Desde principio de mes es posible disfrutar en la cartelera porteña de una obra peculiar: «La Heladería«. Se trata de una propuesta que fusiona la nostalgia con la comedia, constituyéndose en un verdadero homenaje a la memoria biográfica.
Escrita por Ana Scannapieco y dirigida por Lisandro Penelas, no solo recupera recuerdos perdidos, sino que también teje una red de cuentos y sueños personales que resultan efectivos para empatizar con el público de manera sincera. Las funciones son las tardes de domingo a las 19 h, en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660, CABA).
Esta obra es más que una simple comedia, es un buen ejemplo de como una historia familiar se puede transformar en una buena dramaturgia, donde la vida personal de la autora se entrelaza con la ficción para crear un cuento maravilloso.
En este caso, Ana Scannapieco, nieta del fundador de la emblemática heladería Scannapieco, invita a la platea a conocer un poco más de la historia de su familia a través de una búsqueda apasionante, la receta del helado de limón original.
Así, esta vez la trama se desarrolla en un escenario que evoca tanto el pasado como el presente. A través de diálogos llenos de humor y ternura, la obra explora la importancia de los vínculos familiares y el valor de lo auténtico. Y se va creando un paralelismo entre el presente teatral, donde Ana ensaya la obra sobre la heladería, y el pasado, donde los recuerdos de su niñez y adolescencia cobran vida.
Todo se despliega como una exploración profunda sobre los vínculos familiares y la preservación de las tradiciones. La búsqueda del sabor perdido actúa como metáfora de una conexión más profunda con sus raíces, específicamente con la historia del emprendimiento familiar, fundado por su abuelo en 1938.
Dirección y actuaciones, en un equilibro perfecto
La dirección de Lisandro Penelas es muy buena, ya que logra ese equilibrio justo entre la comedia y la emoción, evitando caer en la tentación del melodrama. Penelas, codirector del Teatro Moscú, demuestra una vez más su habilidad para sacar lo mejor de sus actores, creando una obra que fluye con naturalidad y dinamismo.
La puesta en escena, con una escenografía sencilla pero efectiva diseñada por Cecilia Zuvialde, crea el marco perfecto para que la historia fluya entre los diferentes tiempos narrativos. La iluminación de Soledad Ianni complementa acertadamente los cambios de atmósfera, especialmente en las transiciones entre presente y pasado.
Además, el elenco demuestra una química notable. Boy Olmi, en el papel del tío Vicente, aporta calidez y profundidad a su personaje, sobre todo en las escenas donde comparte su saber sobre la elaboración del helado, al entrelazar con astucia las metáforas entre la música y los sabores.
Pablo Fusco, por su parte, demuestra versatilidad en su interpretación del padre de Ana, mucha soltura tanto los momentos de tensión como los de comicidad. Ana Scannapieco no solo se luce como dramaturga sino también como actriz, ya que logra trasmitir la autenticidad de quien cuenta su propia historia sin perder la distancia necesaria para construir un personaje creíble.
Es pieza demuestra que es posible hacer teatro comercial sin resignar profundidad ni calidad artística, y ofrecer una propuesta que equilibra entretenimiento y reflexión, memoria personal y experiencia colectiva. Es, en definitiva, un testimonio de cómo las historias más íntimas pueden convertirse en experiencias universales cuando son contadas con sinceridad y oficio.
«La Heladería», en resumen
«La Heladería» es una obra que invita a la reflexión sobre la importancia de preservar nuestras raíces y la memoria familiar. En un mundo donde todo parece cambiar a un ritmo vertiginoso, la búsqueda de Ana por recuperar un sabor perdido nos recuerda la importancia de valorar lo auténtico y lo genuino.
Al salir del teatro, los espectadores son obsequiados con una bocha de helado, un detalle que cierra la experiencia de manera perfecta, fusionando la ficción con la realidad. Una obra que no solo entretiene, sino que también nos invita a saborear la vida con la misma pasión y dedicación con la que se hace un buen helado. Una experiencia completa que deja un dulce sabor de boca y una profunda reflexión sobre la importancia de nuestras raíces y tradiciones.