Gabriel José de la Concordia García Marquéz nació el 6 de marzo de 1927 en el municipio colombiano de Aracataca, un pueblo de Magdalena. En sus memorias, el escritor deja saber que fue un domingo a las nueve de la mañana y, tal vez sin quererlo, honra y afianza un rasgo que se extiende a lo largo de su obra: la atención al detalle, el rehusarse a la superficie de las cosas y la elección de contar una historia como si fuera una anécdota larguísima en una sobremesa de verano.
En su infancia vivió con sus abuelos maternos, quienes jugarían un rol clave en la formación imaginativa del niño Márquez. Su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, era un liberal veterano de la guerra de los Mil Días, mientras que su abuela, a quien Gabriel llamaba Mina, se dedicaba a las tareas del hogar y poseía una afinidad por lo extraordinario y sobrenatural que suprimía el asombro y el temor para dar lugar a la curiosidad.
Según palabras del mismo escritor, su crianza por parte de estos peculiares familiares cambiaría por siempre su visión del mundo y crearía un lazo inquebrantable entre la realidad, la historia y las letras con el universo mágico de las supersticiones, los augurios y la extravagancia. Nativo de un sitio con un nombre tan sonoro, sus historias traducirían ese ritmo natural en una narrativa propia. Muchas son las fuentes que sostienen que Macondo, ese pueblo tan dócil ante el faroleo de la fantasía que despide y recibe a las generaciones Buendía, no es más que la cuna de García Márquez con otro nombre.
García Márquez y la reiteración de la soledad en su obra
En un hipotético podio para definir el mejor primer párrafo de una obra, Cien años de Soledad, sin duda, se ubicaría entre los primeros puestos. “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”, dice Márquez y así comienza a desentrañar un intrincado árbol genealógico que sus lectores acaban dibujando en hojas y repasando en sueños, consultando en medio de las páginas y anotando en los márgenes que se comprimen y expanden y al final, siempre, quedan demasiado chicos.
Con un final tan bizarro como meticulosamente planeado, Gabo da una masterclass de literatura latinoamericana y demuestra por qué junto a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes formó parte de ese boom que transformó los anaqueles de las librerías más prestigiosas con su prosa paisana y sus descripciones voluptuosas. La narrativa de García Márquez sobresale del objeto, traspasa la materialidad y engulle al lector en los brazos de sus raíces hispanas, como una suerte de Alicia cayendo cuesta abajo por el agujero del árbol al país de las maravillas.
Sin embargo, la figura de la soledad sería para el autor una recurrencia y un rompecabezas cuya imagen completa toma fragmentos de toda su obra. Desde la más plana emoción que, paradójicamente, acompaña al ser humano hasta el desconsuelo de un continente que ha perdido su identidad ante el etnocentrismo.
El Premio Nobel de Literatura y una carta de amor al Sur
En 1982, García Márquez se detuvo frente al flamante Premio Nobel de Literatura con su nombre en la placa conmemorativa y pronunció un discurso que pasó a la historia como uno de los más recordados, tanto por su habilidad nata para el relato como por su contenido sentimental.
“La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Fragmento del discurso de aceptación del Premio Nobel.
El escritor tomó desprevenido al público cuando cuestionó el designio de los países desarrollados de tratar Latinoamérica como una eterna periferia donde posar sus manos de hierro. “América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental”, expresó hacia el final.
Y, como si las moscas que entraron en aquellas bocas abiertas no hubieran sido las suficientes, preguntó: “¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?”
Gabriel García Márquez, “Gabo” para quienes lo amaron, falleció el 17 de abril de 2014, en la Ciudad de México. Perteneció a una horda de intelectuales renegados que hicieron de la trasgresión a las formas tradicionales y el rechazo a una alabanza incuestionable de la literatura anglosajona su bandera de lucha. Devolvió, poco a poco y con mucha gracia, los elementos autóctonos a la narrativa Sudamericana, defendió los amores fanáticos, invitó a charlar a Simón Bolívar, compuso el retrato infinito de una familia disfuncional y, finalmente, se echó a dormir la siesta bajo una hoja de palma.