martes 7 de enero de 2025

Nosferatu según Eggers: deseo, miedo y la reinvención de un clásico del terror

Con su remake, el cineasta estadounidense se aparta del horror convencional y ofrece un relato inquietante que avanza a un ritmo singular, impulsado por una actuación impactante y memorable de Lily-Rose Depp.
Nosferatu Rober Eggers Lily-Rose Depp
La pasión de Eggers por el cine mudo y los intensos contrastes del expresionismo alemán se despliega con Nosferatu, llevando esa fascinación a nuevas alturas. Créditos: Universal Pictures.

¿Quién más podría hacerlo? Con seguridad, esta pregunta pasó por la mente de los fans del terror cuando se confirmó que el cineasta estadounidense Robert Eggers llevaría a cabo su ambicioso proyecto: un remake del clásico Nosferatu (1922) de Friedrich Wilhelm Murnau, tras años de meticulosa preparación. La pasión de Eggers por el cine mudo y los intensos contrastes del expresionismo alemán quedó plasmada con maestría en su intenso thriller psicológico El Faro (2019). Ahora, con Nosferatu, esa fascinación alcanza nuevas alturas.

Aun así, cierto escepticismo sobre el resultado final era comprensible. Rehacer una de las primeras grandes obras maestras del cine de terror representaba un riesgo enorme, sobre todo si se considera que ya había sido reinterpretada por Werner Herzog en Nosferatu: el vampiro de la noche (1979). Aunque la versión de Eggers no llega a convertirse en una obra maestra revolucionaria, es alentador constatar que mantiene intacto su sello distintivo. Los sustos fáciles y predecibles nunca fueron el eje de su cine. Desde su debut con La Bruja (2015), Eggers privilegió relatos cargados de atmósfera tensa, con ritmos narrativos únicos y una potencia audiovisual inconfundible.

Nosferatu Robert Eggers
La meticulosa atención al detalle de Eggers se refleja en Nosferatu, con una ambientación auténtica y una atmósfera tensa y onírica. Créditos: Universal Pictures.

El guion de Nosferatu prioriza el protagonismo femenino

El guion, escrito por el propio director, sigue de cerca la versión original de Henrik Galeen, que, sin autorización, incorporó elementos de la novela Drácula de Bram Stoker. Sin embargo, la mayor aportación de este remake radica en el protagonismo otorgado a Ellen (Lily-Rose Depp), quien se convierte en el eje central de la historia. Desde el inicio, somos testigos de cómo, consumida por la soledad en su juventud, Ellen lanza un desesperado llamado en la oscuridad de la noche, invocando a una antigua criatura que no solo exige lealtad eterna, sino que la ata a una conexión psíquica tan poderosa como atormentadora.

En 1838, Ellen vive casada con Thomas Hutter (Nicholas Hoult), un corredor de propiedades, en la ciudad portuaria ficticia de Wisborg, en Alemania. Aunque el amor entre ellos parece apaciguar sus pesares y atenuar sus pesadillas, todo cambia cuando el jefe de Thomas le encomienda la misión de viajar a los remotos Cárpatos para cerrar un importante contrato con un cliente. A pesar de los oscuros presentimientos de su esposa y sus súplicas para que no emprenda el viaje, él decide ignorarla, seducido por la promesa de un ascenso y la estabilidad financiera necesaria para formar una familia.

Mientras Ellen, cada vez más frágil emocionalmente, busca consuelo en su amiga Anna Harding (Emma Corrin) y el esposo de esta, Friedrich (Aaron Taylor-Johnson), Thomas se adentra en los oscuros Cárpatos, donde se enfrenta al horror encarnado: el siniestro conde Orlok (Bill Skarsgård). Este aristócrata, interesado en adquirir una propiedad en Wisborg, es la criatura ancestral que ha atormentado a Ellen desde su juventud. Ignorante de esta conexión, Thomas se convierte en pieza clave del oscuro plan de Orlok. Mientras el vampiro inicia su viaje hacia Wisborg, desatando el caos, Thomas trata de seguir su rastro, mientras Ellen sucumbe a visiones cada vez más perturbadoras y convulsiones que anuncian la llegada de una amenaza ineludible.

