viernes 22 de noviembre de 2024

La dualidad del dolor en el conflicto entre Israel y Hamás

A lo mejor, la clave de la guerra esté en cómo enfrentamos esa realidad. No limitarnos a retratar los hechos, a perseguir cifras, datos y números vacíos, sino también reflejar el suceso de los sentimientos.
La dualidad del dolor en el conflicto entre Israel y Hamás
Explosiones durante los bombardeos israelíes en el sur de Líbano, zona en la que opera Hezbollah. Crédito: Reuters/Aziz Taher.

Pienso en el conflicto árabe-israelí. Me interesa no solo la realidad que se vive, sino también la falta de compasión ante el asedio de Israel en la Franja de Gaza, Cisjordania y, ahora, el sur del Líbano. El aniquilamiento de más de 40.000 palestinos en nombre del terrorismo es un horror que no se puede ignorar. Desde pequeños nos enseñan que en toda guerra hay ganadores y perdedores, pero nos ocultan el dolor y el sufrimiento de quienes lo viven.

La subjetividad de los hechos también se plasma en la subjetividad del dolor. Mientras algunos culpabilizan a los grupos terroristas de la región, incluido Hezbollah, otros claman por la libertad del Estado palestino, hoy sumida en la barbarie de una venganza inhumana encabezada por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien esta semana decidió expandir el conflicto al sur del Líbano con dispositivos inalámbricos como beepers y walkie-talkies.

Hace unos días, leí una nota de opinión titulada ‘Matar la compasión’, de Najat El Hachmi, en el diario El País, en la que aseguraba que la primera víctima de una guerra no es la verdad, sino la compasión. Me pareció interesante que, en medio de tanta sobreinformación sobre el conflicto entre Israel y Hamás, alguien se detuviera a reflexionar sobre el dolor y el sufrimiento desde ambos lados; una especie de misiva de paz en un mundo tan polarizado.

En el artículo, afirmaba: “Puedo llorar las muertes que ha provocado Hamás y seguir indignada por la situación en la que viven los palestinos desde hace tiempo, no olvido que Gaza entera es un verdadero campo de concentración”, una especie de dualidad del dolor.  Y concluía: “Y […] siento apelar a algo tan monstruoso, pero miren de cerca a las madres palestinas. Verán que lloran las mismas lágrimas que las madres israelíes”. Me pareció inquietante que, al menos por un rato, el dolor —con toda su subjetividad— valiera para alguien lo mismo que el del otro, aun sin importar sus creencias. 

Las películas y los libros de historia nos enseñan a ver las guerras en términos de ‘buenos’ y ‘malos’, ‘vencedores’ y ‘vencidos’. Es conocido que los crímenes de Israel en Gaza, respaldados por países europeos y Estados Unidos, son incomparables en términos de víctimas y armamento. Pero, ¿quién piensa en el dolor de ambos lados? Niños que perdieron a sus madres, padres, hermanos y primos en Gaza, pero también madres que lloran a sus hijos muertos bajo las garras de Hamás.

La realidad, los hechos en sí mismos, no reconocen esa dualidad del dolor. La historia se configura a partir de la interpretación de los sucesos y la subjetividad de quien los narra, pero se olvida que en ese curso de tiempo son las mismas poblaciones civiles quienes pagan con su vida las decisiones de unos pocos. En definitiva, el curso de una guerra que se repite década tras década, marcada a fuego con la sangre de inocentes. Pero con un mismo ingrediente: la aniquilación del sentimiento humano, el primer componente de cualquier guerra. 

Y es en medio de esa fragmentación entre ‘terroristas’ y ‘no terroristas’ que acontece el horror: la masacre de miles de civiles que, en muchos casos, nada tienen que ver con Hamás o Hezbollah. Una excusa perfecta para el primer ministro israelí, que promete no negociar con grupos armados, pero, por otro lado, lanza nuevos ataques que, solo en las últimas horas, se cobraron la vida de 492 personas en la región libanesa, entre ellos 24 niños, según el Ministerio de Salud Pública de Líbano

Quizás parte de la solución se halle en esa dualidad del dolor: analizar los hechos, pero también reconocer el desconsuelo de ambos lados. Imaginar el terror ajeno, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia. Porque, a fin de cuentas, las lágrimas derramadas sobre el polvo de ciudades devastadas son también el eco del sufrimiento de nuestra propia especie. ¿Humana? Tal vez. Pero, sobre todo, un reflejo de la realidad que también nos concierne y pertenece. 

A lo mejor, la clave esté en cómo enfrentamos esa realidad. No limitarnos a retratar los hechos, a perseguir cifras, datos y números vacíos, sino también reflejar el suceso de los sentimientos. Hay una frase de Svetlana Aleksiévich que lo sintetiza a la perfección: “Me interesa no solamente la realidad que nos rodea, sino también la que está en nuestro interior. Lo que más me interesa no es el suceso en sí, sino el suceso de los sentimientos. Digamos, el alma de los sucesos. Para mí, los sentimientos son la realidad”, cuyas palabras siempre me recuerdan que detrás de cada cifra hay una historia, un dolor que no puedo permitirme ignorar.

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