25 de junio de 1978. Son las 17:23 de la tarde. El árbitro italiano Sergio Gonella marca el final del encuentro y el Estadio Monumental de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires estalla en un grito de locura e incredulidad. Ubaldo Matildo Fillol y Alberto Tarantini se funden en el pasto en un abrazo interminable en las puertas del área chica. Víctor Dell’aquila se suma a la escena: nace el Abrazo del Alma.
Jorge Olguín, Américo Gallego, Daniel Passarella, Osvaldo Ardiles y compañía no encuentran lugar en el centro del campo ni espacio en sus camisetas para secar tantas lágrimas (aunque lo disimulen). Los gritos desesperados de gol de las 71.483 almas presentes ante las proezas de Daniel Bertoni y el “Matador” Mario Alberto Kempes por duplicado aún resuenan en el campo de juego.
Estas escenas pueden ser consideradas el cierre perfecto de un éxito deportivo nunca antes visto en el país. No hay parámetro con que compararse. La Selección Argentina de fútbol, dirigida por Cesar Luis Menotti, acaba de vencer en la final de la Copa del Mundo al seleccionado de Países Bajos por 3 a 1 y se consagra campeón por primera vez en su historia del evento más importante del deporte rey.
Los ecos de esta victoria atraviesan cada columna del estadio, alcanzando las calles lindantes al Monumental de Núñez, expandiéndose por cada hogar de la ciudad y alrededores y arrastrándose finalmente por cada rincón del país.
La gente se agolpa en las veredas y vitorean sus banderas celestes y blancas al compás del incansable sonido de los cláxones (bocinas) que logran fusionarse con el clamor popular reinante en las calles. De vuelta en el Monumental, los jugadores se preparan para ser premiados por su éxito deportivo. Sin embargo, muchos de ellos no son plenamente conscientes del oscuro momento que les precederá.
En el palco oficial del Estadio de River Plate, les aguardaba la Junta Militar liderada por el Comandante del Ejército Jorge Rafael Videla, el Comandante de la Armada Emilio Massera y el Comandante de la Fuerza Aérea Orlando Agosti. La fiesta empieza a teñirse de gris.
Una copa deslucida por la realidad
Ya habían pasado apenas dos años y tres meses desde el inicio del Proceso de Reorganización Nacional, iniciado por la Junta el 24 de marzo de 1976 y que tuvo como consecuencia la destitución de la Presidenta de la Nación, María Estela Martínez de Perón.
En el medio de este suceso y la consagración en la Copa del Mundo, las denuncias por desaparición forzada y asesinato eran un “secreto a voces” por miedo a las consecuencias que dichos reclamos generasen. Solo había Desaparecides.
La Policía Federal Argentina y sus seccionales provinciales eran participantes activos de estos hechos, ofreciendo sus servicios al proceso militar en turno en la averiguación de paraderos y domicilios, además del secuestro de personas.
Los Centros Clandestinos de Detención se encontraban en pleno auge, agrupando a miles de voces silenciadas y “anónimas”. Los Vuelos de la Muerte solo eran un cuento de horror sin publicitar. Y las Madres de Plaza de Mayo empezaban a hacerse conocidas, pese al destrato de gran parte de la sociedad “ciega” de los sucesos.
En medio de toda esas realidades, que oscilaban entre el desconocimiento de la gran mayoría y el dolor de muchos otros, los jugadores de la Selección Argentina aguardaban sus medallas y la felicitación del Presidente de la Nación (de facto) Jorge Rafael Videla.
Allí, presente, se encontraba Joao Havelange, Presidente de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). Consciente de la realidad estructural del país anfitrión, las denuncias de diversos organismos de derechos humanos (Amnistía Internacional, entre otros), además de la renuncia de varios jugadores a la cita, supo lucrar con la cita e incrementar los ingresos de su administración.
De esta manera, con el aval económico y sponsoreo de la FIFA y sus empresas allegadas, el apoyo popular enceguecido en cada cotejo disputado por el seleccionado (inclusive, el polémico 6 a 0 frente a Perú) y el silencio de los primeros principales medios de comunicación, Videla hizo entrega de la Copa del Mundo al capitán Daniel Passarella.
Números estadísticos de la “Copa”
En Argentina todo era fiesta. O apenas, un pequeño recorte de un libro mucho más extenso con páginas por escribir. Los números expresaron que Argentina se consagró campeón cosechando un total de cinco victorias (Hungría, Francia, Polonia, Perú y Países Bajos), un empate (Brasil) y una derrota (Italia) tras siete cotejos disputados entre Buenos Aires y Rosario.
Otras estadísticas dejaron en manifiesto que Mario Alberto Kempes obtuvo el Balón de Oro (mejor jugador del torneo) y la Bota de Oro (máximo goleador). Por otra parte, suena irónico que el seleccionado argentino haya recibido el Premio Fair Play a la conducta más ejemplificadora de la Copa Mundial. Este ítem, como ocurrió a lo largo de siete años de Dictadura Militar (1976-1983), fue un chiste mal contado.
Según el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, 107 personas sufrieron la desaparición forzada entre el 25 de mayo y el 2 de julio de 1978, dentro de los 40 días que rodearon a la organización de la Copa del Mundo.
Dicha información puede chequearse en el Listado de víctimas del accionar represivo ilegal del Estado argentino (Anexo 1) y (Anexo 2). Por otra parte, dentro del Listado de casos incluidos en el Informe de la Conadep sin denuncia formal, las personas desaparecidas varían entre las 50 y 70.
Teniendo en cuenta los datos verificados, los Centros Clandestinos de El Banco (ubicado muy cerca del cruce de la Autopista Ricchieri y el Camino de Cintura, a pocos metros del Puente 12); El Olimpo (ubicado en el barrio porteño de Vélez Sarsfield); y la ESMA (Escuela Superior Mecanizada de la Armada), cerca del Monumental, recibieron a la gran mayoría de las víctimas del terrorismo en este breve periodo.