lunes 6 de enero de 2025

Megalopolis: El grito de Coppola sobre el colapso, la virilidad y el paso del tiempo

En un viaje introspectivo y épico, el director desnuda su visión sobre cómo el poder y la masculinidad enfrentan la erosión del tiempo. Su obra más polarizante y menos entendida, busca desafiar las convenciones del cine contemporáneo con una mirada profunda y personal. La película llegó a las carteleras esta semana.
Adam Driver Megalopolis
Adam Driver protagoniza Megalópolis. Crédito: Maco Films

En 2023, una curiosa tendencia viral surgió en Instagram y TikTok, donde las mujeres, motivadas por una influencer sueca, comenzaron a preguntar a sus novios, padres o hermanos con qué frecuencia pensaban en el Imperio Romano. Las respuestas, sorprendentemente frecuentes, variaban entre «varias veces al día» y «una vez a la semana», desatando una avalancha de videos en los que la incredulidad y el asombro de las autoras se convirtieron en protagonistas.

Lo que comenzó como un juego trivial pronto se transformó en un enigma sobre la aparente simpleza de los pensamientos masculinos, desatando reflexiones sobre lo que este inesperado interés podría revelar acerca de la salud mental y las prioridades de los hombres. En tono irónico, algunos interpretaron este fenómeno como una prueba más de que muchos hombres estarían más dispuestos a reflexionar sobre glorias pasadas, como el Imperio Romano, que a considerar la posibilidad de acudir a terapia.

Cynthia Boaz, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de Sonoma, Estados Unidos, analizó este fenómeno desde una perspectiva de género, señalando que no era casualidad que muchos hombres, especialmente los blancos cisgénero, mostraran tal fascinación. Según Boaz, el Imperio Romano representa uno de los ejemplos más emblemáticos de una sociedad patriarcal y jerárquica, que además encarna valores asociados con la masculinidad tradicional, como la fuerza, el poder y la autoridad.

Megalopolis Francis Ford Coppola
Giancarlo Espósito en Megalopolis. Crédito: Maco Films

Lucha por el legado y contra los demonios

Francis Ford Coppola parece ser uno de esos cineastas que ha reflexionado profundamente sobre el Imperio Romano. Su nueva y última película, gestada durante casi cuarenta años y con un presupuesto de 120 millones de dólares, comienza declarando que se trata de una historia inspirada en el legado romano, reinterpretado para los tiempos actuales. Desde las primeras citas y textos en pantalla, queda claro que Megalopolis establece un paralelismo entre la situación de Estados Unidos y la Antigua Roma de los días previos a su colapso.

Sin embargo, la película va más allá de una alegoría histórica. También se siente como una introspección profunda, una suerte de terapia cinematográfica donde Coppola, en la madurez de su carrera, confronta su legado, sus inquietudes y sus sombras personales. Es una obra que reflexiona sobre la vida, enfrenta la inevitabilidad de la muerte y transmite una preocupación palpable tanto por el presente y el futuro del mundo como por el destino del cine como arte. Con Megalopolis, el director no sólo explora los ecos del pasado en nuestro tiempo, sino que también desnuda su alma como cineasta y como ser humano.

Coppola envuelve todo esto en un torbellino cinematográfico: la épica confrontación en Nueva Roma entre el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), y el visionario pero atormentado arquitecto Cesar Catalina, (Adam Driver), comienza con un monólogo de tintes shakesperianos pronunciado desde una pasarela de madera sobre la ciudad. Cesar no solo posee una misteriosa habilidad para detener brevemente el tiempo, sino que también ha descubierto un nuevo elemento, el Megalon: una sustancia brillante, amarilla y transparente, con la que planea construir la ciudad del futuro.

Megalopolis Francis Ford Coppola
Adam Driver y Natalie Emmanuel en Megalopolis. Créditos: Maco Films

El relato se entrelaza con alusiones a un satélite ruso, una exuberante secuencia en el Madison Square Garden que evoca la extravagancia de Fellini, y un caos temporal que desdibuja cualquier sentido de cronología en la película. Citas de figuras históricas y filosóficas, desde Marco Aurelio hasta Ralph Waldo Emerson, se lanzan al aire sin mayor contexto, mientras rostros se multiplican de forma abrupta y una misteriosa presentadora de televisión, Wow Platinum (Aubrey Plaza), seduce tanto a los personajes como al público con su presencia enigmática.

El desfile visual incluye actores, cuerpos, CGI y abstracciones que parecen surgir sin un orden aparente. La película se mueve con un ritmo errático, casi como si tuviera vida propia, deslizándose por la sala de cine como un ente autónomo que se rehúsa a ser contenido. Para algunos, esta dispersión puede resultar frustrante, pero para otros es precisamente esta imprevisibilidad la que la convierte en una experiencia electrizante.

Megalopolis Francis Ford Coppola
En el caos visual de Megalopolis, Coppola desafía las convenciones del cine contemporáneo, fusionando poder, legado y la constante lucha contra el tiempo. Créditos: Maco Films

Un mecanismo de afrontamiento muy costoso

En cuanto a su contenido, Megalopolis lo abarca todo: desde el fin del mundo hasta la situación política contemporánea, reflejando temas como la corrupción, las campañas electorales al estilo Trump y la gentrificación. También se adentra en la historia y el futuro del cine, la naturaleza del tiempo, tanto en su sentido abstracto como en el personal, ese tiempo que inevitablemente se agota. Es una exploración de la transitoriedad, la tristeza y el dolor, y, por encima de todo, de cómo todos estos elementos están intrínsecamente conectados.

