Dune, la saga literaria escrita por Frank Herbert, no solo es una de las obras más influyentes de la ciencia ficción del siglo XX, sino que también se convirtió en un monumental tratado filosófico que entrelaza diversos aspectos de la humanidad y la sociedad.
A través de la ficción, explora temas como la ecología, la mística, la sociología, la religión, la ciencia, la mitología, la psicodelia, la antropología y la tecnología, fusionándose en un entramado narrativo único.
“Dune: Parte Dos”, dirigida por el cineasta canadiense Denis Villeneuve y que llega a las carteleras de cine este jueves, retoma la historia justo donde quedó la primera entrega de la adaptación del libro de Herbert, en medio de las vastas extensiones arenosas de Arrakis.
Allí, Paul Atreides (Timothée Chalamet), y su madre, la Bene Gesserit Lady Jessica (Rebecca Ferguson), buscan refugio tras el asesinato del duque Leto y la masacre de su ejército.
En 2021, Villeneuve dejó a la audiencia al borde del abismo después de casi tres horas de película, preguntándose qué sucedería en la secuela. Aunque algunes espectadores podrían estar familiarizades con la historia de Paul gracias a la novela o a la adaptación psicodélica de David Lynch en 1984.
Desde el principio, el director canadiense imprime a esta segunda película un ritmo menos puramente contemplativo que la primera entrega. El destilado de tragedia griega y contracultura, en el que se basa la epopeya de Herbert y que dominaba Dune, se entrelaza con escenas de acción in crescendo, en batallas cada vez más enormes y destructivas, y se desarrolla con un ritmo narrativo más denso.
Sin embargo, Villeneuve no descuida los tiempos necesarios para desarrollar la majestuosidad ponderada que caracteriza su interpretación del libro. Desde “Arrival” y “Blade Runner 2049”, esto lo posiciona como un autor de fantasía más cercano al realismo material, que comparte similitudes con sublimes paisajistas del género como George Miller y Peter Jackson, en contraposición a los mundos estilizados de franquicias como “Star Wars” o el Universo Marvel.
La calidad elemental y sensorial de su díptico Dune —donde el sonido se convierte casi en un personaje de la película— es parte fundamental de su encanto. Las arenas, la roca, el viento y el cielo que cambia de color en la noche, junto con el horizonte sobre el cual se apoya la bola ardiente del sol, evocan una atmósfera similar a una pintura de Mark Rothko.
En este sentido, las películas no difieren mucho entre sí. A diferencia de Lynch, quien hábilmente capturó la oscuridad del alquitrán y la vena surrealista de Herbert, Villeneuve realiza un tour de force en el control de la escala, la cadencia narrativa y la intrincada relación entre mundos y personajes mediante diversas dimensiones temporales, demostrando precisión y seguridad.
Dune de Frank Herbert, una crítica al imperialismo
La fortaleza del universo narrativo creado por Herbert radica en la diversidad de voces y perspectivas que poblaron la saga, y sobre todo en la habilidad del autor para recurrir a grandes arquetipos, capaces de convertir un simple libro en un “clásico”. Así lo reconoció el cineasta chileno Alejandro Jodorowsky, el primero que intentó llevar la obra a la pantalla, con un proyecto que nunca se realizó.
“Para mí, Dune no pertenece a Herbert, así como Don Quijote no pertenece a Cervantes. Hay un artista, solo uno entre millones de otros artistas, que recibe una vez en su vida, casi por gracia divina, un tema inmortal, un MITO … y subrayo “recibe”, no “crea”, porque las obras de arte se reciben en un estado mediático directamente del inconsciente colectivo. La obra trasciende al artista y de alguna manera lo mata. Porque la humanidad, al recibir los efectos del mito, siente la necesidad profana de borrar al individuo que lo recibió primero y lo transmitió: su personalidad individual obstruye, mancilla la pureza de un mensaje que en el fondo preferiría ser anónimo”.
Por lo tanto, no importa que Dune haya sido publicada en 1965 para convertirse en un clásico de la literatura, ni mucho menos para reflejar en ella temas universales y repeticiones de los cuales Herbert mismo quizás no sabía nada.
En ella convergen como en un vacío espacio-temporal una serie de sugerencias provenientes del lejano pasado de la humanidad, así como fragmentos de un futuro hipotético, ya que el tiempo en su naturaleza cíclica siempre propone los mismos patrones en una forma diferente.