La meticulosa atención al detalle de Eggers se refleja con claridad en Nosferatu. La ambientación es auténtica, con movimientos de cámara controlados que giran con lentitud o se deslizan de un lado a otro. Esta precisión, combinada con un diseño de sonido envolvente, genera una atmósfera de ensueño. Las imágenes, dominadas por tonos grises y con escenas nocturnas que evocan el cine en blanco y negro, están cargadas de una inquietud constante. Además, la decisión de utilizar luz natural en muchas escenas intensifica la sensación de amenaza, en especial en los interiores de la fortaleza de Orlok, donde la iluminación proviene únicamente del fuego de las chimeneas, acentuando el carácter opresivo del entorno.

Nosferatu Robert Eggers
La película critica una sociedad patriarcal que impone roles rígidos: quién debe cerrar negocios, quién debe quedarse en casa con recato, y qué se considera deber conyugal o pecado. Créditos: Universal Pictures.

El enfoque en la sexualidad y la lucha de poder

Eggers intensifica la carga sexual inherente al filme original, llevando a Nosferatu a explorar con mayor profundidad la lujuria reprimida y la obsesión desbordada, con un enfoque particular en los sentimientos de Ellen. No solo está atrapada en su perturbadora conexión con Orlok, sino que también soporta el peso de estructuras patriarcales opresivas: hombres como Friedrich y el médico Dr. Sievers (Ralph Ineson) dictaminan sobre su melancolía, convencidos de saber lo que es mejor para ella, transformando el remake en una historia de terror que también narra una lucha por la liberación y la ruptura frente a las cadenas que limitan su autonomía. 

Depp sobresale en su interpretación, transmitiendo una amplia gama de emociones: preocupación, desesperación, dolor, pero también determinación y furia. La exigencia física de su papel se hace evidente en las escenas que evocan el cine de posesión, donde los movimientos corporales de Ellen alcanzan una intensidad impresionante.  

Sin embargo, a pesar de sus logros visuales y sonoros, Nosferatu no está exento de problemas. Aunque se distancia del terror convencional, incurre en ciertos clichés, como el exotismo característico del género. Por ejemplo, una escena en la que Thomas interactúa con lugareños cerca del castillo de Orlok refuerza estereotipos sobre los habitantes de Europa del Este, presentándolos como extraños y atrasados. Además, algunos diálogos deliberadamente arcaicos resultan algo forzados, afectando la fluidez narrativa en ciertos momentos.

La película critica una sociedad patriarcal que define estrictamente los roles internalizados: quién cierra negocios, quién debe quedarse en casa con recato, y qué se considera deber conyugal o pecado. El sufrimiento, la obsesión y el deseo desenfrenado de Ellen desestabilizan este sistema.

Nosferatu Robert Eggers
Eggers presenta Nosferatu como una lucha de impulsos, un drama matrimonial en el que los cuerpos maltratados y atormentados buscan satisfacción sexual. Créditos: Universal Pictures.

El simbolismo de la lucha por la liberación

Eggers presenta Nosferatu como una lucha de impulsos, un drama matrimonial donde los cuerpos maltratados y atormentados compiten en busca de satisfacción sexual. Esto se entrelaza con un simbolismo apocalíptico, la auto-represión eterna y la aversión social hacia el placer. La intensidad aumenta especialmente cuando Bill Skarsgård, como un cadáver ambulante en descomposición, domina la pantalla. Los personajes sucumben poco a poco ante él en una relación ambivalente, casi sadomasoquista

Lo que queda es un filme que, a la vez, parece atemporal y anacrónico. El cine de Eggers siempre ha mirado hacia el pasado, tanto en su narrativa como en su estética. Busca lo antiguo y lo tradicional, basándose en mitos, leyendas y cuentos que exploran lo universal y lo eterno. Sin embargo, este enfoque también presenta desafíos, especialmente en obras como Nosferatu o Drácula, donde no se puede ignorar el peso histórico que llevan consigo. Las plantillas narrativas originales están marcadas por estereotipos dañinos y dicotomías entre un Occidente progresista y un Oriente demonizado, algo que Eggers, en gran parte, no aborda, dejando cabos sueltos en un relato que, por momentos, se queda atrapado en su propia nostalgia.

