Maricel Lasetz es diseñadora gráfica, graduada en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hace 14 años puso en stand by la profesión y comenzó a realizar magistrales obras de arte sobre distintos soportes de papel con bolígrafo, convirtiéndose en la pionera de esta técnica en Argentina.
Para crear sus ilustraciones, Maricel utiliza una docena de colores de bolígrafos que, al superponer los trazos y combinar los colores, logra matices cambiando la presión del bolígrafo, donde la luz es el papel y las sombras aportan una gran dimensionalidad y realismo.
La artista oriunda de Avellaneda retrata deportistas de élite, estrellas musicales, celebridades de cine y cómics, además de videojuegos, animé y animales. Para crearlas, se sirve de fotografías o videos del personaje a ilustrar. Algunas de las figuras que dibujó son Lionel Messi, Diego Maradona, “Manu” Ginóbili, Taylor Swift, Charly García, Gustavo Cerati, Lali Espósito, Freddie Mercury y el “Indio” Solari, como así también personajes emblemáticos como “El Jocker”, “Capitán América” y “El sombrero” de Alicia en El país de las maravillas.
La historia de Maricel
Maricel empezó a ilustrar con bolígrafos comunes de colores en 2017. Sucedió de casualidad, por una simple sugerencia de su madre Beatriz, una ex administrativa del municipio avellanedense, sin antecedentes artísticos. En medio de una búsqueda de alguna técnica que pudiera diferenciarla, sus mamá le dijo “¿por qué no probás con el bolígrafo?”. “Llegué a casa y me puse a ver qué colores de bolígrafos tenía en la caja. Encontré azul y negro. ‘¿A ver cómo es esto?’, dije y me largué a hacer un ojo realista. Apenas lo terminé, le saqué una foto y lo subí a Facebook y a Instagram”, contó la ilustradora.
Sin embargo, la primera en ver el dibujo fue Beatriz. “La primera en ver el original fue mamá. Asombrándose, me dijo: ‘¡Viste lo que lograste!’. Eso me alentó a seguir”, expresó.
Entusiasmada con los resultados, la ilustradora internacional fue por más. Tras una investigación por la web, arribó a una conclusión: “la mayoría de los ilustradores trabajaban en monocromático y duotono. No usaban los 12 colores en ese momento”.
Ante esta provechosa realidad, Maricel se dirigió hasta la librería de su barrio y compró bolígrafos comunes de distintos colores y marcas, que luego de centenares pruebas, se transformaron en el disparador de su destino.
Por entonces, la “boligrafista” tenía un espacio para artistas que le otorgaba el Museo de la Ciudad, en la esquina de Defensa y Alsina, epicentro del barrio porteño de San Telmo. Ahí, ilustraba retratos de personajes globales, ante la mirada atenta de miles de turistas internacionales y locales.
Hasta que un día escuchó sobre una importante exposición de cómics. Entusiasmada, concurrió los tres días; participó de los seminarios; se sacó fotos con celebridades y hasta obsequió un libro de cuentos (publicado por ella, en forma independiente), a Trina Robbins, primera mujer en dibujar cómics sobre la Mujer Maravilla. “La expo me partió la cabeza”, remarcó Maricel, quien a partir de entonces empezó a ilustrar personajes de cómics y películas.
Sus obras lograron trascender en el ambiente de la cultura pop en los eventos más importantes del país y en distintos países de América. Al punto que, no solo consiguió patrocinios de una de las marcas más importantes del mundo, sino que recibió invitaciones para ilustrar el packaging y que este lleve su nombre y su técnica, además de dictar seminarios y exponer en ciudades en Argentina y en otros países.
Otro de los acontecimientos importantes fue cuando el Congreso de la Nación la convocó para llevar adelante una muestra de retratos de figuras populares, inmortalizadas con bolígrafos comunes de colores.
Si bien la técnica la descubrió hace menos de una década, Maricel tomó contacto con el arte a los 4 años, cuando empezó a dibujar personajes de Disney. A los 7, como consecuencia “de una angina mal curada”, contrajo fiebre reumática, enfermedad que se extendió hasta los 18 años. A raíz de que el pediatra dictaminó que no podía hacer deportes ni jugar con sus amiguitos en la esquina, se refugió en el arte. “Mientras mis amiguitos y compañeros de colegio andaban en patines, yo pintaba en un atril que me había regalado el abuelo. Estaba en un mundo paralelo que me hacía feliz”, rememoró.