El domingo 25 de junio de 1978 en la cancha de River Plate, ante un Monumental plagado de más de 70 mil almas rebosantes de algarabía y alegría contenida, un hombre entre miles se detuvo un instante a mirar el cielo gris de la tarde que caía.
Era César Luis Menotti, el técnico del seleccionado nacional de fútbol que acababa de ganarle a Países Bajos (Holanda para los más nostálgicos) por 3 a 1, en el suplementario, para dejar en Argentina la Copa del Mundo por primera vez en la historia.
Se coronaba de esa manera un camino iniciado casi cuatro años atrás (más precisamente, el 12 de octubre de 1974) y que, en medio de la dictadura militar, le daba al pueblo argentino una alegría popular de las que escaseaban por esos tiempos.
Justo el Flaco, hombre de profundas convicciones democráticas, de simpatías por el Partido Comunista, era el técnico de la selección que le daba a la Junta Militar de Jorge Rafael Videla y compañía un título en el Mundial más tenso de la historia.
Un Mundial que no había sido conseguido por el Gobierno militar, pero que obviamente fue capitalizado por los uniformados, que además hicieron enormes negociados con la organización.
El camino a la consagración
En 1973 César Menotti fue el artífice del título obtenido por Huracán, una de las consagraciones más simbólicas en la historia del fútbol argentino. Ese pergamino, sumado al fracaso (sobre todo organizacional del fútbol argentino), lo catapultaron a la conducción del seleccionado, tiempo después del paupérrimo Mundial de Alemania 1974.
Se iniciaba así un ciclo con una continuidad que no era habitual, un proyecto de mediano plazo que tenía a Argentina 1978 en el horizonte. Una idea decidida de juego, que combinaba la lírica que lo caracterizó con una solidez táctica.
Con esa combinación y un equipo estructurado por jugadores que explotaron todo su potencial al servicio del conjunto, Argentina fue un indiscutido campeón.
Las sombras de la dictadura, la ex Esma a pocas cuadras de la cancha de River Plate y las sospechas del partido con Perú donde hacía falta meter al menos 4 goles para llegar a la final (Argentina metió 6), le dieron los componentes del contexto que hoy se siguen debatiendo, a casi 46 años del momento en que Daniel Passarella levantaba la Copa y el Flaco miraba al cielo gris.
Luego vendría el Mundial Juvenil de Japón en 1979, donde Argentina también con Menotti en el banco se lucía con un equipo en donde descollaron Ramón Díaz y Diego Maradona. Diego, que un año atrás, con menos de 18 cumplidos, había quedado afuera de la lista del Mundial de mayores, siempre lo tuvo al Flaco entre sus padres futbolísticos.
Las peleas dialécticas con Carlos Salvador Bilardo y su derrotero posterior por el mundo del fútbol, hasta ser el Director General de Selecciones en la última consagración de los Lioneles, Messi y Scaloni, son apenas pinturas de una trayectoria del flaco alto que allá por la década del 60 corría las canchas como jugador.
De Rosario Central a Boca Juniors, de Racing Club al Santos donde compartió equipo con Pelé, de la Selección que también lo tuvo en sus filas como jugador, al técnico que todos conocimos.
Murió el Flaco Menotti, en otra tarde de domingo gris. Mientras en Santiago del Estero, el Estudiantes de su par-rival-amigo-enemigo Carlos Bilardo pelea un nuevo título frente a Vélez Sarsfield.
Murió el Flaco Menotti. Queda la escuela y la tradición de un campeón del Mundo. El que abrió el camino. El que cambió nuestra historia.