A partir del 6 de octubre llega a Artlab (Roseti 93) el experimento performativo “El Ángulo Muerto”. Una obra que juega con la percepción e invita a cuestionarse sobre la forma de mirar a un otro desde un manifiesto vivo sobre lo múltiple y no hegemónico.
Debido al pronto estreno, Nota al Pie dialogó con la directora de la obra, Lucia Giannoni, para conocer más sobre la performance y sobre sus diversos trabajos.
¿Cómo inició tu carrera en danza?
Primero estudié en la Escuela de Danzas de La Plata, que tiene la carrera de danza contemporánea y después estudié en la Universidad de las Artes composición coreográfica. Mientras estaba haciendo la carrera, al final entré a la compañía de danza de la universidad como asistente coreográfica y como intérprete.
Es en el final de la carrera y con mi tesis, que empecé a perfilar mi carrera hacia la dirección y creación. Mi tesis de graduación fue mi primera obra que se llama “Todes tenemos un pelo”.
Esta obra la estrené y la hice para Bienal de Arte Joven. En esa oportunidad gané el premio de mejor coreografía. Eso me llevó a participar en un festival de danza en Viena.
¿Qué inspiró la construcción de tu primera obra?
La idea principal de la obra era generar como un supuesto de que era posible ser una persona diferente de la que somos. Esto parte de aprender de las distintas maneras de componer. Yo quería descubrir mi manera de hacerlo. Tenía claro que lo que quería hacer era atravesar el proceso de la experiencia, que me transformara como persona.
No solo investigar materiales físicos u otros temas sino que abordar la experiencia en el ensayo mismo. La idea que tenía sobre el otro, en cuanto si era posible ser otra persona y como uno es diferente en función de con quien está.
Realicé el experimento de hacerse pasar por un chico durante 24 horas. Me costó mucho encontrar a la persona indicada. Fue estar 24 horas en su casa, con su ropa, sus cosas, vivir con sus amigos, dormir con su novia, ir a la facultad, es decir, hacer todas las actividades que él hacía. Eso me permitía experimentar el supuesto de ser otra persona y dejar de ser uno, aunque sea por ese momento.
Además, hice muchas pruebas y experiencias performativas, porque lo que me interesa es atravesarlo desde la práctica y no solo estudiar teóricamente.
¿Puede ser que el interés sobre el otro también esté presente en la obra “Me había levantado temprano, y tarde en prepararme para existir”?
Si, está pero de distinta manera porque en esa obra está más la idea surrealista de quienes queríamos ser si no estuviéramos en la lógica social en la que estamos.
En “Me había levantado temprano” construí un alter ego de los 20 que participaban. El alter ego se construyó como una versión ideal, de lo que ellos querían ser si pudieran elegir. Todos mis trabajos tienen que ver con la identidad y con atravesar desde un lugar performativo.
¿Qué significa la identidad para vos?
Vengo trabajando con varios procesos de obra y siempre los voy encarando de manera diferente. No tengo una mirada única sobre lo que es la identidad sino que a partir del trabajo que hago trato de descubrirlo, de preguntarme, y de ampliarlo.
Tengo la sensación de que uno tiende a simplificar para poder entender y asimilar las cosas. Desde la práctica que hago, planteo hacer lo contrario. Desarmar y proponer nuevas maneras de mirar. Ello implica construir nuevas lógicas para pensarnos. Esa es la búsqueda que hago desde mi trabajo.
De forma próxima vas a presentar “El Ángulo Muerto”, ¿cómo nació la performance?
Si, tenemos funciones durante los cuatro viernes de octubre. “El Ángulo Muerto” surgió en la pandemia con la idea de trabajar sola y yo ser la intérprete. Ahora fue tomar la identidad desde mi lugar. Empecé a elaborar la idea de la identidad como una acumulación de personalidades, que es ambigua y que se puede mirar de diferentes maneras.
En ese sentido, comencé a investigar cómo mirar ese cuerpo desde dispositivos. Después del aislamiento pude llevar esa idea a la escena. En “El Ángulo Muerto”, el espectador puede ver lo que elijo mostrar. Eso permite manipular la percepción, porque ese cuerpo que se ve gigante es chiquito o viceversa. Esto tiene que ver en preguntarse cómo miramos a las otras personas.
A partir de lo charlado, ¿de dónde surge tu inquietud por la identidad, los vínculos y el cuerpo?
Es algo que me interesa mucho. Siento que es un momento histórico en el que está muy presente la idea de descubrir y aceptar quienes somos. Esto es algo que yo también me pregunto desde el punto existencial.
Me llama la atención la cuestión de la convivencia y las relaciones. Esto tiene que ver en cómo miro el mundo, y la búsqueda de desarmar o reconfigurar con la idea de quiénes somos y quién soy yo.
¿Quién es Lucia?
Siento que soy una persona múltiple, que puedo decidir sobre mi misma. Soy consciente que algo opera sobre mi, algunas las acepto, mientras que otras no, modificándolas.
Asimismo, me acepto en la contradicción en sentido de lo diverso porque soy una persona cambiante de acuerdo a los vínculos con los que me relaciono. También cambio con las situaciones de la vida que atravieso.
En mis obras trabajo la cuestión de permitirse ser. Eso se da en “El Ángulo Muerto”. Mi cuerpo expuesto no desde el placer sino como manera de enfrentar el concepto de los cuerpos hegemónicos y comunicar que es un cuerpo posible de mirar. En la instancia de la obra estoy reafirmando y enfrentándome a mi misma.
Cambiando de tema, y para cerrar, ¿qué opinas sobre el momento que atraviesa la danza?
La danza siempre estuvo en un lugar malo en comparación con las otras artes. Ahora se está peleando por una ley nacional de danza, somos la única línea artística que no tiene un estatuto. Hay un lugar de avance en ese sentido.
Se está construyendo pero hay pocos recursos, la situación es muy difícil. Hay financiamiento pero es poco, y está en riesgo en un futuro. A pesar de que haya mucho activismo y se van logrando algunas cosas, la realidad no es buena, es precarizada. No puedes jubilarte, no podes tener lo que tienen muchos trabajadores.