Este jueves llega a los cines la tan esperada “Nosferatu”, la nueva película del aclamado director Robert Eggers. Se trata de una nueva adaptación de un clásico de terror gótico, donde se demuestra que se puede reinventar una idea sin perder su esencia original. Esta re imaginación del icónico vampiro nos presenta una propuesta que combina el horror ancestral con una sensibilidad moderna, enmarcada en una estética sublime, pero donde la dinámica ha pegado el faltazo. Pese a eso, el final es tan espectacular que vale la pena quedarse sentado sus casi dos horas y cuarto de duración.
La película logra ese delicado equilibrio entre rendir homenaje al material original y construir algo nuevo. Eggers demuestra su maestría al tomar los elementos fundamentales de la obra seminal de F.W. Murnau y transformarlos en algo que resulta tanto familiar como sorpresivo y fresco. El resultado es una obra que trasciende la simple remake para convertirse en una reinterpretación perturbadora y fascinante del mito vampírico.
La trama sigue a Ellen (Lily-Rose Depp), una joven con habilidades precognitivas en la Alemania de 1830. Su vida da un giro dramático cuando establece una conexión psíquica con una entidad oscura, que luego se revelará como el Conde Orlok. Su esposo Thomas Hutter (Nicholas Hoult), un agente inmobiliario, viaja a Transilvania por negocios, desencadenando una serie de eventos que pondrán a prueba su matrimonio y su cordura. El paralelismo con la obra original es evidente, pero Eggers agrega capas adicionales de complejidad psicológica y horror lovecraftiano, ese miedo a lo desconocido que enriquecen la narrativa.
Impactante fotografía para una historia en cámara lenta
Desde el punto de vista técnico, la película es un festín visual. La dirección de Eggers es meticulosa, y crea un ambiente opresivo y gótico que envuelve al espectador desde el primer fotograma. La fotografía es deslumbrante, cada plano está compuesto con un cuidado obsesivo, incluso las escenas más cotidianas se transforman en cuadros dignos de una galería de arte. El diseño de producción es por igual notable, con locaciones que parecen salidas de un cuento de hadas retorcido, pero donde se mantiene un realismo inquietante.
En lo actoral, Bill Skarsgård ofrece una interpretación fascinante y perturbadora del Conde Orlok. Su aproximación al personaje es arriesgada y por momentos excéntrica, y cumple su rol de manera efectiva para transmitir la naturaleza sobrenatural y alienígena del vampiro. Nicholas Hoult continúa su camino certero para demostrar su madurez actoral con una actuación sólida y matizada. Lily-Rose Depp, pese a algunas críticas por su acento, logra transmitir la vulnerabilidad y el horror psicológico que necesita su personaje. Willem Dafoe, en el papel del Profesor Albin Eberhart Von Franz, aporta una energía frenética que, si bien puede parecer excesiva, encaja muy bien con el tono general de la película. Su interpretación recuerda al Van Helsing de Anthony Hopkins en el “Drácula” de Coppola, aunque aquí forma parte de una visión más coherente y controlada.
En resumen
La película no es perfecta, ya que hay momentos donde el ritmo flaquea y algunas escenas podrían haberse beneficiado de un montaje más ajustado. Sin embargo, estos son detalles menores en una obra que logra elevar el género del terror a nuevas alturas artísticas. No estamos ante el típico film de horror diseñado para provocar saltos y sustos fáciles, sino ante una obra que busca inquietar y perturbar a otro nivel.
En definitiva, este “Nosferatu” es un film recomendable tanto para los cinéfilos más exigentes como para los amantes del terror clásico, ya que ofrece una experiencia cinematográfica rica en detalles técnicos y artísticos. En un momento donde el cine de terror cae en fórmulas repetitivas, esta película nos recuerda por qué el género, cuando está en las manos correctas, puede ser verdadero arte.