Desde Drácula de Bram Stoker, pasando por Carrie de Stephen King hasta “La Multitud” de Ray Bradbury, el terror ha asumido la responsabilidad de ser el género exploratorio de las cavernas más oscuras del espíritu humano. En su faceta más cruda, se retuerce hasta convertirse en su hijo grotesco: el horror. Hacia el Sur, lejos quedan los nobles hematófagos o las adolescentes psíquicas, y Latinoamérica, la vasta y rica tierra, da lugar a temores más lentos y feroces. Envueltos en la espesa bruma de las selvas, la palidez áspera de los puertos y los paisajes urbanos se hallan las criaturas de la narrativa de Mariana Enriquez.
Terror social, la sangre que baña las entrañas de Latinoamérica
El terror social, considerado una pequeña parte del crisol que abarca el género, reivindica en sus construcciones la extrañeza que cohabita el mundo real. A través de la deformación, enturbia la cotidianeidad y vuelve los lugares comunes un suelo fértil para la proliferación de las más oscuras pesadillas.
Así, basta con hurgar en la obra de autores como Horacio Quiroga y sus Cuentos de Amor, Locura y Muerte o en Amparo Dávila y su encuentro con “El Huésped” para toparse de lleno con un miedo que hasta el momento no sabíamos que teníamos. En el siglo XXI, esta vertiente se hincó a los pies de una escritora, periodista y docente argentina llamada Mariana Enriquez.
¿Quién es Mariana Enriquez?
Bonaerense criada en La Plata, la escritora comenzó a forjar su nombre en las filas editoriales gracias a su primera obra, Bajar es lo peor, una novela sucia que casi podría tratarse de la antesala a un fanfiction de Entrevista con el vampiro de Anne Rice. Pero en cambio, logra nadar, sin jamás aproximarse al naufragio, por una Buenos Aires gótica y turbulenta, casi un poco grunge, fiel al estilo noventoso y su desaire a las buenas formas.
Luego de este primer suceso, Mariana se graduó en Periodismo y Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. De este modo, comenzó un largo camino por la literatura punk y el periodismo musical, más específicamente el rock. Esto la llevó a trabajar en diarios como Página 12 y a realizar entrevistas a múltiples personalidades de la escena.
Actualmente, su narrativa se continúa instalando en las bibliotecas, repisas y mesas de noche de lectores y lectoras de todo el mundo. Traducida a más idiomas de los que se pueden nombrar, su ópera prima Nuestra parte de noche fue galardonada, entre otros, con el 37º Premio Herralde de Novela.
Una introducción al universo Enriquez
Para quienes deseen despellejarse los dedos con relatos que fusionan escenarios ordinarios con fantasías enfermizas, a continuación una selección de cuentos que forman parte de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego.
Carne
Casi como un tributo a “Las Ménades” de Cortázar, o una remake punk del mito de Orfeo y las Ménades, “Carne” relata la historia de una joven estrella de rock, quien se encuentra en la cúspide de su carrera. El “Espina”, protagonista de este cuento, lleva consigo una suerte de aura de Jesucristo donde las masas son fácilmente apeladas por su encanto disruptor. Sin embargo, detrás de la fama se esconde un muchacho triste que acaba cometiendo actos terribles, llevando a sus fanáticas a un estado de locura similar. Un análisis acerca de la cultura “fangirl”, la injusta ridiculización de la misma y el fenómeno de la idolatría.
Tela de araña
Mucho se habla del poder de la narración como objeto transportador, pero pocos cuentos lo hacen tan bien como “Tela de araña”. Con cada vuelta de página, Enriquez hace y deshace una carretera desierta, una selva misionera e incluso una frontera paraguaya. La protagonista es víctima de los misterios y la magia que acechan la Mesopotamia argentina mientras lucha con una relación que la aprisiona y castiga.
Un relato con un final abierto que invita a pasar la noche en un hotel de ruta, mientras detrás de Natalia se teje un entramado donde no faltan las brujas y las leyendas. Para el ojo entrenado: a disfrutar de los guiños a Horacio Quiroga.
Las cosas que perdimos en el fuego
En lo que la autora definió como “más cerca del sci fi que del terror”, el broche de oro del libro homónimo está dado por una de las mejores obras salidas de la pluma de Enriquez.
Una crónica con una propuesta casi documental, que se ramifica hasta resignificar la violencia hacia y contra las mujeres, permitiendo a estas reapropiarse de sus presentes y sus futuros con una herramienta que somete tanto como empodera: la manipulación estética del cuerpo. La crudeza de los escenarios descritos, en combinación con la crítica atravesada por la perspectiva de género, plantea una distopía que podría, o no, estar más cerca de lo que creemos.
Verde Rojo Anaranjado
“La gente triste no tiene piedad”, dice la narradora y comienza a contar cómo es que su vínculo con Marco, su ex novio, evolucionó hasta lo que es ahora: un lazo apenas unido por un punto en una pantalla. Los hikikomori son personas que sufren un problema psicopatológico y sociológico que afecta cómo se relacionan con el mundo exterior, optando por recluirse en sus habitaciones y confiando en que sus familiares proveerán por su bienestar.
Este trastorno, tan común en Japón, hace escala en la piel de Marco, quien obliga a su entorno a presenciar su descenso en los confines del olvido social. En el medio, la protagonista regala pequeñas perlas de sus propias experiencias traumáticas, las cuales resultan tan o más espeluznantes que el núcleo del cuento en sí.
Nada de carne sobre nosotras
Tal como si pusiera un grillete al cuello, con una habilidad única Mariana arrastra hacia la ficción una problemática que afecta a millones en todo el mundo. En este cuento, la autora confía lisa y llanamente con la capacidad de quien recoge el libro de leer entre líneas.
Una mujer encuentra una calavera abandonada en la vía pública y la lleva a su hogar. Allí, se obsesiona con el resto humano y le construye un altar. Tras desoír el consejo de su novio y mentirle a su madre, la protagonista proyecta en “Vera”, como la bautizó, un ideal de belleza que desea alcanzar.