Cuando se estrenó en 2021, la serie surcoreana Squid Game (El Juego del Calamar), se convirtió en un fenómeno arrollador. Con una audiencia de más de 130 millones de espectadores y generando un «valor de impacto mediático» estimado en 891,1 millones de euros, se consagró como el mayor éxito de Netflix para una serie de habla no inglesa.
Además de su gran audiencia, la producción desencadenó una oleada de reacciones en las redes sociales. Según NBC News, el hashtag de la serie #SquidGame fue visualizado más de 22 mil millones de veces en TikTok tan solo 17 días después de su lanzamiento.
Aunque sorprendente, este éxito se atribuye a diversos elementos. Podemos destacar el concepto y la estética particulares de la serie, fundamentados en referencias importantes y en un interés creciente por la cultura pop surcoreana.
El universo de Squid Game fomenta una resonancia emocional vinculada a la nostalgia que evoca el mundo de la infancia y los juegos, así como a la fascinación por los programas televisivos en los que el ganador amasa una fortuna.
La representación del «juego» en la serie, vinculado estrechamente con la gravedad de la desesperación, la violencia y la lucha, destaca una ambigüedad moral y un cinismo que captura la atención de les espectadores.
Esta ambigüedad nos proporciona una comprensión del mensaje central de la obra, con el cual muchos espectadores parecen identificarse: de manera brutal y angustiosa, la serie ilustra los excesos e injusticias de la sociedad moderna y el capitalismo voraz, que se fundamenta en desigualdades estructurales y en la competencia por la supervivencia.
El reality show Squid Game: The Challenge retoma elementos fundamentales de la serie original. Concretamente, replica la estética del juego, mantiene el mismo número de participantes (456), presenta el mismo premio a ganar y sigue la misma dinámica operativa.
Solo hay un ganador, los eventos son desconocidos para los participantes con antelación, y los perdedores son eliminados en cada etapa. No obstante, se presenta una diferencia notable: los perdedores sobreviven.
Muchos fans de la serie expresaron reacciones negativas en las redes sociales tras el anuncio del lanzamiento de Squid Game: The Challenge, temiendo que este juego contradiga el mensaje original de la serie.
Hwang Dong-hyuk y El Juego del Calamar: Crítica al Capitalismo Moderno
El Juego del Calamar encierra una crítica social contundente, ofreciendo una representación cínica y brutal del capitalismo moderno. Según Hwang Dong-hyuk, su creador, la serie expone la realidad en la cual cada individuo se ve obligado a librar una batalla individual por la supervivencia en un entorno caracterizado por la desigualdad.
La inspiración de Dong-hyuk proviene tanto de sus propias dificultades económicas tras la Crisis Financiera Asiática o la Crisis del FMI como de las luchas sociales que dejaron una marca en la memoria colectiva de los surcoreanos, como la ocupación de la fábrica de automóviles Ssangyong durante 77 días.
Este episodio estuvo marcado por un violento asalto perpetrado por agentes encargados de hacer cumplir la ley y de seguridad. La serie puede ser interpretada como una crítica contundente hacia un capitalismo aparentemente insensible, incapaz de ofrecer alternativas realistas dentro de su sistema político-económico.
Asimismo, podría ser considerada una metáfora impactante de las dinámicas del capitalismo y las desigualdades socioeconómicas arraigadas, reflejando el contexto político e histórico traumático que caracterizó a Corea del Sur durante el siglo XX.
Estas disparidades socioeconómicas se manifiestan de manera palpable en el estado de tensión económica que sufren los personajes, llevándolos a arriesgar sus vidas con la esperanza de encontrar algún punto de apoyo en la sociedad.
La narrativa distópica se arraiga en experiencias vividas mientras crea una sociedad imaginaria donde los peligros y las injusticias se llevan al extremo. Por lo tanto, su propósito es inducir la reflexión en los espectadores sobre posibles abusos de los modelos socioeconómicos actuales.
En lugar de presentarse como un modelo de sociedad, la ficción distópica busca rebelarse para alertar. Por ende, según la expresión de Brandon Riegg, vicepresidente de Netflix, existe un matiz cínico en «convertir este mundo ficticio en realidad».
De la crítica a la mercancía: Cómo la transgresión moral se convierte en entretenimiento en Squid Game
Existe el riesgo de aniquilar o despojar de su fuerza la crítica social de una obra cultural significativa. El reality show propuesto a nivel internacional corre el peligro de desconectar a Squid Game de su contexto socioeconómico y cultural original.
Esta descontextualización la distancia de su mensaje político y la desvinculan de las realidades sociales, en particular, del problema del sobreendeudamiento, que la obra aborda. La transformación de esta crítica social en un simple juego diluye las cuestiones éticas y de justicia social planteadas por la serie.
La transgresión de los valores morales se presenta como una fuerza dinamizadora muy utilizada en la cultura popular. Este fenómeno sigue un ciclo en el que se rompen y posteriormente restablecen las reglas.
Este ciclo no solo mantiene nuestro interés como espectadores, sino que también refuerza nuestros lazos ciudadanos al generar celebración, indignación o condena.
Esta fuerza dinámica se percibe en la manera en que Netflix sensacionalizó el lanzamiento de su nuevo reality show llamándolo «experimento social», utilizando frases provocativas como «¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?» en su campaña de reclutamiento.
Esto sugiere una valoración de los candidatos dispuestos a superar sus límites físicos y transgredir sus límites morales –el formulario de reclutamiento refleja estrategias de traición para avanzar hacia la victoria–, con el objetivo de ganar la competencia.
De esta manera, los participantes del juego fueron impulsados hacia una desvinculación moral, donde se valora la transgresión, para emular de cerca a los personajes que compiten en la serie.
Más allá de la impactante lucha individual por la supervivencia en un entorno marcado por desigualdades e injusticias, la serie también señala una suerte de comercialización del sufrimiento.
En la trama, misteriosos espectadores apuestan por la vida o muerte de los participantes, disfrutando de este espectáculo en una atmósfera sombría pero lujosa. Así, presenciar la lucha desesperada de seres humanos por sobrevivir se convierte en un espectáculo; el sufrimiento ajeno se reduce a una mercancía consumida por placer.
Al trasladar la ficción distópica a un juego de telerrealidad, se nos insta a adoptar el papel de esos espectadores de moralidad cuestionable que se regocijan con la desesperación y el sufrimiento humano, incluso si es solo una actuación. ¿Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por mejorar nuestra situación financiera?
Otros reality shows ya nos han acostumbrado a consumir la desesperación más o menos actuada de los participantes, como si fuera simple entretenimiento. El riesgo radica en que las preguntas éticas relacionadas con la construcción y el consumo de un juego basado en la ficción distópica ni siquiera se planteen.
Participar o ver un programa de este tipo sin abordar estas cuestiones éticas fomenta la desvinculación moral de les espectadores y contribuye a esterilizar la crítica social que la serie pretende transmitir.