Herbert logra sumergir al lector en un planeta, el de Dune (o Arrakis), vibrante y pulsante, incluso si está dominado por un árido desierto. No solo gracias a las detalladas descripciones de los lugares, sino sobre todo por el cuidadoso análisis de las costumbres de la población, sus rituales y su lenguaje, su simbiosis con el entorno al que pertenecen, y en general en la construcción de todos los elementos que hacen que un entorno natural cobre vida.
El cosmos creado por Herbert se asemeja a un vasto imperio feudal, una Nueva Orden Cósmica que dista de ser alentadora. Un puñado de familias nobles detentan el control absoluto de planetas enteros, mientras que sus intereses son mediados por el Emperador, quien lucha por mantener un equilibrio precario. Sin embargo, en este entramado no puede obviarse un tercer actor: la Gilda.
Esta organización autónoma ostenta el monopolio del viaje interestelar, regulando el comercio, las transferencias y la movilización de tropas entre sistemas solares. Todo viaje de un sistema a otro debe transitar por sus naves espaciales.
La Gilda, en su afán por preservar una neutralidad aparente, se sustenta en el poder económico, y permite que cada familia influyente haga valer su poder mediante el dinero y, en especial, a través de una moneda de cambio de incalculable valor: la Especia, también conocida como Melange.
¿Por qué en este delicado equilibrio cósmico un planeta estéril, hostil, peligroso y cubierto por completo de arena como Dune (o Arrakis) es de suma importancia?
Porque Dune es el único mundo conocido en el universo que alberga la Especia: una droga con aroma a canela y efectos psicodélicos que tiene la capacidad de expandir los límites de la mente, ampliar la percepción del espacio-tiempo y otorgar a los humanos el don de la “profecía”.
Este recurso esencial es fundamental para la navegación interestelar de la Gilda, cuyas naves espaciales viajan a la velocidad de la luz y requieren habilidades de conducción sobrehumanas que solo son posibles gracias al don de la previsión inducido por la Especia.
Por lo tanto, como dice un lema de Dune: “Quien controla la especia, controla el universo”, ya que aquel que controla su producción tiene el poder sobre la Gilda y cualquier tipo de viaje interestelar, sea militar, económico o político.
En este contexto, emergen las principales fuerzas políticas de la novela: la familia Harkonnen y los Atreides. Los primeros, bajo el liderazgo del Barón Vladimir Harkonnen y su lugarteniente Rabba, mantuvieron un dominio implacable sobre Dune durante años.
Ejercen un poder autoritario y opresivo, mientras exprimen al máximo la producción de Especia y reprimen de forma violenta cualquier intento de rebelión, en especial por parte de los Fremen, una población nativa en simbiosis con el desierto.
En Dune: Part Two, se exploran con mayor profundidad los grandes temas políticos que se escondían en las densas páginas de Herbert: la crisis ambiental, la tentación maligna del poder desmedido, el efecto destructivo de la guerra y el corrosivo de los fundamentalismos religiosos que surgen a partir de la necesidad y la ignorancia.
Sin embargo, también se reserva espacio para una dimensión más de fanboy, casi juguetona, donde no solo se articula la estructura mitológica, sino también el funcionamiento práctico de los mundos de Herbert con mayor detalle.
La compleja figura mesiánica de Dune
Mientras que Dune fue una introducción densa a un universo y sus complejidades geopolíticas, la segunda parte está destinada a ser el corazón de la historia, narrando cómo Paul, percibido como el Mesías que liberará a los Fremen de la dominación de otros pueblos en Arrakis, se integra en su nueva familia adoptiva y cómo surge la resistencia.
En tanto, Paul estudia las costumbres de la población del desierto para integrarse entre ellos, se observan los pistones palpitantes con los que se llaman a los gigantescos gusanos que los fremen cabalgan a velocidades supersónicas en la arena.
También se muestra la extracción de la especia brillante que abre la mente, la misteriosa Agua de la Vida que permite ver el futuro –letal para los hombres pero que algunas mujeres, especialmente las Bene Gesserit, pueden soportar–, y el mecanismo mediante el cual los fremen absorben el agua del cuerpo de sus enemigos para utilizarla en el sistema de enfriamiento de los trajes protectores necesarios para enfrentar las altas temperaturas de Arrakis.
