El pasado miércoles, Arabia Saudita decidió unirse a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), el mayor bloque regional del mundo que encabeza China. Su ingreso expresa el fortalecimiento del multipolarismo en un marco de crisis internacional donde retrocede el unipolarismo financiero conducido por Estados Unidos.
Arabia Saudita y su ingreso a la OCS
La Organización de Cooperación de Shanghái abarca casi la mitad de la población mundial y más del 30% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial. Además del gigante asiático, Rusia, India, Irán y Pakistán son miembros permanentes. La OCS se fundó en 2001, cuando el sistema unipolar financiero estaba a punto de sufrir uno de sus importantes quiebres: la caída de las Torres Gemelas.
La cooperación económica, de seguridad y cultural son sus principales puntos. En este caso, Arabia Saudita anunció su ingreso como “Estado socio de diálogo”, característica que compartiría con Turquía y Egipto, por ejemplo.
A su vez, su membresía se encuadra en un extenso marco de acuerdos que incluye la profundización de la cooperación energética. El gigante petrolero estatal Aramco acordó adquirir el 10% de Rongcheng Petrochemical Company en un acuerdo que hará que el reino suministre 480.000 barriles de crudo por día a China.
Por otro lado, Aramco anunció el establecimiento de una empresa conjunta con otras dos compañías chinas para construir un complejo petroquímico y de refinería de 300.000 barriles por día en el noreste chino.
Arabia Saudita es el principal exportador de petróleo en el mundo, y China su principal comprador: casi el 26% de su producción que vende al resto de los países se lo lleva Beijing, mientras que Estados Unidos está muy por debajo con el 7%.
Asimismo, el 90% del petróleo que comercializa tiene como destino el Asia-Pacífico, donde se ha desplazado el centro de gravedad del comercio internacional.
La expansión multipolar en Medio Oriente
El ingreso saudí a la OCS expresa el cuadro de correlación de fuerzas a nivel internacional. Es decir, los desplazamientos geopolíticos de la disputa en Medio Oriente y el Golfo Pérsico en particular. Esta región es una zona estratégica para todas las potencias.
Para China, una gran fuente de abastecimiento energético; para Estados Unidos, el espacio para controlar la producción de crudo; para Israel, el lugar para ajustar alianzas; para Rusia, su preocupación de seguridad más intensa.
En este sentido, el reinicio de los vínculos diplomáticos entre Arabia Saudita e Irán que se realizó el pasado 10 de marzo es un hecho bisagra. No solo por el restablecimiento de relaciones políticas entre dos potencias orientales enfrentadas en la última década, sino porque China fue el garante del acuerdo.
La reapertura de las dos embajadas, el respeto a la soberanía de ambos, la activación de un pacto sobre seguridad y el acuerdo de cooperación integral en economía, comercio, ciencia, tecnología, etc.
Retrocede el atlantismo
El acuerdo expresa la capacidad de articulación china, la proyección de una asociación estratégica entre los saudíes y los iraníes, pero también la victoria geopolítica de Rusia.
Desde la desastrosa intervención norteamericana en Siria se viene desarrollando un dispositivo de seguridad en Medio Oriente respaldado por las principales naciones persas como un mecanismo para garantizar la paz. Los productores y comerciantes observaron en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) un actor belicoso que pone en riesgo permanente el desarrollo de sus fuerzas económicas.
Por otro lado, el acuerdo entre Teherán y Riad se da luego de que el BRICS expresara que su interés en 2023 pasará por expandir su influencia económica y diplomática. Al igual que Egipto y Argentina, el organismo económico del Sur Global planea incorporar a Irán y Arabia Saudita a su espacio.
La competencia por el control del mercado de petróleo se concentra en el Golfo Pérsico, y el multipolarismo busca contrarrestar las capacidades del unipolarismo financiero de ordenar las variables geoeconómicas en este dominio específico.
La caída del Patrón Dólar
Por último, es importante señalar que estos movimientos se desarrollan en un momento inédito desde la Crisis del Petróleo en 1973 en la que Estados Unidos supo consolidar al dólar como el patrón de acumulación a partir del dominio del crudo persa.
Arabia Saudita, mayor exportador mundial y miembro clave de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), dejó de acordar hace unos meses la política de oferta-precio mundial de petróleo con Washington. En cambio, reforzó sus acuerdos con Rusia.
En consonancia, en enero pasado los saudíes manifestaron su intención de comerciar petróleo en divisas alternativas al dólar, debilitando aún más la capacidad norteamericana de influir en el comercio internacional con apoyo de las reservas petrolíferas.
Esta decisión va al compás de la aceleración del comercio por materias primas en las propias monedas nacionales que las naciones euroasiáticas vienen desarrollando desde que el atlantismo inició el bloqueo contra Moscú por Ucrania. El intercambio en rublos y yuanes se ha intensificado, desplazando la supremacía del dólar como principal referencia monetaria. De reserva y de comercio.
A propósito, el pasado viernes, Brasil y China acordaron el intercambio comercial en yuanes y reales, favoreciendo sus propias monedas en detrimento del dólar estadounidense. La creciente ola de abandono del patrón dólar entre países soberanos pone en evidencia el agresivo retiro del unipolarismo financiero en la disputa geopolítica.
En oposición, la emergencia del Multipolarismo Pluriversal que demuestra capacidad de garantizar paz en zonas críticas para fortalecer el desarrollo económico pero también la expansión de acuerdos soberanos. Su propuesta de canasta de monedas nacionales no niega al dólar sino que rechaza su naturaleza ordenadora de la economía internacional imponiendo condiciones unilateralmente.