Una filósofa lesbofeminista, Monique Wittig, decía que las lesbianas no somos mujeres, en el sentido de que no nos sometemos a un hombre. La importancia de visibilizarnos como lesbianas se trata de una lucha que busca reconocimiento a fuerza de rupturas con respecto a las normas o guiones sexuales.
En 1949 Simone de Beauvoir publicaba El segundo sexo, este libro fue un punto de partida para el movimiento feminista. Planteó un quiebre inicial respecto de las reglas, que fue evolucionando hasta lo que en los años ’60 se conoció como la Segunda Ola, un movimiento que jerarquizó el rol de la mujer como sujeto de saber, de placer sexual, como sujeto independiente y autónoma del varón.
Hasta entonces, y aún hoy en muchos casos, la mujer simplemente era considerada un otro en función del varón. Carente de vida autónoma independiente. Esto impulsó una primera ruptura cultural, con mujeres ocupando el espacio público cuando tradicionalmente se nos había confinado al ámbito privado.
Una segunda ruptura se origina a partir de la posibilidad de establecer que somos mujeres que amamos a otras mujeres, que tomamos nuestra sexualidad en nuestras propias manos, donde no hay un varón, en función de quién dar u obtener placer sexual, que era tradicionalmente lo que se esperaba de nosotras. Somos dueñas cada una de su placer y podemos compartirlo con otra(s) mujer(es). No se trata de faltas, sino de deseo.
Asimismo, es importante destacar que está comprobado científicamente que las mujeres lesbianas tienen un nivel de satisfacción sexual mucho mayor (medido en frecuencia en alcanzar el orgasmo) que las heterosexuales, similar a la de los varones cis, tanto heterosexuales como gays.
La tercera ruptura surge a partir de quienes son más visibles en la disidencia sexual, aquellas personas que fueron asignadas como varones al nacer. Varones gays y mujeres trans tradicionalmente llevaron los estandartes. Esto no es casualidad, quienes fueron asignados como varones al nacer recibieron el mandato de estar en el espacio público, de ocuparlo, de adueñárselo. A quienes fuimos asignadas como mujeres al nacer se nos enseñó que nuestro lugar era el ámbito privado.
Durante mucho tiempo las parejas de mujeres eran vistas como amigas, como primas o como hermanas, cuando en realidad llevaban muchos años viviendo juntas como pareja. Se trata de mujeres que al día de hoy pasan los 60 años, y que vivieron invisibilizadas toda la vida. El miedo al escarnio público hizo que no se mostraran, a la vez que la concepción social de que las mujeres “por sí solas” no tenían “sexualidad” les permitió esa invisibilidad, ocultarse en un armario gigantesco.
En cambio, dos varones viviendo juntos no pasaban desapercibidos. Y ni hablar de las mujeres trans. Tanto los varones gays como las mujeres trans eran fácilmente distinguibles en una sociedad cisheteronormativa. Esa visibilidad los forzó a salir del armario, con sus consecuencias positivas y negativas.
Celebramos el día de la visibilidad lésbica porque permite identificarnos, plantear que no somos primas ni amigas. Somos mujeres que nos amamos y nos damos placer sexualmente. Y que no lo hacemos para incitar un varón. Ni tampoco somos lesbianas porque no tuvimos buen sexo con un varón, si fuera está la razón, habría muchas más lesbianas. Tampoco hubo una lesbiana que nos convirtió. Somos lesbianas porque es nuestro deseo.
*M.N.105686, pediatra y sexóloga clínica, especialista en diversidad sexual, y Presidente de Koinonía.