Con una carta firmada a título personal, el presidente de Estados Unidos, Josep Biden, retiró su candidatura para la elección del próximo 5 de noviembre alegando hacerlo “por el bien del partido y del país”. Kamala Harris, actual vicepresidenta, asumirá su lugar y le reconoció el “acto patriota”. Nota al Pie analiza la renuncia de a la luz de la disputa electoral contra Donald Trump, el reordenamiento de los apoyos políticos, y la crisis sistémica a nivel mundial.
“Por el bien del partido y el país”
Así lo fundamentó el propio Biden, que desistió finalmente de su candidatura tras haberse resistido en las últimas semanas. Su pobre desempeño en el debate electoral contra Trump puso de manifiesto para la ciudadanía estadounidense y a nivel mundial su deteriorada salud, y las presiones intrapartidarias sofocaron su deseo. La contención de la inflación, la expansión del sistema de salud, la legislación contra el cambio climático y la protección de la democracia son algunos de los logros que el actual mandatario destacó de su gestión. Aclaró que en la semana realizará el anuncio oficial.
“Hoy quiero ofrecer todo mi apoyo y respaldo para que Kamala sea la candidata de nuestro partido este año”, añadió Biden desde su cuenta de X. Rápidamente, la actual vicepresidenta aceptó la propuesta y convocó a la más amplia unidad nacional para vencer a Trump y su “extremo Proyecto 2025”. No obstante, será la Convención Nacional Demócrata la que defina a su representante para el tramo final de la campaña, mientras los gobernadores de Illinois y Michigan, J.B. Pritzker y Gretchen Whitmer aún continúan en carrera.
Abogada, hija de inmigrantes jamaiquinos e indios nacida en Oakland (California), Harris inició en 2003 su carrera política en San Francisco como fiscal general del distrito y dió un salto en 2016 como senadora por el opulento Estado de la costa oeste. En 2019 anunció su candidatura para presidenta por el Partido Demócrata, pero finalmente escoltó al actual mandatario y ex vicepresidente durante la segunda gestión de Barack Obama, Josep Biden.
Reunir apoyos: el desafío republicano y demócrata
Así como el eventual relevo de Harris por Biden supone una oportunidad para el Partido Demócrata, también representa un desafío para el Partido Republicano. Aunque el ex presidente Donald Trump se haya impuesto en las internas, captar el apoyo de su adversaria, Nikki Haley, es un trabajo aún incompleto. Ex gobernadora de Carolina del Sur y embajadora en Naciones Unidas (ONU), Haley expresa un sector universitario y moderado escéptico del movimiento MAGA. A diferencia del ex candidato Ron de Santis, y más allá de cierto acercamiento formal, su expreso apoyo aún no es tan claro e incluso un comité interno que empujó su campaña sugiere inclinarse por la demócrata Harris.
En paralelo, las negociaciones del otro lado del vecindario son intensas. Aún con el respaldo del actual presidente y ex compañero de fórmula, los factores de poder serán quienes definan la suerte de Harris. Además de Biden, la familia Clinton extendió su apoyo a la joven dirigenta. No así Obama, dos veces presidente y con capital propio en las bases sociales más dinámicas del Partido Demócrata. De hecho, en su cuenta de X planteó que confía en que “los líderes” del partido “podrán crear un proceso del que surja un candidato destacado”, desconociendo el acuerdo Biden-Harris.
La fractura al interior de los demócratas presenta tres sectores con densidad propia: la histórica izquierda laborista de Bernie Sanders, el establishment de Bill y Hillary Clinton, y el obamismo progresista, popular en Estados claves como Kentucky, Pennsylvania, Carolina del Norte y Michigan. Además de los apoyos políticos, los aportes multimillonarios ganan incidencia a partir de un retiro sin precedentes en una fase de campaña tan avanzada. Los delegados de la Convención Nacional Demócrata a desarrollarse en Chicago entre el 19 y el 22 de agosto definirán al oponente de Trump, fortalecido tras el intento de atentado en Butler.
Estados Unidos de América en el nuevo orden mundial multipolar
Desde la elección presidencial de 1976 en la que James Carter se impuso ante Gerald Ford, en las fórmulas demócratas o republicanas siempre hubo participación de las familias Bush, Clinton y Biden. La continuidad de una estructura común que se repartió el poder político formal en las últimas cinco décadas generó las condiciones para vertebrar una mirada geopolítica relativamente común. Es ello lo que, entre otros puntos, favorece a Trump en tanto magnate que irrumpió exitosamente en la política con la histórica elección de 2016.
La descomposición social de Estados Unidos se combinó con un notable declive en el frente exterior. En ese marco, el candidato republicano corre con ventaja dado que expresa una propuesta geopolítica clara: recuperar el liderazgo internacional robusteciendo el mercado interno y bajando el perfil belicista que resiente la economía norteamericana y su credibilidad estratégica. La elección del senador por Ohio, J.D Vance, ratifica esa visión. Al novedoso planteo de Trump de presionar a los europeos deudores en la OTAN y promoverse como mediador en Ucrania, Vance le ha sumado escepticismo a la relación con Taiwán, enclave estratégico para contener a China, “la principal amenaza”.
La formación de un nuevo orden mundial multipolar en los resabios de un sistema unipolar en retirada exige una doctrina de política exterior clara para la principal potencia económica y militar a nivel internacional. En ese sentido, las repercusiones estratégicas del reordenamiento electoral en el tramo final de la campaña convocan la atención de la comunidad mundial. La situación en Europa del Este, Oriente Medio y el Mar de la China Meridional son tan solo algunos de los puntos conflictivos que dividen las aguas en el Estado Profundo norteamericano. La crisis de múltiples dimensiones es, sino, el mayor desafío para los Estados Unidos, fracturado en su élite dirigente entre globalistas, continentalistas, y la irrupción de Trump.