Milei caracteriza al Estado como “una organización criminal”, dice que lo desprecia y que es la causa de todos los males. Por cierto, más allá del habitual chamuyo fundamentalista del libertario, lo concreto es que, al igual que los anteriores gobiernos de derecha que tuvimos desde 1976 a la fecha: la Dictadura, Menem y Macri, su objetivo real es achicarlo todo lo posible (excepto en su aparato represivo, obviamente). Veamos por qué.
Desde las revoluciones burguesas europeas y en el transcurso de la temprana primera etapa del capitalismo, caracterizado por ser de libre competencia, el Estado tenía como rol principal el de garantizar “la dominación de clase”, como bien señalaba Carlos Marx. Su papel en la economía era claramente limitado, le dejaba eso al mercado. Preparaba sí, fuertes ejércitos, para intervenir en la disputa entre naciones característica de esos tiempos.
Eso duró, en líneas generales, hasta 1930. La crisis de superproducción que afectó gravemente las economías capitalistas en ese entonces, que tuvo varios años de duración, les indicó a las distintas burguesías de los países desarrollados que era hora de cambiar. La libre competencia en sus mercados iba disminuyendo rápidamente, al calor de la creciente concentración en monopolios de una parte fundamental de sus empresas; al igual que la fusión de los bancos con las grandes industrias, dando lugar al capital financiero. Como bien señalaba Lenin, esto último significaba que, además de mercaderías, se exportaba capital, lo que ponía al sistema en una fase superior: la imperialista.
Para este nuevo desarrollo del capitalismo, el Estado debía jugar un rol más activo en la economía manejando la moneda; para lo cual crearon los Bancos Centrales (ese que quiere cerrar Milei) sacando esa función de los privados. También interviniendo cuando se dieran las crisis cíclicas de superproducción, de manera tal que la economía no se derrumbara totalmente; agregando demanda por vía del gasto público, ya sea a través de obras, créditos subsidiados, seguros de desempleo, etc. Como bien explicó allá por los años treinta el “comunista”, según nuestro presidente, Lord John Maynard Keynes.
Esta estrategia de intervención del Estado en la economía de los países capitalistas desarrollados tuvo un nuevo avance después de la segunda guerra mundial, sobre todo en Europa. La Unión Soviética, luego de derrotar a Alemania, expandió el sistema socialista al este de dicho continente, y los partidos comunistas se hicieron fuertes en algunos de los principales países de la parte occidental. En ese contexto, las burguesías de ese lugar del mundo se preocuparon seriamente respecto de lo que podía suceder en sus naciones si no eran contempladas las muchas demandas sociales que existían desde los trabajadores y los pueblos en general. Allí deciden entonces poner en marcha lo que se conoció como el “Estado de Bienestar”. En resumidas cuentas, al rol que ya cumplían para ese entonces en lo económico los Estados, le sumaron la intervención directa en cuestiones como los regímenes laborales, previsionales, de salud, educación, etc. Lo que redundó en concreto en una mejor calidad de vida a través de la distribución de los ingresos; sacándole dinero a los más ricos y las grandes empresas, para dárselo a los menos pudientes, estableciendo así una mayor justicia social. A este proceso Milei llama “socialismo satánico”, ya que fue encabezado mayoritariamente por la socialdemocracia europea; y a la justicia social conquistada como algo “aberrante”.
Cuando los riesgos de que el comunismo avanzara también en los países centrales disminuye, entre otras cosas por el estancamiento de la URSS a finales de los años ‘70, las burguesías imperiales comienzan a discutir si no es hora ya de poner fin a los Estados de Bienestar, y darle una nueva vuelta de tuerca a la concentración de los ingresos en favor de los grandes bancos y multinacionales. El principal ideólogo de esto es el premio Nobel de Economía Milton Friedman, cuyas ideas neoliberales son tomadas y aplicadas, inicialmente, en los EEUU por Ronald Reagan y en Gran Bretaña por Margaret Thatcher.
Es el principio del fin del Estado de Bienestar en las naciones desarrolladas. Como así también se agiganta el predominio mundial del capital financiero más agresivo y la supremacía norteamericana a partir de la caída de la URSS. Expresado esto en nuestra región en los años noventa con la imposición del Consenso de Washington. Reina a pleno la teoría de que el progreso viene de la mano de “llenar la copa de los ricos” para que luego drene y supuestamente llegue a todos (algo que nunca sucedió en la realidad). O sea, los grandes empresarios son los “héroes”, al decir de Milei, que nos llevarían, ganando mucha plata, a un mundo de felicidad y progreso generalizado.
Esa, en apretada síntesis, es la historia del Estado en el capitalismo. Ahora bien, ¿adónde apunta el actual presidente argentino cuando lo denosta y dice que lo quiere hacer desaparecer? En realidad, solo a achicarlo, sacándole ingresos a la mayoría del pueblo y derivándolos a los más pudientes y a los sectores poderosos y concentrados económicamente (entre ellos el FMI). Como así también a impedirle al Estado, y por ende a los gobiernos, controlar los negocios del gran capital. No por nada se muestra admirador de Reagan y la Thatcher, que encabezaron la contra revolución en el mismo sentido, en el mundo, hace 40 años.
Recortar gastos en jubilaciones, empleo y salarios públicos, ayuda social, salud, educación, ciencia y técnica, cultura, obra pública y aportes a las provincias, subiendo tarifas mientras se mantienen los subsidios a grandes empresas y se bajan impuestos a las mismas, como quieren hacer con el RIGI de la Ley Bases; o sacar retenciones al campo, como han prometido, y pagar deudas fraudulentas, son las formas de trasladar ingresos de los sectores populares (clase media, trabajadores y pobres) a los mas platudos.
Privatizar empresas del Estado como hizo Menem, es darle ese negocio a las multinacionales. Cerrar el Banco Nación, es ampliar el mercado para la banca privada. Eliminar entes de control, sacar a determinadas prestaciones, como las comunicaciones, de su carácter de servicio público, desarmar organismos de defensa de la competencia, etc, es dejarles libre el camino para la impunidad de sus negocios a los monopolios en perjuicio de la población (como sucedió, entre muchos ejemplos, ahora con las prepagas o los alimentos) y del país.
En resumidas cuentas, esas son las razones de las diatribas de Milei contra el Estado y de las medidas que va tomando o intenta tomar. Vende gato por liebre, discurseando sobre un capitalismo de libre competencia que hace más de cien años no existe, pero en realidad buscando meternos, como antes Martínez de Hoz, Cavallo, López Murphy, Dujovne o el propio Caputo, un Estado al servicio de ricos, grandes bancos y empresas. Que contribuya a que tengamos al final un país absolutamente injusto, de dos pisos, vivible solo para las minorías de plata.
Nunca debemos olvidar que la Argentina dejó de ser el reino de la oligarquía con olor a bosta, como diría Jauretche, y se industrializó, generó desarrollo y empleo con justicia y movilidad social ascendente, cuando tuvo de 1946 a 1955 un verdadero proyecto nacional; de la mano de un Estado fuerte y soberano, que participó activamente de la economía, defendió al débil y controló al fuerte.
Humberto Tumini, Presidente de Libres del Sur.