viernes 22 de noviembre de 2024

Oppenheimer, la paradoja del Destructor de Mundos

La película de Christopher Nolan se aleja de la bomba atómica y se centra en su creador, explorando la implosión y ambigüedad de un hombre que contempló la eternidad desde el borde del abismo. Llega este 20 de julio a las carteleras nacionales.
Oppenheimer Christopher Nolan
Cuando Oppenheimer vio el primer ensayo exitoso de la bomba nuclear, citó una frase del Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”. Crédito: Universal Pictures.

Oppenheimer marca el regreso de Christopher Nolan a la silla de director, tres años después del éxito relativo de Tenet, un thriller de ciencia ficción y espías protagonizado por Robert Pattinson junto a John David Washington y Elizabeth Debicki. Para ello, se apodera de una historia: la del inventor de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, durante la Segunda Guerra Mundial. La producción llega hoy a las carteleras nacionales.

Nolan tiene la costumbre de adoptar una perspectiva diferente a la de la industria para dar forma al cine y al espectáculo de Hollywood, evitando en la medida de lo posible el uso de efectos visuales generados por computadora (CGI) en cada uno de sus proyectos. Además, se niega a guiar en exceso a les espectadores durante la proyección de sus películas, permitiéndoles tener la libertad de interpretarlas a su manera. Sin embargo, la forma en que se promocionan sus producciones no siempre refleja fielmente su contenido.

Mientras Dunkerque (2017) se presentaba como una película de guerra, se trataba sobre todo de una experiencia ultrasensorial en el tiempo, alejada de las premisas del género. En la misma línea, Interstellar (2014) fue ampliamente comparada con 2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) durante su lanzamiento, por lo que se esperaba que la tecnología fuera la villana de la narración, y por el contrario, resultó ser la aliada más fiel de los protagonistas de la película.

En cuanto a Tenet (2021), aunque su campaña promocional se basó en gran medida en la explosión de un Boeing en el plató, la escena en cuestión oscureció casi por completo el uso del avión para centrarse en el elemento central de la película, la máquina de inversión del tiempo, y su revelación.

Oppenheimer no es una excepción a esta regla. Sin lugar a dudas, la película fue promocionada como una reconstrucción de la explosión de una bomba nuclear sin CGI, llevando al público incluso a fantasear con la posibilidad de que el cineasta realmente utilizara una bomba atómica para su realización. 

Aunque no llegó tan lejos, esta explosión prometía ser una secuencia atronadora en el cine. Sin embargo, como era de esperar, Nolan volvió a desafiar las expectativas. Lejos de la explosión ensordecedora esperada, la detonación de la bomba se desarrolla en un silencio hipnotizador, capturado por una simple sucesión de planos estáticos.

Oppenheimer Christopher Nolan
Cillian Murphy, en una performance enorme, encarna al padre de la bomba atómica. Crédito: Universal Pictures.

La belleza y el horror en la implosión interna de Oppenheimer

La explosión se convierte en un instante fuera del tiempo y en la encrucijada de todas las temporalidades, representando un punto de inflexión eterno en nuestra existencia, que sacude el destino de la humanidad. 

Si bien la escena es espectacular, lo que realmente otorga poder a este acontecimiento es la forma en que J. Robert Oppenheimer –un enorme Cillian Murphy–, observa la belleza y el horror simultáneos del acontecimiento, lo que le da todo su poder. Y eso tiene sentido porque la verdadera ambición de Nolan no es representar la explosión de esa bomba, sino la implosión interna de su creador.

Al igual que el título, Robert Oppenheimer está en el centro de las preocupaciones de Christopher Nolan incluso más que la bomba –la película no se llama Proyecto Manhattan o Prueba Trinity. Durante una de las entrevistas promocionales de la película, Christopher Nolan explicó que escribió el escenario de Oppenheimer en primera persona para permitir a les espectadores “acompañar a Oppenheimer a lo largo de su viaje”. Y al verlo, el resultado es terriblemente cautivador e impresionante.

La película sumerge a las audiencias en la mente del científico desde sus primeros segundos: recuerdos que lo acechan, imágenes de descomposiciones atómicas, tormentas moleculares, alucinaciones espantosas… Oppenheimer lleva al espectador en un viaje a la intimidad más visceral del genio de la física cuántica. La forma perfecta de sentir mejor sus emociones, sus dudas, su percepción de la realidad y más aún su visión del mundo. Nolan logra capturar toda la belleza y fatalidad de su héroe.

Oppenheimer Christopher Nolan
La película aborda el dilema moral que padeció el hombre a cargo del Proyecto Manhattan, cuya creación cambió el rumbo de la historia para siempre. Crédito: Universal Pictures.

La transformación cinematográfica de Nolan

Si Oppenheimer comienza como una película biográfica posiblemente clásica, también se transforma con bastante rapidez. Detrás del rico fresco histórico, se experimenta la intensidad de la película de guerra, la intriga de la película de atracos, la emoción de la película de aventuras e incluso el sabor del western, en especial durante los pasajes a caballo en las llanuras de Nuevo México

Pero más aún, Nolan resquebraja el género de la biopic protagonizando una intensa carrera contrarreloj en la guerra contra los nazis y sobre todo un thriller psicológico transformándose en un auténtico laberinto introspectivo, a la vez inquietante y poético.

Oppenheimer también se destaca como posiblemente la película más experimental del director británico, presentando escenas de sexo fantasiosas, las consecuencias de un bombardeo de pesadilla, fondos temblorosos, entre otros aspectos. Esta experimentación se manifiesta en especial a través de su dispositivo cinematográfico. 

