En el trajinar del día a día, en Hersilia, un pueblo de 3000 habitantes en el noroeste santafesino, viven con naturalidad una realidad que en la mayoría de los pueblos fumigados del país no es común. Hace más de una década, las y los vecinos consiguieron que la Comuna fije un área de 800 metros libre de agrotóxicos alrededor del perímetro urbano.
Y desde ese momento, avanzan en un proyecto de promoción de la agroecología que hoy cuenta con un predio público donde se hace huerta, se plantan frutales y vides. También producen harina, panificados y lácteos. Todo se vende en Hersilia y en localidades de la zona.
Mileva Coria, Romina Duarte y Sandino Albrecht —de 19, 18 y 17 años— aprendieron a hacer dulce de leche, quesos y yogures con leche que les provee un productor del periurbano. Es miércoles a la tarde y en el espacio comunitario La Casita están terminando la producción del día. Con ellos trabajan Fernando Albrecht y Juan José Peralta, docentes e integrantes del grupo Vecinos Autocovocados por la Salud y el Ambiente de Hersilia.
Los viernes, en el mismo espacio, se hornean panes, budines y tartas elaboradas a partir de harina de trigo agroecológica que se produce a pocas cuadras de allí, en el mismo predio donde funciona la huerta. Esos días también se arman los pedidos y se hacen los repartos: los viernes en el pueblo y los sábados en Ceres, una ciudad ubicada 20 kilómetros al norte. En todos los grupos de trabajo participan personas con discapacidad.
Mileva, que no para un minuto, termina con los quesos y se pone a amasar las pizzas para la cena. “Me gustaría tener un campo con tambo para producir nuestra propia leche”, dice a Tierra Viva. Además de trabajar en La Casita, participa en los talleres de cerámica y de murga del Salón Estelar, un espacio cultural y educativo para niñas, niños, jóvenes y sus familias.
En Hersilia, ese entramado de espacios comunitarios, que son autónomos e independientes de los gobiernos y partidos políticos, ha sido fundamental en la lucha para alejar las fumigaciones y comenzar el camino hacia la agroecología.
Zona de resguardo
La historia empezó hace 20 años, cuando los movilizó el espanto. Las familias empezaron a notar que aumentaban las enfermedades respiratorias, las intoxicaciones, los casos de cáncer y los abortos espontáneos. En los campos del noroeste santafesino, en la transición entre las llanuras pampeana y chaqueña, la ganadería y los tambos habían empezado a reemplazarse por monocultivos de soja y maíz.
Con eso aumentó el uso de agrotóxicos, entre ellos herbicidas como el glifosato o el 2-4-D, que no sólo se aplicaban en los campos sino también a la vera de las vías del tren. Por las calles empezaron a circular máquinas fumigadoras, conocidas como “mosquitos”, y los galpones del pueblo se convirtieron en acopios de venenos.
Fue entonces cuando se creó el grupo de vecinas y vecinos autoconvocados, integrado por educadores populares, estudiantes, trabajadores de la salud y de otros sectores. Entre 2007 y 2011 recorrieron casa por casa, recabaron información, organizaron charlas con médicos, hicieron difusión en medios locales y llevaron el reclamo a las autoridades.
Como resultado, en octubre de 2011, la Comuna de Hersilia sancionó la ordenanza 1712 que prohibió las fumigaciones con agrotóxicos en un radio de 800 metros alrededor del pueblo, la radicación de depósitos de agroquímicos y envases vacíos dentro del área urbana y suburbana, y la circulación o permanencia de equipos terrestres de aplicación dentro del área urbana.
La ordenanza dividió aguas. Una parte del pueblo comenzó a sentir que podía respirar más tranquila mientras que otro sector —de productores rurales— quedó disconforme. La restricción afectaba 900 hectáreas con realidades diferentes: desde parcelas familiares de entre siete y 30 hectáreas hasta porciones de campos grandes, cubiertos de soja o maíz.