La película retoma un tema recurrente en la obra de Coppola: incluso el proyecto artístico más ambicioso no es más que un intento de desafiar al tiempo, un esfuerzo condenado al fracaso que, en última instancia, se revela como un mecanismo para afrontar la propia vulnerabilidad humana. Este mecanismo de afrontamiento se traduce en una obra monumental y muy costosa, cuya lenta pero inevitable aceptación de la mortalidad aporta una melancolía conmovedora al conjunto.

Sin embargo, no ofrece algo nuevo o revelador sobre los temas que aborda. Tampoco destaca por poseer un espectáculo visual revolucionario ni por una construcción de mundo que sumerja completamente al espectador. Aunque posee momentos brillantes, muchos otros son olvidables, y Nueva Roma nunca logra sentirse como un lugar tangible; permanece etérea, distante.

El atractivo de la película no reside en la subversión del género ni en una deconstrucción irónica del épico de ciencia ficción. No es «tan exagerada que resulta buena», ni adopta un tono meta o humorístico. Por el contrario, lo que la hace especial es su profunda pasión y sinceridad. Coppola presenta una obra intensamente personal, que utiliza la incomodidad que provoca en los espectadores como un recurso productivo para transmitir su mensaje. Es precisamente esa honestidad emocional, lejos de las pretensiones, lo que le otorga a la película su verdadera fuerza.

Megalopolis Francis Ford Coppola
Coppola, en su filme, crea un paralelismo entre la Antigua Roma y los Estados Unidos. Créditos: Maco Films

El poder y sus fantasías en Megalopolis

Una característica central de Megalopolis es la representación de una fantasía masculina heterosexual y cisgénero, cargada de matices «camp», en la que los grandes artistas, en lugar de limitarse a las construcciones refinadas y las abstracciones conceptuales esperadas por la sociedad, eligen exponer de manera cruda y directa sus miedos, deseos y ambiciones. Esto puede interpretarse como una representación del anhelo de controlar y transformar el poder, pero desde una posición privilegiada. Es una interpretación explícita de la «fascinación» por el Imperio Romano, alimentada en gran medida por fantasías de poder, dominio y virilidad masculina.

Megalópolis parece ofrecer una visión de una «revolución de la pirámide invertida», una que no proviene de las clases oprimidas ni de aquellos que viven en los márgenes de la sociedad, sino que es liderada por miembros de la élite. Como sugiere el filósofo italiano Antonio Gramsci, las revoluciones a menudo son impulsadas por quienes tienen acceso al poder, los recursos y una educación que les permite desafiar el sistema desde adentro. En la película, el arquitecto César Catalina busca transformar la ciudad (y por extensión, la sociedad) desde la cima de la pirámide, intentando mejorar el orden establecido, pero siempre manteniendo su privilegiada posición.

Para Gramsci, estos movimientos, en apariencia, revolucionarios, están inmersos en una lucha por la hegemonía cultural. Los líderes de estas revoluciones suelen ser aquellos que, aunque no pertenecen a la clase dominante, están en una posición que les permite desafiar el sistema. Megalópolis refleja esta lucha interna de los poderosos, tratando de redefinir el orden sin perder la supremacía, lo que resuena con la idea de que las élites tienen la capacidad de transformar el sistema desde su propia perspectiva, aunque sus motivaciones sean egoístas o egocéntricas.

Giancarlo Esposito Megalopolis Francis Ford Coppola
Megalopolis tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Cannes. Créditos: Maco Films

Detrás de todo, una gran máquina de deseos

La película también sugiere que la sinceridad y la destreza no se complementan, sino que a menudo se sabotean mutuamente. Nos recuerda que, cuando los genios también son imbéciles, tal vez lo mejor sea no aspirar a la genialidad. No busca complacer, pero tampoco adopta el gesto pretencioso de quien se cree demasiado especial como para agradar. No es una obra maestra, pero parece aceptar, incluso afirmar, que ya no habrá más obras maestras, y tal vez nunca las hubo.

A pesar de algunos elementos discutibles, lo que realmente impacta de Megalópolis no es solo su contenido explícito, sino el gesto profundo que transmite. La distancia entre las palabras y las ideas provoca una admiración aún mayor por la radicalidad vulnerable con la que Francis Ford Coppola las presenta. Es una obra de un hombre que ya no tiene nada que perder, que no debe nada a ninguna productora más que a sí mismo, y que, probablemente, en un futuro cercano, se enfrentará a su propia mortalidad. Esa conciencia de lo efímero lo impulsa a mostrarse de manera radicalmente transparente.

A diferencia de Ruben Östlund, que desde su posición privilegiada analiza el presente y nos explica cómo nos afecta, Coppola elige despojarse de todo y exponer su vulnerabilidad sin reservas. Como los modelos que usan el Megalon, un material que deja ver más allá de sus cuerpos, Megalópolis nos invita a mirar más allá de los adornos del Imperio Romano, los decorados exagerados, los efectos visuales y los gestos grandilocuentes. Detrás de todo esto, surge una compleja máquina de deseos que impulsa a los personajes, la narración y la película misma, mostrando su verdadero propósito: comprender, a través de lo personal, aquello que nos consume a todos.

Esa máquina culmina en un alegato apasionado por la lucha hacia un futuro digno. La película reconoce que las visiones pueden cegarnos, pero también afirma que no podemos vivir sin ellas, especialmente ahora. Si Megalópolis culmina con una visión desesperanzada y un audaz juramento de lealtad, no a una nación, sino a la humanidad, que aquellos que deseen calificarla de vergonzosa, exagerada, ridícula o pretenciosa lo hagan. Pero que antes se despojen de sus máscaras, y solo entonces veremos quién es capaz de soñar con tal intensidad.

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