidad y el conflicto latente. El elenco cumple muy bien sus papeles y la directora con generosidad ha logrado que cada uno tengo su lugar durante la trama.
Encabezado por Manuel Vignau y Julieta Petruchi, junto a la propia Hladilo, están increíbles en sus personajes y parecen ser por momentos los protagonistas centrales. Pero el resto del elenco no se queda atrás: Julian Doregger esta genial en el papel de un amigo que trata de mediar en cada conflicto y Martín Tecchi suma su gran cuota de desparpajo para un inmaduro total, ferviente en ver a toda costa un partido de futbol.
Además, Debora Zanolli afronta con total sensualidad el personaje tan divertido como desenfrenado: la Tana. Y por último Leonardo Azamor, como un ingenuo enamorado de esta última, no pierde sus mañas en conquistar a otras mujeres cuando puede.
Todos conforman un sólido grupo de actores, ya que logran transmitir la esencia de estos adultos inmaduros atrapados en roles sociales que ya no les calzan. Las actuaciones son bastante naturales y efectivas, sin caer en estereotipos y permiten que el espectador se identifique de seguro con alguno de los personajes en crisis.
La dirección de arte de Margarita Tambornino y la buena fotografía a cargo de Lucas Schiaffi, crean una atmósfera claustrofóbica que realza la tensión narrativa. Los primeros planos convierten a la platea en testigos incómodos de esta velada que va desmoronándose minuto a minuto.
«La culpa…», en resumen
«La culpa de nada» se destaca como una comedia negra que no busca complacer a todos, sino que apunta a un público adulto capaz de reflexionar sobre las complejidades de las relaciones humanas.
Su creativa directora desde su mirada ofrece al espectador un espejo incómodo pero necesario, donde la risa se mezcla con la incomodidad e invita a cuestionarse sobre los propios vínculos y decisiones de vida.
En definitiva, una opción refrescante en el panorama del cine argentino actual. Y una obra que, sin caer en moralismos, desafía a la platea a pensar en cómo enfrenta el paso del tiempo y las expectativas sociales.