Un jardín y mis amigos
No se pueden comparar
Con el ruido infernal
De esta guerra de ambición
Para lograr, o conseguir
Prestigio en la ciudad.
Manal (Javier Martínez)
Hay quienes no perdimos la sensibilidad, respeto y amor por el prójimo. Quienes aún tenemos valores morales y éticos. Somos la mayoría de las argentinas y argentinos. Entendemos perfectamente que el estado social y político actuales van contra todo lo aprendido como deseable para una Nación. En estos meses, en cualquier conversación en la calle escuchábamos “¿cómo puede ser que nadie haga algo?”, “¿cómo puede ser que no explote todo?”. Acto seguido, ya fuera en un bar, en la mesa del trabajo, en la cena familiar, alguien admitía estar desanimado. Bajón. Para atrás.
El desánimo como base del poder de Milei
Esta nota analiza ese sentimiento y propone cómo enfrentarlo. Hipótesis: el desánimo es la esencia del poder actual de Javier Milei. Entendemos aquí poder desde la clásica definición de Max Weber: “la capacidad de un individuo o grupo para influir en las acciones de otros individuos o grupos, incluso en contra de su voluntad”. En ese sentido, Milei y los intereses económicos que lo sostienen realizaron en poquísimo tiempo un ejercicio del poder que jaqueó las bases de los acuerdos sociales y políticos establecidos desde el regreso de la democracia. Democracia nacida débil, por cierto, ya sobre un Estado configurado por el neoliberalismo de la dictadura. Y que durante el neoliberalismo de Carlos Menem mostró varios de los ingredientes de la receta actual de Milei.
Los eventos posteriores al estallido de diciembre de 2001, la pax kirchnerista y un contexto regional progresista parecían haber enterrado al neoliberalismo; hablar de Menem era mala palabra. Pero desde el norte llegaría Donald Trump, a Brasil, Jair Bolsonaro. Europa también se derechizaría. Mientras tanto, en todos esos años, kirchnerismo solo logró proponer alternativas poco convincentes para las mayorías populares, como Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa. Y, en esos años, nos sumimos en un estado de crisis permanente. Inflación, descenso gradual del poder adquisitivo, corrupción generalizada, inseguridad creciente, falta absoluta de un proyecto de país concreto. Grieta, bandos, disputas. Nombres y rostros relativamente nuevos, pero los mismos problemas, los mismos partidos políticos.
Nuestro Mulo, ejecutor de la Doctrina del Shock
En la saga Fundación de Isaac Asimov existe una sociedad donde los eventos son predecibles, y la política obra en consecuencia. Pero un día llega el Mulo, un mutante. Su existencia es un accidente. No estaba prevista. Y descalabra todo el orden existente en esa sociedad. Javier Milei es nuestro Mulo, nuestro mutante. Llegó para romper con el loop, el bucle de la política en el que estamos sumidos hace décadas. Vino a patear el tablero. En un punto, es un revolucionario. Pero, como Adolfo Hitler o Benito Mussolini en su momento, es un revolucionario de derecha.
La periodista Naomi Klein definió y popularizó el concepto de “doctrina del shock” y cómo las crisis, ya sean naturales o creadas artificialmente, pueden ser aprovechadas por intereses poderosos para imponer cambios políticos, económicos y sociales que de otro modo serían impopulares o imposibles de implementar. Y eso hizo exactamente nuestro Mulo, con mucha audacia y convencimiento esotérico, ya que está persuadido de ser un enviado de Dios.
Lo impredecible de su accionar nos dejó groguis. Primero fue la incredulidad, “este tipo no puede ser Presidente”, luego la negación “esto no puede estar sucediendo”, después la resignación, “esto es real, horrible” y finalmente el desánimo, “no tengo ganas de nada”. A continuación proponemos, en modo autoayuda, 5 pistas para alzar la cabeza.