Los primeros años, la nueva zona de resguardo ambiental y sanitario se sostuvo por la constante vigilancia de las y los vecinos, que hacían denuncias ante la Comuna cada vez que se violaba la restricción. Los Autoconvocados recorrían el periurbano con un aparato de geolocalización prestado por un amigo para marcar hasta donde llegaban los 800 metros.
“Pintábamos las marcas en postes como este”, señala Albrecht, mientras recorre una vez más los caminos del periurbano junto a Tierra Viva. “Uno de los productores nos pidió que fuéramos a su campo y nos dijo: ‘Márquenme hasta donde puedo fumigar’”, recuerda.
Pasados diez años, la zona de resguardo funciona. Se ven vacas y animales de corral, pasturas, algunos cultivos y unos pequeños manchones de monte. “La etapa de concientización está cumplida”, dice convencida Silvana Romero, presidenta comunal desde 2021.
“De los productores rurales, un 50 por ciento lo acepta (a la prohibición de aplicar agrotóxicos) y el otro 50 lo rechaza por una cuestión de conveniencia, pero sabe que está mal”, dice. Y remarca: “A nadie se le ocurre fumigar donde no está permitido. Esa parte está superada”.
Hersilia y una propuesta de futuro
En paralelo, los autoconvocados trabajaron en una propuesta de ordenanza para promover la agroecología. En ella expresaron su visión del pueblo, del campo y del futuro en una región donde las oportunidades de trabajo no abundan y en muchos casos son precarias.
En ese contexto, las y los vecinos propusieron que acceder a la tierra rural sea viable para todas las familias, incluso las de menores recursos económicos; que se incentive la producción de alimentos de manera sana y sostenible, cuidando la tierra, el agua y lo poco que queda de monte; que esas producciones generen fuentes de trabajo local, que fortalezcan los vínculos entre los habitantes y que dignifiquen la vida en el pueblo. “Nuestra propuesta es parte del camino que estamos recorriendo, que es colectivo pero también de realización personal”, explica Albrecht. “Un camino que tiene que ver con la dignidad, con el trabajo y con ser una comunidad que nos incluya a todos.”
Quienes están en mejores condiciones económicas son la minoría, productores rurales o dueños de algún comercio. En general, las opciones de empleo son la docencia y el trabajo en centros de salud, en una fábrica de mechas para taladros o en el campo. Fuera de eso, la gente hace changas o trabajos temporarios para la Comuna.
La ordenanza se aprobó en septiembre de 2015 bajo el número 1963/15. Establece la creación de un Equipo de Promoción de la Agroecología, de un fondo en pesos específico y de un régimen de incentivo económico y apoyo técnico para los productores que presenten proyectos de transición hacia la agroecología.
También prevé un sistema de certificaciones participativas y la creación del programa “Tierra para quien la trabaja”, de acceso a la tierra para producciones familiares, pequeñas y medianas.
Lo que primero se cumplió fue la conformación del Equipo de Promoción, integrado un profesional solventado por la Comuna y otros miembros ad honorem. En sus inicios estuvo formado por una ingeniera agrónoma miembro de la Red de Técnicos en Agroecología del Litoral, una integrante de la entonces Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación, un técnico del programa ProHuerta (cerrado por el gobierno de Javier Milei) del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y representantes de los vecinos.
El primer año, el trabajo estuvo centrado en apoyar a los productores del periurbano afectados por la restricción a las fumigaciones con agrotóxicos. Se hicieron capacitaciones y se compró maquinaria, entre ellas un enrolladora y un “mosquito agroecológico” para pulverizar biopreparados.
La idea era que los productores pudieran presentar proyectos y acceder al régimen de promoción, del cual participaría tanto la Comuna como la Provincia. Sin embargo, ese objetivo quedó trunco por falta de acuerdo entre los productores.
Sin tierra y sin productores de acuerdo, los autoconvocados y el Equipo de Promoción hicieron una nueva propuesta a la Comuna. Esta vez, pidieron usar un predio abandonado, de casi tres hectáreas, para empezar un proyecto productivo. Así fue como, con un permiso precario, en 2016 empezó a funcionar el Centro Integral de Servicios Agroecológicos (CISA).