Nosferatu Robert Eggers
La narración adquiere un carácter casi ritual al evocar el fin de un mundo conocido, donde todos caminan hacia el abismo. Créditos: Universal Pictures.

Un vampiro que resuena con las tensiones actuales

No obstante, es innegable que Eggers creó uno de los filmes de vampiros técnicamente más impresionantes de los últimos tiempos. Explora las capas psicosexuales y los temas que hacen fascinante el mito vampírico con un rango amplio y un gusto por el horror sangriento que compensa varias debilidades de la película. Tal vez esa sea la mayor cualidad de este remake: despertar una renovada pasión por redescubrir esta historia clásica, sus fuentes y los debates que genera.

Pero, ¿por qué retomar Nosferatu en pleno siglo XXI? Tal vez porque el sentimiento apocalíptico de la obra original es tan palpable hoy como lo fue en su momento. Más oscuro que Murnau y Herzog,  Eggers intensifica la llegada pausada del mal, que se abate sobre la ciudad como una plaga simbólica. “Él viene” se repite como mantra, mientras la anticipación del horror se saborea con una tensión insoportable, superando incluso su eventual irrupción. La narración adquiere un carácter casi ritual al evocar el fin de un mundo conocido. Aquí, todos caminan hacia el abismo. Sin embargo, la figura del enemigo externo ha ocultado durante demasiado tiempo las verdaderas causas del miedo que anidan dentro de la propia sociedad.

En este punto, Nosferatu se adentra en profundidades temáticas que resuenan con el estilo inconfundible de Eggers, conocido por su capacidad para explorar lo simbólico y lo arquetípico. La película no sólo reinterpreta el mito del vampiro, sino que lo enriquece al desentrañar sus múltiples capas interpretativas, transformándolo en una alegoría sobre el miedo y el deseo.

El director plantea una pregunta provocadora: ¿es el vampiro un reflejo del temor a la sumisión o, quizás, una expresión de nuestra secreta añoranza por ella? Este dilema, tan inherente a la narrativa gótica, se intensifica en Nosferatu, donde el villano no solo representa una amenaza externa, sino también una fuerza que despierta deseos oscuros y reprimidos en los personajes. Este enfoque permite una lectura psicológica que trasciende el género, convirtiendo el relato en un espejo inquietante de nuestras propias ansiedades y deseos.

Nosferatu Robert Eggers
El dilema del vampiro y su simbolismo político es claro: Nosferatu refleja el miedo al resurgimiento de un fundamentalismo arcaico y supersticioso. Créditos: Universal Pictures.

El dilema del vampiro y su simbolismo político

El Nosferatu original fue como un presagio del ascenso del nazismo, viendo al vampiro como un símbolo del tirano autoritario. Eggers, consciente de esta carga histórica, retoma y actualiza esta figura mitológica para explorar la persistencia de ciertos miedos colectivos: ¿es Nosferatu un reflejo del temor al resurgimiento de un fundamentalismo antiguo y supersticioso? ¿O más bien una advertencia sobre cómo esas fuerzas pueden infiltrarse en una sociedad que se cree moderna y racional?

Ambas lecturas están presentes en esta nueva adaptación, que no solo rinde homenaje al clásico de Murnau, sino que también lo recontextualiza para nuestra época. En un mundo ultrapolarizado, marcado por tensiones políticas, sociales y culturales, Nosferatu se convierte en una parábola inquietante sobre los ciclos de opresión, la fragilidad del progreso y los peligros de ignorar las sombras del pasado. Eggers demuestra que el mito del vampiro sigue siendo un vehículo poderoso para examinar los miedos más arraigados de la humanidad, recordándonos que lo sobrenatural y lo político a menudo están más entrelazados de lo que parece.

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