De manera más poética, el agua extraída de sus caídos termina en una gigantesca y silenciosa “piscina de almas”. Villeneuve dedica un capítulo completo en blanco y negro a Feyd Rautha-Harkonnen –interpretado por un vibrante y bizarro Austin Butler; Sting en la película de Lynch–, el psicópata heredero de la Casa Harkonnen.
Entre tantas escenas enormes, nos da tiempo para observar a un pequeño roedor que se asoma desde una inmensa duna, la única criatura que sobrevive en el desierto de manera completamente autosuficiente. De este animal diminuto e inteligente, Paul tomará su nombre fremen, Muad’Dib.
Paul Atreides es un personaje excepcional. Esta característica se subraya una y otra vez tanto en la primera novela de Herbert como en las adaptaciones cinematográficas de Villeneuve.
Mientras que la primera película se centra en el potencial de Paul, rodeándolo con vagas profecías sobre su futuro como un todopoderoso conquistador mientras lo convierte en un outsider en el hostil planeta Arrakis, Dune: Parte Dos ve ese potencial realizado, transformándolo en un extraño en tierras extrañas en su gobernante mesiánico.
Este viaje es apropiadamente triunfante, pero también trágico y aterrador, dotando a la historia de una profundidad emocional significativa. Villeneuve entendió una verdad fundamental sobre las obras de Herbert, algo que las adaptaciones anteriores lucharon por destacar.
Dune sigue una típica búsqueda del héroe, con Paul sobreviviendo contra todo pronóstico para convertirse en un gran guerrero y vengar la muerte de su padre. Sin embargo, a lo largo de este viaje, es consciente del alto costo en términos de humanidad que conllevan tales victorias, y de los serios sacrificios humanos exigidos por la política de guerra y resistencia.
La película de Villeneuve es un gran éxito, trabajando en un lienzo aún más amplio que la primera entrega, pero está impregnada de un profundo pesar, una cualidad que la distingue de cualquier otro blockbuster.
Quienes leyeron los libros saben que Paul no es el héroe que parece ser en la primera mitad. Es un hombre perturbado, marcado por la tragedia, impulsado por el deseo de venganza y con una violencia latente que eventualmente deberá enfrentar. Además, y sobre todo, es alguien que no se ve a sí mismo como el Muad’Dib esperado por los Fremen, ese mesías legendario. Aunque no lo acepta, terminará jugando ese papel, incluso si eso significa traicionarse a sí mismo.
Dune avanza hacia su trilogía
En el contexto sociopolítico mundial de 2024, la adaptación cinematográfica de Dune enfrenta ajustes necesarios con respecto al texto original. La prominente noción de Yihad, o Guerra Santa, presente en la novela, se ve sustituida por la temática del genocidio.
Esta elección, comprensible dadas las circunstancias actuales, busca evitar la demonización del pueblo árabe, algo que Herbert nunca pretendió en su literatura, por el contrario. Villeneuve opta por explorar el conflicto entre un pueblo colonizado y los colonos que explotan sus recursos.
Dune no solo es una obra política, sino también un evento cinematográfico que sobresale entre las superproducciones contemporáneas, cautivando de principio a fin. El elenco perfectamente seleccionado brinda espacio tanto para la emoción como para el asombro en momentos clave.
La narrativa de la película y la visión de su director resultan impresionantes, siendo algunes espectadores capaces de encontrar resonancias de otras obras como Star Wars en la figura de Paul, influenciada por el libro de Herbert, o similitudes con el trabajo de Ridley Scott en cuanto a contenido y estilo.
Paul, dividido entre el amor por Chani, símbolo de libertad y laicidad, y las ambiciones de su madre, quien lo impulsa hacia un camino de liderazgo y guerra santa, enfrenta un crecimiento tumultuoso.
Oscila entre la luz y la oscuridad, la paz y la guerra, la democracia y la tiranía teocrática, así como entre la ilusión de una galaxia pacífica y la amenaza de la catástrofe nuclear.
Mientras Dune: Part Two plantea interrogantes sobre el presente, la adaptación de Dune Messiah (segundo libro de Herbert), ya está en proceso de escritura, y promete continuar con la exploración de temas complejos y universales presentes en la saga.