Cultivar alimentos y trabajo
Alrededor de una mesa redonda, Cristina Machado, Federico Leiva, Daniela Franzi y Elías Muñez desgranan con cuidado flores secas de lechuga, acelga y achicoria, y colocan las semillas en bandejas de plástico. De ahí, las semillas pasan a unos frascos y botellas rotuladas que se guardan en el galpón del predio, junto a las herramientas y máquinas. Son las 10 de la mañana de un jueves de diciembre y la actividad en el CISA empezó temprano, a las 6.30.
La huerta ocupa unos 2000 metros cuadrados donde esta primavera se cultivaron lechugas, repollo, achicoria, rúcula, tomates, pimientos, zapallos y calabazas. Al ser una producción agroecológica, no utilizan insumos químicos sino que buscan el equilibrio del agroecosistema. En caso de necesitar fertilizantes o insecticidas, preparan bioinsumos orgánicos.
En 2022, la Comuna cedió en comodato el predio al Equipo de Promoción por cinco años prorrogables. Lo hizo a través de la ordenanza 2497/2022, enmarcada en el programa “Tierra para quien la trabaja”, lo que motivó al grupo a continuar y hacer crecer el proyecto.
Además de dejar un corredor biológico de arbustos, pastos y plantas naturales que atraen insectos benéficos, en 2024 se plantaron árboles frutales y de especies nativas. “La idea es implementar algunos principios de la agrofloresta para mejorar el suelo”, cuenta Franzi, ingeniera agrónoma y miembro del Equipo de Promoción.
El suelo y el agua son todo un desafío en Hersilia. El suelo es arcilloso y el agua muy salina. Uno de los principios de la agrofloresta —un sistema de producción desarrollado en Brasil— es aprovechar la biomasa de los árboles como abono para el suelo.
“Se hacen podas y eso se deja en suelo. Esa biomasa aporta cobertura, materia orgánica, mantiene la humedad, amortigua los cambios de temperatura y es refugio para insectos y microorganismos”, explica Franzi. Además, señala que el aporte de materia orgánica mejora la estructura del suelo y ayuda a disminuir el impacto de las sales del agua sobre los cultivos.
En 2024 también cultivaron vides. Plantaron uvas tannat —que se adaptan a la zona— como parte de un proyecto para elaborar vinos. Con árboles y vides ya cultivadas, ahora resta cuidar y esperar.
Durante el otoño y el invierno pasados, llegaron a vender 15 atados de verdura por día, entre lechuga, acelga, perejil y achicoria. Lo que se recauda se utiliza, en parte, para mantener el predio. El resto se divide entre las cuatro personas que trabajan en la huerta, quienes también reciben un aporte de la Comuna.
Para Cristina, de 54 años, el CISA es su principal fuente de ingreso. Lo mismo para Elías, un albañil desocupado, de 21 años, que empezó a trabajar en la huerta en octubre de 2024. “Me gusta y me sirve este trabajo”, cuenta. “Hay plantas que no conocía. Empecé a comer achicoria, por ejemplo, que antes ni probaba.” Más allá de las tareas en el predio, a Elías le interesan otras actividades que comparte con el Equipo de Promoción y los Autoconvocados.
La visión del Equipo de Promoción y de los vecinos autoconvocados es que el CISA genere fuentes de trabajo en base a la producción de alimentos sanos a precios accesibles. “Para nosotros es un proyecto productivo, queremos que se pueda vivir de esto”, remarca Albrecht.
En los últimos meses, viajó a Santiago del Estero, a un encuentro de comunidades en lucha contra las fumigaciones. Y a San Guillermo, en Santa Fe, a un taller sobre árboles nativos. “Se aprende mucho”, comenta a Tierra Viva. El CISA tiene espacio para crecer.
Con los aportes económicos de la Comuna, de la Provincia y de la Nación, hasta ahora consiguieron finalizar el galpón, construir un baño e instalar un sistema de riego, que incluyó una perforación, una bomba y un tanque de agua.
Lo que falta es terminar de limpiar un zona que funcionó como escombrera y contar con más manos y recursos. “Tenemos espacio para producir verduras para todo el pueblo, incluso para incorporar animales pequeños”, se entusiasma Franzi.