1) Revindiquemos el rol del Estado
El Estado, mediante las políticas públicas, dirime las infinitas tensiones e intereses contrapuestos de las sociedades. En las sociedades modernas, su existencia implica un intercambio: yo delego dinero (impuestos), coerción (mi capacidad de violencia) en el Estado, para que los administre. El retroceso del Estado nos deja a la deriva y nos violenta: ¿Quién garantiza entonces los derechos al trabajo, la educación, la vivienda, la seguridad? ¿El libre mercado? ¿Es normal que en cada cuadra de la Ciudad de Buenos Aires hayan una o dos personas en situación de calle? Claramente no. Sí a las críticas válidas sobre el funcionamiento del Estado (¡no a los ñoquis!), pero la Patria se funda sobra la existencia del Estado. Sin Estado, chau Patria, hola invasión de empresas extranjeras, chau ayudar al débil, hola sálvese quien pueda.
2) Menos redes sociales, más libros
No es secreto que los algoritmos de las redes sociales nos muestran lo que reafirma nuestras creencias. Si pensamos que las cosas van mal (lo cual es cierto), veremos un montón de contenido que nos muestra lo mal que está todo. Nos sentiremos peor. A esto debemos sumarle la usina de trolls. Mercenarios pagos al servicio de Milei, que comentan esos contenidos con todo el sadismo del cual dicta cátedra el vocero Manuel Adorni cada día. Pero la adicción generada por las redes sociales nos dificulta interrumpir su consumo. ¡Seamos fuertes, larguemos el celu! Leamos medios de comunicación como los que integran la Red de Medios Digitales. Pero, ante todo… menos pantalla. Más libros. Salud garantizada.
3) Salgamos de la cueva y juntémonos con los seres queridos
Como las avestruces que esconden la cabeza cuando se sienten en peligro, el desánimo (y encima llega el frío) nos hace escondernos bajo las mantas. “Me subieron a 600.000 el alquiler”, se escucha en un pasillo, “no tengo muchas ganas de salir”. La mirada perdida. Y claro, con esas pálidas no quedan ganas ánimos más que recluirse. Es sábado y la banda de un grupo de docentes toca en un centro cultural. Se juntan como diez colegas para oficiar de fans. Se deja el alma en cada aplauso, la banda deja todo en el escenario cual los Rolling Stones. A nivel neuronal, nuestro cerebro libera dopamina, serotonina, oxitocina, endorfinas. Todas las sustancias químicas que nos dan sensación de bienestar y felicidad. Va por ahí: es la fuerza del colectivo.
4) Demos nuestro tiempo para algo colectivo
El discurso imperante fomenta el individualismo y la meritocracia. Quiere hacernos creer que es lo mismo la voluntad de un empresario que la de un repartidor de Rappi. Onda, si le ponés mucho empeño a tu Rappi vas a ser Paolo Rocca. O sea: si no llego a ser un gran empresario es porque no me esforcé lo suficiente. No llegué. Más desánimo. Pero es una falacia, una enorme mentira inventada por el capitalismo desde tiempo ha, magnificada por los medios de comunicación obsecuentes del actual gobierno. La única salida, siempre, es colectiva y gracias a la lucha. Toda la historia de la humanidad y la historia argentina evidencian que la mejora en derechos fue inexorablemente gracias a la organización popular, la solidaridad, la ayuda y socorro mutuos. Y eso implica tiempo que uno dedica a alguna causa. Puede ser desde militar en un partido político hasta un centro cultural, una iglesia, una revista comunitaria. El tiempo no mediado por el dinero y puesto al fin de algo noble es bueno para la sociedad, y a nivel individual nos hace bien.
5) Ganemos la calle
El mayor terror de la derecha es nuestra presencia en la calle. Se burlan cuando hay un cacerolazo débil. Tiemblan cuando hay una movilización como fue la protesta en defensa de las universidades. Por eso eliminaron Télam y van por la TV pública. Quieren ocultar a toda cosa la protesta. Nuestro pueblo protesta todos los días. Es falso que “nadie hace nada”. Parte de crear el desánimo es no mostrar la multiplicidad de protestas diarias. O, en todo caso, mostrar la represión, para fomentar el miedo. No permitamos que ello suceda. Día a día crece el malestar. Dejemos que nos invadan la bronca y la indignación ante la injusticia. Son sentimientos poderosos, permitamos que nos inunden para barrer con el desánimo. Transformemos esa energía en acción política, pero política de la buena, la que nos hace bien, la que busca el bien común. Así venceremos nuestro desánimo y derrotaremos al Mulo.