Según la literatura de las Relaciones Internacionales, para definir si un país es una potencia global es necesario analizar diversos factores de poder: la economía, la demografía, el poder militar, la tecnología, la posición geoestratégica, la educación, la cultura e – incluso – aquello que se denomina como “voluntad nacional”. Si tenemos en cuenta todos estos elementos, a pesar de los enormes desafíos que tiene por delante, es imposible no mencionar a la India como una potencia en un innegable ascenso en el concierto de naciones.
El ascenso de la India
En la actualidad, gracias a una importante senda de crecimiento durante los últimos años, la economía india se ubica como la quinta más grande del mundo. El año pasado, en un hecho de gran simbolismo, Nueva Delhi superó a su ex metrópoli, el Reino Unido, en un verdadero “asalto” en las clasificaciones económicas internacionales que, sin lugar a dudas, hirió el orgullo británico.
En esa línea, debido a una creciente e importante tendencia del capital financiero occidental de girar hacia la India, diversos pronósticos de instituciones internacionales sostienen que el país gobernado por Narendra Modi se convertirá en la tercera economía del mundo para el año 2030, ubicado solo detrás del tándem Estados Unidos – China. Como si fuera poco, además, un informe del Goldman Sachs estimó que para el 2075 la India habrá superado a Estados Unidos, clasificándose como la segunda potencia económica global.
En términos demográficos, en el 2023, la India alcanzó el increíble número de 1428 millones de habitantes, convirtiéndose en el país más poblado del planeta. Según el Fondo de Población de la ONU, de no ocurrir ningún evento que cambie drásticamente el comportamiento histórico, el país del sur asiático mantendrá un crecimiento demográfico positivo en las próximas décadas alcanzando un máximo de 1700 millones de personas para el 2064.
En materia militar, India no se queda atrás: en el ranking global, es el cuarto país que más invierte en Defensa. Según Global FirePower, además de poseer armas nucleares, su ejército es el séptimo más poderoso del mundo pero también el segundo más numeroso: cuenta con 1,4 millones de soldados. Del mismo modo, se estima que posee alrededor de 1,1 millones de reservistas.
Asimismo, la India se ha configurado como una potencia emergente en materia de tecnología. Semiconductores, telecomunicaciones, electrónica de consumo, ciencia aeroespacial e inteligencia artificial, son tan solo algunos de los sectores en los que el país ha invertido cuantiosas sumas de dinero para el desarrollo tecnológico. Una política que va acompañada de la inversión en materia educativa para la formación de profesionales.
La autonomía estratégica, parte fundamental del camino indio
El concepto de “autonomía estratégica”, heredero del no alineamiento del siglo XX, hace referencia a la capacidad de un Estado para moverse en el escenario internacional en función de sus propios intereses, sorteando las presiones externas en un marco geopolítico de disputa entre distintas naciones o bloques de poder. En otras palabras, esta concepción podría resumirse en la popular frase “socios de todos, aliados de nadie”, algo que la India ha llevado como principio rector en su política exterior.
En este sentido, mientras el sistema internacional se encuentra viviendo un periodo de transición la multipolaridad, con una guerra híbrida del Occidente angloamericano hacia los actores que apuntan a una reconfiguración del orden global existente, la India ha logrado evitar los alineamientos acérrimos en esta disputa.
Socia de Washington pero integrante de los BRICS, rival geoestratégica de China pero capaz de tender puentes con Pekín cuando la situación así lo requiere, parte del foro QUAD pero también de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), de fuerte relaciones con la Unión Europea (UE) pero con vínculos indisolubles con Rusia. El camino indio, aparentemente contradictorio, es el pragmatismo aplicado en la convulsionada realidad internacional poniendo por delante el interés nacional.
De esta manera, con el objetivo estratégico de recuperar su estatus de gran potencia, la nación asiática busca ser parte del selecto grupo de países que tienen el suficiente poder e influencia para ser parte de las decisiones que se toman a nivel internacional. Una meta que sabe imposible de conseguir, a pesar de los gestos o acercamientos que pueda tener con estos actores, bajo el declinante orden internacional unipolar.