La Comuna, en tanto, por el momento lo considera más como un espacio educativo. “La misión principal que tiene hoy el predio es mostrar que se puede producir de manera natural, sustentable, a bajo costo, y que las familias lo pueden hacer en su casa”, sostiene Romero. “Queremos que funcione. Hay que velar por demostrar que ese tipo de producción funciona”, agrega.
Del otro costal
Una vez por semana, Mariana Benítez pone a funcionar el molino a piedra instalado en el CISA en 2024. Junto a otro compañero, muelen trigo agroecológico que el grupo trae de Colonia Tacurales, unos 100 kilómetros al sur de Hersilia. La harina “Del otro costal” se comercializa por pedidos en paquetes de un kilo.
“Molemos unos 18 kilos por hora”, comenta la mujer mientras muestra cómo funciona la máquina. “Esta harina es más sana pero la gente todavía no está muy acostumbrada, hay que ir tomando conciencia.” Además de hacer la molienda, Benítez —que tiene 35 años y tres hijos— trabaja en su casa y da clases de cerámica en el Salón Estelar.
La fabricación de harina empezó en 2018, cuando los Autoconvocados —asesorados por el Equipo de Promoción— se animaron a cultivar trigo agroecológico en cinco hectáreas cedidas por un productor del periurbano. Las primeras cosechas se molieron en una máquina antigua y muy ruidosa.
Al ver que podían hacerlo, presentaron un proyecto en el Procanor (un programa nacional de inserción económica de productores familiares) para comprar un molino y construir un galpón para instalarlo. El proyecto fue aprobado, pero la burocracia y la inflación hicieron que a la hora de recibir los fondos el monto sea menor al inicial. El resultado fue un molino nuevo pero en un galpón más chico, sin baño ni otras instalaciones que estaban previstas.
Desde el comienzo, la producción de harina dio lugar a un nuevo proyecto: la elaboración de panificados. Un grupo de mujeres del comedor y centro comunitario La Casita aprendió recetas con harina integral y comenzaron a hacer panes, prepizzas y variedades dulces. Los primeros años las ventas se hacía en la plaza del pueblo. Pero desde hace un tiempo, trabajan por pedidos.
“Los jueves a la noche nos pasan los pedidos de la semana, de eso se encarga una compañera que los recibe por Whatsapp”, explica Ofelia Vera, docente e integrante del grupo. “Los viernes por la mañana compramos los ingredientes y por la tarde cocinamos.”
Con ella trabajan Soledad Álvarez y Celeste Barretto, de 34 y 26 años. “Lo que más se vende son los panes y prepizzas”, cuenta Celeste. También hacen budines, pasta frola y tarta de coco con dulce de leche.
Producir sin venenos
Gabriel Borgetto es el proveedor de la leche con la que todos los miércoles y domingos elaboran los lácteos Mileva, Romina, Sandino y Fernando. Desde hace seis años, Borgetto trabaja 45 hectáreas en la zona de resguardo ambiental, donde además de hacer tambo, cría vacas, cerdos, ovejas y siembra granos y pasturas.
Tiene 51 años y se crió en el campo. Trabajó como tambero mediero hasta que decidió alquilar este campo, donde diversificó la producción. Vive en el pueblo con su esposa y sus dos hijos, de 9 y 11 años, y todos los días viene a trabajar al campo, que queda hacia el este, cruzando la ruta nacional 34. Produce unos 80 litros de leche por día. Una parte la vende en el pueblo y otra la usa para elaborar quesos, que vende también en Hersilia y la zona.
No está muy convencido de hacer agroecología pero respeta la restricción a las fumigaciones. “La agroecología no es fácil”, dice a Tierra Viva. “Para la salud es bueno. Pero cuando tenés insectos, como las isocas, que te llevan la alfalfa en tres o cuatro días y no podés fumigar, es como si un día tuvieras la casa seca y al día siguiente, llena de agua”, grafica.
