Recuerdo con nostalgia aquellos domingos en familia, cuando rodeados por una fuente de pastas y un olor a tuco que contagiaba el ambiente, prendiamos la televisión Philco de 30 pulgadas y nos adentrabamos en la pantalla para disfrutar de una nueva y apasionante carrera, sin que me importara realmente la categoría que se disputase.
Lo importante para mí era compartir esos momentos, que los recuerdo con cierta nostalgia. Aquí, muy a mi pesar, se manifiesta un claro ejemplo de que todo tiempo pasado fue mejor: la familia estaba reunida a pleno en la mesa.
En aquellos tiempos (cuando disfrutaba de ver las carreras y no tanto aprenderme los nombres de los pilotos), Ford y Chevrolet se llevaban los créditos, superando en pasión a un Superclásico entre Boca y River.
Por aquel entonces, los autos eran en realidad mi pasión, por encima de una pelota de fútbol. Y las carreras eran ese plus que fomentaba ese amor por los fierros.
Sin embargo, hoy los motores ya no rugen en mi mente. Desde un muy lejano 2005, los autódromos se mantienen en un perpetuo silencio, ya sin el bullicio de la gente que tanto clamaba ante cada aceleración, cada traspaso o cada victoria.
Ni siquiera se oyen las puteadas en la mesa o en los boxes. Los nombres (como antes), ya no trascienden. Los autos se modernizaron, las categorías se multiplicaron y ese tiempo pasado dejó de ser el mejor.
Ya no existen figuras que trascienden en el deporte motor. Siento que la pasión en las pistas (como las mías detrás del televisor) se pulverizaron un domingo muy especial, en las que un corredor en particular se animó a cruzar la linea de meta por última vez.
Aquel corredor corajudo, de carácter tosco y con un carisma que trascendía la pantalla era Juan María Traverso. El Flaco era la debilidad en la casa: un campeón contra tiempo y categoría, contra juventudes y talento, quién demostraba que la edad no era un límite.
Domingo a domingo, su talento superaba los años calendario. Sea en Turismo Carretera, TC 2000 o Top Race, Traverso era un rival de fuste para cualquiera que se atreviera a competir por la corona de campeón en las pistas. Para mi familia, no había equivalencias.
Mi retina más juvenil retiene en sus recuerdos el color violeta de la carrocería de uno de sus autos insignia: el OCA de Chevy. Sus victorias, por otra parte, aún se mantienen vigentes a través de la memoria de mi viejo, que aún se encarga de revivir las épicas batallas del Flaco contra Di Palma, Bessone, Del Río y compañía.
Todo aquello es recuerdo de un tiempo mejor. El 7 de agosto de 2005, en Olavarría, cuando el Flaco decidió ponerle punto final a 35 años arriba de una carrocería, también fue un punto final para mi amor por los fierros.
Y hoy, en esta jornada tan dolorosa para mí como para los verdaderos amantes del deporte más pasional de este país (aún más que cualquier Superclásico), seguramente muchos coincidiremos en una misma apreciación: que aquel tiempo pasado fue mejor, con el Flaco encendiendo su motor.
Gracias Traverso. Por permitirme recordar en estas líneas aquellos momentos maravillosos de mi infancia, cuando tu sola presencia en las pistas nos permitían a muchos disfrutar de lo más importante, que era la familia.
Aquella familia, automotora o no, la mía o la de quien lea estas palabras, hoy te llora. Pero que seguramente nunca dejará de esperar detrás de una pantalla tu próxima victoria para volvernos a unir como supiste hacerlo durante tantos años. Adiós campeón.