Pasaron apenas cinco días desde la última represión a jubilados en el Congreso. Cinco días de un “panic show” en el que incluso el periodista Eduardo Feinmann exigió la renuncia de la ministra de Seguridad, después de que un efectivo de la policía le lanzara gas lacrimógeno a una niña de diez años. “Lo quiero afuera al jefe de la Policía Federal y espero que el presidente de la República también eche a la ministra Patricia Bullrich, a la viceministra y que también vuele por los aires el señor vocero del ministerio”, dijo el conductor en LN+.
Las imágenes de los jubilados y niños reprimidos en los alrededores del Congreso comienzan a archivarse. Las calles de Buenos Aires se muestran tranquilas, bajo la calma de un tiempo que parece anestesiado ante el dolor; un dolor silencioso que se oculta en las sombras de un corpus que ya no responde. Pese a ello, el país sigue, como una especie de máquina infundible. Una suerte de armatoste en la que los engranajes de la política y la economía parecen moverse sin tener en cuenta el sufrimiento de quienes lo impulsan.
Mientras tanto, el presidente Javier Milei, lejos de anunciar las bases del Presupuesto 2025, afirmó que el año que viene será peor. A esta altura, todo parece indicar que no hay ajuste sin represión, ni represión que no conduzca a un nuevo ajuste. La motosierra que ataca a jubilados, trabajadores, universidades y al sistema científico tiene un único fin: alcanzar el “déficit cero” y cumplir con el pago de la deuda al Fondo Monetario Internacional (FMI), que no espera. Un viejo plato recalentado que para Vanina Biasi, diputada del FITU-PO, “termina mal”.
Es lunes. Pasaron cinco días desde la represión a jubilados y niños. En la televisión muestran el discurso de Milei. Un discurso vacío en el que atribuye a Marco Tulio Cicerón una frase que nunca dijo. Otra imagen de una época que evidencia por qué los errores del pasado tienden a repetirse. A pesar de ello, el país sigue frente a una realidad social y política que parece un espejo de los ‘90. Aquella década “dorada” que terminó con la renuncia de Fernando de la Rúa en medio de la crisis del 2001.
En las calles de la ciudad nadie habla de la represión. Apenas llegó a quedar estampada en los diarios de un miércoles que, poco a poco, quedará en el olvido. Tampoco hay espacios para líderes como Norma Plá, jubilada y activista que reclamaba por el aumento a las pensiones de los jubilados en los 90. Apenas es un símbolo de lucha para los jubilados que, como cada miércoles, se juntan frente al Palacio para defender sus derechos. Esos mismos que son ignorados en cada discurso del presidente.
Mientras tanto, el país sigue. Anclado bajo las sombras de un déficit cero innegociable, pero temible que licua los salarios y empobrece a jubilados y trabajadores. Los portales de noticias corrigen al mandatario por citar mal a Cicerón, pero nadie le cuestiona no haber hecho mención a la represión de niños y ancianos. Apenas dijo que, si no desean un veto, quienes exijan aumentos deberán proponer qué otra área desfinanciar para permitir la modificación.
La cita —o mal cita— de Milei sobre Cicerón no sólo deja entrever la desconexión del Poder Ejecutivo con la historia, sino que también revela que viven en otra época que nada tiene que ver con la realidad del país. Argentina no es la Roma de Cicerón; es un país que exige respuestas concretas para sus desafíos actuales, como garantizar que los jubilados lleguen a fin de mes y que nadie se prive de un plato de comida.