Este jueves 29 de febrero se estrenó en los cines nacionales la película “Mi amigo robot” (Robot Dreams), una mágica adaptación cinematográfica del cómic del mismo nombre, creado por Sara Varon.
Bajo la dirección del español Pablo Berger, esta historia presenta a un perro llamado Dog, un habitante de la tumultuosa Nueva York de la década de los 80´s y quién parece tenerlo todo, a excepción de una cosa: un compañero.
Sin embargo, una noche ve una publicidad que lo anima a comprarse y construir un robot. De esta manera, este dúo se convierte en los mejores amigos, compartiendo momentos de alegría y diversión en un principio.
Esta película de animación ha sido una de las sorpresas cinematográficas del año 2023, cautivando de sobremanera a críticos y espectadores de todo el mundo, desde su estreno en el Festival de Cannes hasta su nominación al Oscar a la Mejor Película Animada.
Con un guión inocente y maduro sobre la amistad y el amor, la misma está destinada a conmover a todo tipo de público por su calidez. Después de todo, la necesidad de tener ese compañero especial con el que conectar de la manera correcta, la idea central del film, es un deseo universal, que Berger retrata con ternura y devoción.
Ambientada en la Gran Manzana de los años ’80, esta vieja Nueva York en realidad luce y se siente diferente al presente, al menos por ser el hogar de millones de residentes animales antropomorfizados y bípedos que llevan a cabo sus vidas diarias a la vista de las Torres Gemelas, algo en particular que se vislumbra en varios momentos del film, que complementa dolorosamente el inconfundible horizonte de antaño de la ciudad.
Un historia que muta de lo superficial a la reflexión
Lo primero que sorprende es la forma en que los personajes de «Mi amigo robot» se comunican entre sí sin necesidad de diálogos, es una de las cosas que hace que esta película sea tan especial.
A través de la mirada, los gestos y las acciones mínimas, los personajes logran expresar una gama de emociones y pensamientos que a menudo son más difíciles de transmitir a través de las palabras.
Con un inicio muy divertido, la pareja principal de Dog y el robot, resultan simpáticos y gozan de cierta ingenuidad. Su relación de amistad se profundiza frente a la mirada del espectador, hasta que una excursión a Coney Island en el Día del Trabajo cambiará todo, cuando Robot se oxida y queda inmóvil en la playa.
Lo que sigue es un capítulo sutilmente devastador, doloroso y desgarrador con su sensación de pérdida, que más allá se representa con algo de humor se intensifica cuando el público es testigo de todos los intentos de Dog de recuperar a Robot pero son varias burocracias de una ciudad hostil las que parece no permitírselo.
Esto lo obliga a dejar a su amigo en la playa, ahora cerrada hasta el próximo verano. Por otro lado se descubre los sentimientos de Robot, que solo quedó con recuerdos y un amargo invierno por delante, y que sueña con ser rescatado algún día, esperando reunirse con su amigo.
Es así como esta historia sumerge a la platea en un mundo de sentimientos encontrados, con un ida y vuelta entre la melancolía y la esperanza, mientras la amistad entre Dog y Robot se ve sometida a la cruel realidad del paso del tiempo y las limitaciones impuestas por la sociedad.
La película inevitablemente lleva a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la felicidad y la lucha constante por preservar los lazos emocionales en un entorno hostil.
En resumen
«Mi amigo robot”, esta sencilla con su ingeniosa historia demuestra cómo un buen amigo puede enriquecer nuestras vidas, y cómo su ausencia puede dejarnos con un sentimiento de vacío.
A lo largo de la película, los espectadores pueden identificarse con las experiencias de Dog y Robot, recordando momentos inolvidables junto a aquellos amigos o parejas que ya no están presentes en sus vidas.
El resultado es una propuesta no para los más pequeños, sino que para adultos y adolescentes que se encuentran en una etapa de transición en sus relaciones, ofreciéndoles un mensaje de esperanza.