Nolan y su director de fotografía, Hoyte van Hoytema, asumen un desafío excepcional: producir una epopeya íntima con IMAX, las cámaras más grandes del mundo. Esta audaz elección ancla por completo al espectador en la historia y el mundo de la película, la cámara escruta con creciente intensidad (y locura) los rostros de su galería de personajes, incluido Oppenheimer.

De ahí el nacimiento de una pieza inmensa de cine y un trabajo extraordinario en la carrera de Nolan. Se podría comparar con Interstellar por la amplitud de su relato al servicio de una tragedia íntima y con Dunkerque por su sensorialidad, pero se destaca con amplitud de todo lo que ha sido capaz de hacer el británico hasta aquí. En particular, es la película más elocuente de su filmografía y por eso le debe mucho a su elenco.

Con un rosario de estrellas, cabía temer una triste recopilación de cameos de lujo. Por fortuna, no lo es. Por el contrario, las celebridades permiten apropiarse más rápidamente de la historia, asimilar con facilidad a los muchos personajes que surgen en la pantalla gracias a sus rostros conocidos e identificables.

Oppenheimer Christopher Nolan
Robert Downey Jr. personifica a Lewis Strauss. Crédito: Universal Pictures.

El duelo actoral de Cillian Murphy y Robert Downey Jr.

Entre los personajes secundarios principales, Emily Blunt interpreta a Kitty, la esposa de Oppenheimer, mientras que Florence Pugh da vida a Jean Tatlock, amante del científico y miembro del Partido Comunista. Ambas actrices ofrecen actuaciones muy sólidas, en especial Emily Blunt durante una escena de interrogatorio.

No obstante, el eje central de la película gira en torno a la dualidad entre Robert Oppenheimer y Lewis Strauss, lo que inevitablemente le otorga un lugar destacado a Cillian Murphy y Robert Downey Jr. 

Murphy encarna el corazón emocional-psicológico de la película, alejándose de los estándares de la biopic y sumergiéndose en la sensibilidad y las convicciones íntimas del protagonista, en lugar de solo imitarlo. Por otro lado, Robert Downey Jr. destaca con entusiasmo en este papel ambiguo, incluso maquiavélico, demostrando su talento en la cúspide de su interpretación.

Alejándose de toda la filmografía anterior del cineasta, la acción de Oppenheimer se encuentra en los incesantes intercambios de los personajes, sus cuestionamientos, sus sinsabores… Se alza como una mezcla de la densidad JFK de Oliver Stone con el ardor de una película sorkiniana, donde la palabra es la verdadera arma de los personajes, magnificada, acentuada, por la dirección de Nolan y el montaje de Jennifer Lame.

En medio de su ritmo infernal, con un diluvio de ideas, información, personajes y épocas, las auténticas intenciones del director se vuelven más precisas: contar la historia, por supuesto, explorar el espíritu de Robert Oppenheimer, sí, pero sobre todo, lograr que la audiencia experimente el impacto real de esta creación a través del tiempo.

Oppenheimer presenta un espectáculo de asombrosa armonía visual, sonora y musical. La partitura de Ludwig Göransson, en su segunda colaboración con el cineasta, se destaca como una maravilla que complementa de manera magistral la narrativa. En esta película, Nolan explora nuevas formas de abstracción narrativa, jugando con el tiempo y las perspectivas de una manera innovadora.

La historia de Oppenheimer se desenvuelve de manera compleja y rica, con constantes oscilaciones entre perspectivas, colores y blanco y negro, y saltos temporales que abarcan desde los años 20 hasta los 60. 

El filme no toma de la mano al espectador, sino que lo sumerge en una experiencia desconcertante y fluida. Nolan logra construir una fusión perpetua del espacio-tiempo, donde todo se mezcla sin interrupción durante tres horas, generando una conexión sólida con el presente y el futuro de la trama.

Crédito: Universal Pictures.

Oppenheimer, el retrato de la tragedia humana

Combinando la riqueza literaria de la obra de Kai Bird y Martin J. Sherwin con su creatividad artística, Nolan elabora sin duda un gran fresco histórico, un panfleto contra los Estados Unidos de la época. 

Su epopeya denuncia agresivamente la violenta paranoia de las autoridades estadounidenses hacia los comunistas con el Macartismo. «El pueblo (estadounidense) parece apoderado de una histeria colectiva, como una compulsión por definirse a sí mismo de acuerdo con la amenaza soviética», como dice el libro.

Y esta crítica a Estados Unidos queda perfectamente reflejada en el trato sufrido por el científico, genio erigido en héroe antes de ser rechazado, negado y convertido en una especie de paria. 

Pero aún más, Nolan lleva una reflexión escalofriante sobre los dilemas morales humanos y la tragedia de la humanidad que, a pesar de los conocimientos científicos cada vez más importantes, parece incapaz de desentrañar su propio misterio.

Suficiente para convertirla en la obra más pesimista de un Nolan cada vez más preocupado por el futuro del mundo. En Interstellar, la crisis ecológica llegó para sellar el destino de nuestro planeta cuando Tenet ya evocó el miedo de ver un arma nuclear caer en malas manos y provocar el fin del mundo. Un miedo evidente que todavía recorre un largo camino en Oppenheimer, cuyo poder de resonancia con nuestro presente es manifiesto.

En el momento de la guerra en Ucrania y la amenaza atómica agitada regularmente por Vladimir Putin y la OTAN, el mundo parece realmente al borde del abismo. En 2023, quedan 90 segundos antes del Apocalipsis según el Reloj del Juicio Final imaginado por el Boletín de los Científicos Atómicos fundado por Albert Einstein. Un precipicio cuyos cimientos están englobados en Oppenheimer, que se convierte en una experiencia imperdible del cine y la historia.

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