Por Natalí Incaminato Doctora en Letras y analista cultural
En Argentina, las mutaciones que hace tiempo atraviesan los medios y los discursos vinculados con la esfera pública se precipitaron en los últimos años, enredadas en un convulsionado periodo de crisis económica, crisis de salud por la pandemia y crisis política.
Si bien las últimas encuestas de consumos culturales demuestran que los medios “tradicionales”, en especial la televisión, siguen siendo fundamentales y dominantes en las elecciones de los argentinos, el impacto de las redes sociales ha ido en aumento, tanto de plataformas como X (antes llamada Twitter) o Tik Tok como del llamado “fenómeno” del streaming.
En términos generales, es importante comprender que estos cambios vienen acompañados de imaginarios utópicos o, al contrario, apocalípticos, en relación con su capacidad de mejorar o no la comunicación y el bienestar de las personas. Desde el polo optimista, encontramos la confianza en las nuevas plataformas por su capacidad de democratización de la palabra, de libertad y de posibilidad de escapar de regulaciones estatales o corporativas represivas. Desde el polo pesimista o crítico, varios autores plantean que las dinámicas que terminan triunfando apuntan al automatismo irreflexivo, al robo o uso inadecuado de datos personales por parte de las grandes plataformas, a la explosión de teorías conspirativas o noticias falsas y a la polarización política, tal como propone el documental “The social dilemma”.
Es posible ensayar una mirada que, lejos de la confianza de lo que Evgeny Morozov llama “solucionismo tecnológico”, retome todas estas perspectivas críticas, sin negar las posibilidades que abrieron las nuevas plataformas en términos de diversidad ideológica, apertura del juego comunicativo y ruptura de algunas de sus jerarquías heredadas.
En principio, hay que señalar que el espectro mediático en Argentina en el plano audiovisual ha resultado insatisfactorio para varios agentes, ya sea por la posibilidad de acceso, por la diversidad ideológica e incluso estética. Las discusiones en torno a la Ley de Medios en la década pasada dieron cuenta de ese problema, que se expresó en otras vías distintas a la propia ley y sus objetivos. El crecimiento de la importancia de Youtube, Twitter y de los blogs para la discusión y la comunicación de distintas actividades y discursos (políticos, artísticos, de entretenimiento) no se detuvo en los últimos años y cada gobierno, desde hace más de dos décadas, se caracterizó por estar atravesado de novedades comunicacionales que modificaban los modos en que los políticos comunicaban y las audiencias se constituían.
Una de las transformaciones que quizás fue más visible en la campaña de Mauricio Macri en 2015 fue el descubrimiento de la publicidad en Facebook, Twitter y el uso de los trolls o de twitteros que instalaban fake news para desprestigio de candidatos; también emergió el fenómeno cada vez más notable de adherentes que participaban como comentadores políticos en los foros o se dedicaban a la comunicación de logros de gobierno. Ya sea de forma paga o gratuita, por compromiso militante o compromiso funcionario, las redes se transformaron en espacios para ridiculizar y controlar la narrativa de los eventos vinculados con la política, la ideología y la función pública. El macrismo también hizo uso de la extracción de datos y la publicidad focalizada en sus nexos con la consultora británica de minería de datos Cambridge Analytica.
Los medios tradicionales fueron modificando paulatinamente su apertura a estas plataformas: primero reproducían tweets, luego comenzaron a incorporar figuras twitteras o influencers en sus columnas de suplementos o paneles. Pero en los últimos años esta dinámica se intensificó y mutó: las nuevas plataformas y medios de comunicación digital dejaron de ser sólo un insumo o un puente hacia los medios conocidos (radio, TV, diarios) y pasaron a ser creadoras de discursos, figuras y subculturas sui generis. El libertarianismo es, en nuestro país, el movimiento cultural y político fuertemente anclado en lo digital que explica en buena parte el ascenso de Milei en términos comunicativos: la forma que este liderazgo se construyó y se impuso en la esfera pública tuvo varias características ya utilizadas por las ultraderechas norteamericanas, que a su vez apuntalaron a Trump.
Esto implicó un valor creciente de la relativa independencia y amateurismo de los comunicadores políticos e ideológicos: youtubers de derecha, comentaristas, twitteros, todos crecieron con pocos recursos y desde las plataformas generando fenómenos de “fandom” y terminaron, en la actualidad, reabsorbidos por los aparatos comunicacionales de La Libertad Avanza. Esta cierta independencia de lo conocido y establecido hizo que internet sea una verdadera creadora de novedades comunicacionales y figuras influencers vistas como autoridad discursiva, a través del valor de la “autenticidad” como rasgo fundamental.
Junto con los avances del uso del stream de Twitch y Youtube en nuestro país, y luego la generalización de los instrumentos de la inteligencia artificial, los usuarios de redes pudieron tener una función cada vez más participativa en estos fenómenos: ya no son sólo audiencia o consumidores sino “prosumidores” o activos integrantes de comunidades que elaboran productos vinculados con la comunicación (memes, clips de videos, textos, comentarios como feedback). Algunas de estas actividades dieron forma al trolleo, que en Argentina se dirigió principalmente a ciertos target específicos, ideológicamente delineados (progresistas, feministas, kirchneristas, personas de izquierda) lo cual tuvo efectos de silenciamiento por miedo al hostigamiento y el escarnio.
En paralelo a estos procesos, la mayor parte de los portales web de medios cambiaron el modo de presentar las noticias en redes sociales, utilizando el “bait” para intervenir en las crueles batallas por la economía de la atención. Esta lógica se volvió muy difícil de ignorar y los nuevos medios, en especial los de streaming, apelan a ella, lo que tiene como efecto el acortamiento de los mensajes, la simplificación de lo que se comunica, la selección privilegiada de lo altisonante y lo que provoque rabia e indignación por sobre formas explicativas, argumentativas o informativas del discurso. Estas estrategias, muchas veces, les permiten a nuevos medios o influencers abrirse paso en las esferas digitales para luego moderar sus discursos o posiciones cuando se llega a audiencias más grandes, momento en el que algunos medios (en especial los de línea “progresista”, de “centro izquierda” o peronista) optan por controlar más su línea editorial y prescindir de las estrategias del bait para generar conversación.
El periodismo debe saber que las lógicas imperantes son estas (por las propias dinámicas de los algoritmos y la polarización política, y por las decisiones de los dueños de las plataformas tales como Elon Musk), aún si lo que se desea es cambiar los valores y formas comunicacionales premiadas por estos nuevos paradigmas. No obstante, hay que señalar que Internet y la vida por fuera de los grandes medios también presenta oportunidades de creación y de articulación original de otros modos de comunicar, pensar y activar. Los formatos del video ensayo, de entrevistas callejeras, de charlas extensas con entrevistados y el chequeo de información falsa también son modalidades presentes y exitosas en este nuevo panorama. Estas formas pueden crecer y fortalecerse muchas veces en alianza con modalidades más asociadas a los divertimentos digitales más efectivos, tal como demuestran algunos nuevos canales de streaming y proyectos de Youtube.
Esta nota fue realizada para el dossier Regulación de la Plataformas Digitales, elaborado por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires. A través del mismo buscan discutir la situación del periodismo y la defensa de derechos frente a estas plataformas que alientan los discursos de odio y la desinformación gracias a la falta de regulación.