The Quiet Girl, la película debut de Colm Bairéad, tuvo un gran éxito en el circuito de festivales de cine en 2022, especialmente en la Berlinale, donde fue galardonada con el Oso de Cristal del Jurado Internacional a la Mejor Película y recibió una mención especial del jurado infantil. La producción fue elogiada por su historia delicada que aborda temas como la infancia, el duelo, la paternidad y la reconstrucción familiar, destacando también la narrativa sólida y la impresionante cinematografía que crea una atmósfera única.
The Quiet Girl también fue la primera irlandesa en idioma gaélico en ser nominada a Mejor Película Internacional en los Premios de la Academia. Compartió esta nominación con otras destacadas producciones como All Quiet on the Western Front, EO y Argentina, 1985. Aunque en esa ocasión no logró llevarse la estatuilla, rompió varios récords y se convirtió en la película más taquillera de la historia del cine irlandés, además de recibir elogios de la crítica. A partir del 17 de agosto, estará disponible en los cines de todo el país.
A pesar de haber obtenido varios galardones a través de su pasó por los festivales, no existe el peligro de que el peso de la expectativa aplaste esta delicada y hermosa construcción de telaraña. Adaptada de la novela Foster de Claire Keegan, la película toma prestada la sintaxis de la historia de fantasmas mientras ayuda a su protagonista a superar las ansiedades universales sobre la adolescencia inminente. La acción es inquietante en todo momento. Transmite una sensación generalizada de amenaza tácita que acecha justo fuera del marco (o en algún lugar del pasado o futuro cercano). Pero también es una celebración de la bondad humana.
The Quiet Girl, la chica tranquila
A fines de la primavera de 1981, Cáit (Catherine Clinch), de 9 años, es llevada con unos parientes lejanos en el campo. Se supone que la niña silenciosa debe pasar el verano aquí sin ser una carga para la casa de sus padres, una en la que sobran niños y escasea el dinero. Con solo la ropa que lleva puesta, se muda a la cuidada casa de campo, a la que conduce una avenida con frondosos árboles verdes. Ella no sabe cuándo o si regresará a casa.
Seán y Eibhlín Cinnsealach (Andrew Bennett y Carrie Crowley) son granjeros trabajadores que han hecho una fortuna modesta. Eibhlín cuida a Cáit con delicadeza y cariño, brindándole seguridad y cercanía. La relación con Seán es distante hasta que él también deja que la niña lo ayude con los animales y poco a poco se abre al niño tranquilo. Al cuidado de su familia adoptiva, Cáit florece con lentitud en una vida completamente nueva. Pero incluso en esta casa, donde podría haber algo parecido al amor por ella, hay una quietud que se alimenta del dolor silencioso pero duradero de sus ocupantes.
Sin embargo, algo no está bien. En medio de este hermoso y árido paisaje irlandés se encuentra un secreto que Cáit persigue con nuevo coraje y confianza. Seán pierde la calma cuando Cáit desaparece unos minutos. Cuando Eibhlín, de voz suave, explica que, en supuesto contraste con la propia casa de la niña, «no hay secretos en esta casa», sentimos que puede que no sea toda la verdad.
La excelente actuación de Clinch refuerza esas inclinaciones hacia lo sobrenatural. Con un vestido anticuado y el cabello hasta los hombros, fácilmente podría haber salido de las páginas de un cuento infantil victoriano. Clinch, que interpreta a una observadora en gran parte pasiva, la chica tranquila del título, está bien preparada para el desafío de comunicar su malestar a través de gestos breves y pausas nerviosas. ¿Por qué hay trenes en el papel pintado del dormitorio? ¿De dónde ha salido esta ropa infantil usada? Las respuestas son difíciles de encontrar cuando, como un niñe en 1981, a menudo se está fuera de la conversación.
Kate McCullough, una de las mejores directoras de fotografía irlandesas de su generación, se arriesga con contrastes sorprendentemente dramáticos entre luces y sombras en sus imágenes de proporción académica. Una visita casi sepulcral a una playa nocturna es tan extraña que podría impresionar incluso a Michael Powell.
La revelación central, cuando se trata de un modo casi práctico, no lleva a nada sobrenatural, pero Bairéad sigue acercándose a la realidad desde un ángulo oblicuo. La hermosa partitura de Stephen Rennicks se construye mientras Eibhlín cepilla el cabello de Cáit, como si fuera un ritual místico. Bennett y Crowley, ambos cautelosos y sin prisas, transmiten la sensación de personas decentes incapaces de honrar plenamente su propia naturaleza abierta. Ninguno puede decir lo que el otro necesita oír.
Un retrato cultural y social de la antigua Irlanda
Imitando la prosa de Keegan, que está escrita en primera persona, Bairéad quería mantener la perspectiva de Cáit a lo largo de la película. La audiencia se sitúa en la piel de la protagonista y recuerda lo que se siente regresar a la infancia y estar en un lugar desconocido, estar asustada o confundida o no entender a estas figuras adultas en tu vida o no entender del todo ciertas interacciones que observas.
En ese sentido, The Quiet Girl es universal, pero también es un retrato muy específico de un pasado de Irlanda, donde era común que los niños de familias superpobladas, guiados por el estímulo de la Iglesia Católica a la procreación, fueran «criades» durante períodos de tiempo por otras personas. En cierto sentido, los niños tenían menos agencia y tal vez fueron valorades de una manera diferente. Recién en 2012, Irlanda aprobó un referéndum que garantiza la protección de las infancias que reciben cuidados insuficientes de sus padres.
The Quiet Girl le otorga a esas infancias de la antigua Irlanda una plataforma y una voz, al empujar la historia hacia el pasado y contribuir a derribar las barreras sociales. Asimismo, invita a interpretarla como una memoria compuesta décadas después, permitiendo una perspectiva más abierta y amable hacia distintas formas de vida. Es seguro que una Cáit más grande jugaría a diario con variaciones de estos recuerdos.