También explica que para evitar las isocas podría optar por otro cultivo, como tréboles, pero que no son buenos para hacer rollos. Para combatir las plagas, de los productos permitidos en la zona de resguardo, hasta ahora le funcionó el jabón potásico. “Anduvo bien con la alfalfa para controlar trips y hongos”, cuenta.
En otros casos, por los costos o por limitaciones del equipo aplicador, no le fue bien. “Quisimos aplicar tierra de diatomea pero no pudimos”, recuerda. Más allá de renegar con las plagas, Borgetto reconoce las ventajas de no usar venenos. “Hay épocas del año en que me doy cuenta”, dice mientras mira hacia el este.
A pesar de los cambios en las políticas estatales, el proyecto de las y los vecinos de Hersilia se mantuvo y sigue adelante. Para los Autoconvocados, esto se explica por haberse mantenido siempre independientes de los gobiernos y partidos políticos, más allá de trabajar y luchar por la concreción de políticas públicas. “Este entramado colectivo estuvo siempre pensado desde la autonomía, nunca cedido ni puesto al servicio de ningún poder, de ningún partido político”, sostiene Albrecht.
“Acá tengo 30 hectáreas que prácticamente nunca se fumigaron. Y allá alquilo otras 15 que durante un tiempo se fumigaron”, señala más lejos. “Es increíble cómo viene el pasto del lado que nunca se fumigó mientras que allá, en invierno, si no sembrás algo, no viene nada”, continúa. “A veces en julio, agosto viene una lluviecita y acá ya se pone verde. Y allá no. Ves la tierra nomás, sin nada.”
Construir desde abajo
Falta todavía para que en Hersilia la agroecología sea lo que los Autoconvocados quieren y proyectan. A la reticencia de algunos productores rurales se suma el debilitamiento de las políticas públicas de apoyo a la pequeña y mediana producción, tanto nacionales como provinciales, que en un primer momento sirvieron de impulso al proyecto.
A nivel nacional, por ejemplo, durante los gobiernos de Mauricio Macri y Alberto Fernández, la Secretaría de Agricultura Familiar de la Nación sufrió despedidos de personal y desfinanciamiento constante.
Esto le allanó el camino al gobierno de Javier Milei, que no tuvo que hacer demasiado esfuerzo para degradar y desmantelar casi por completo el área, que era fundamental para brindar apoyo técnico y acceso a financiamiento a familias campesinas y de pequeños productores.
Lo mismo ocurrió con el INTA, donde primero se eliminó el programa ProHuerta y en los últimos meses se anunció un “plan de modernización” para todo el organismo, que incluye la venta de bienes y reducción de personal.
En este contexto, los técnicos de Agricultura Familiar y el INTA ProHuerta que integraban el Equipo de Promoción de la agroecología en Hersilia, si bien continúan en contacto con los vecinos y productores, casi no cuentan con recursos para trabajar.
“Esto creo que es lo que nos ha permitido continuar a través de tiempo. Porque entendemos que la realidad se hace de muchas maneras, pero para hacerla como queremos, la tenemos que hacer nosotros. No necesitamos a nadie que nos represente. Nos hacemos presentes en la realidad para transformarla, para trabajarla, para caminarla juntos”, continúa. Y agrega que en ese camino, nadie puede quedar atrás.
“Algo fundamental que nos enseñarnos las niñas, niños y jóvenes con discapacidad es que tenemos que ir todos juntos al ritmo de cada uno. Que no hay una velocidad que cumplir sino que hay un camino que transitar y un horizonte que pintar en donde entremos todos y donde todos lleguemos a hacer los trazos. Si alguien no llega, si alguien queda atrás, no nos sirve.”
Con 800 metros de resguardo ambiental y una ordenanza de promoción de la agroecología que por ahora se cumple a medias, el grupo trabaja para que la huerta, las vides, los lácteos, el molino y los panificados se conviertan en unidades productivas sostenibles. Y sueñan con un pequeño campo para producir.
“Nuestro proyecto es tener un espacio propio para producir con libertad y sin riesgo a perder la tierra”, dice Juan José, mientras abre el horno para meter las pizzas que Mileva, ahora sí ya sentada, hace unos minutos terminó de preparar.