Al igual que el protagonista de su nueva película, Darren Aronofsky está acostumbrado a que la audiencia retroceda con disgusto ante su obra. Con dramas como Requiem for a Dream (2000), The Wrestler (2008) y Black Swan (2010), el director estadounidense ganó numerosos premios y admiradores, pero fue muy criticado por sus representaciones gráficas del sufrimiento humano.
Cada una de sus obras es un crisol del cuerpo y el alma, un estudio de cómo las miserias azotan al espíritu humano, plagado de alusiones bíblicas y llevado al límite. Entonces, cuando la cámara se enfoca en Charlie (Brendan Fraser), el protagonista de 272 kilos de La Ballena (The Whale), evoca la introducción más incómoda imaginable: un obeso sudoroso masturbándose que sufre un infarto durante el clímax.
Unas escenas más tarde, devora un balde entero de pollo frito con voracidad, como si de ello dependiese su supervivencia. Si no fuera por la voz suave y los ojos suplicantes de Fraser, Charlie parecería más un monstruo que un hombre.
La Ballena fue presentada en la última edición del Festival de Cine de Venecia; después de la función, Brendan Fraser recibió una ovación de seis minutos. En los meses siguientes, la cinta recibió varias nominaciones en los circuitos de premios y su protagonista se convirtió en uno de los favoritos para ganar el Premio de la Academia por su performance.
Una historia que se desarrolla a puerta cerrada
La historia tiene lugar durante los últimos días críticos de Charlie, un maestro gordo y solitario. Separado de su ex esposa y su hija, su única interacción humana es con Liz (Hong Zhou), una amiga sobreprotectora que también es enfermera. Al ofrecer un curso de escritura en línea, ni siquiera muestra su cara a sus alumnos.
Desde la muerte de su novio, su angustia se tradujo en un desorden alimenticio profundo. Reprimió sus emociones a expensas de su salud y ahora se encuentra al borde de la muerte. En grave riesgo por una insuficiencia cardíaca congestiva y presión arterial alta, se niega a ir al hospital y, en cambio, se enfoca en reparar su relación con su hija Ellie (Sadie Sink).
Sin embargo, la adolescente lo odia por haberla abandonado cuando se separó y solo lo visita a cambio de dinero. Por su parte, Charlie se esfuerza por hacer que ella entienda lo que significa para él.
Esa fusión de lo sentimental y lo visceral es el motor narrativo que impulsa a La Ballena, la peor película de Aronofsky hasta la fecha, una que busca afirmar la humanidad de Charlie pero no puede imaginarlo más allá de una presunción.
Depresión, trastornos alimenticios y vínculos rotos
Desde el primer minuto, La Ballena se llena de horror. Aronofsky es especialista en crear este tipo de atmósfera. Su último trabajo se hace eco de obras anteriores como Pi y Requiem for a Dream, ambas producciones claustrofóbicas con partituras estruendosas y perspectivas lúgubres.
Pero en La Ballena, que es una adaptación de la obra autobiográfica de Samuel D. Hunter, el estado de ánimo siniestro se siente en desacuerdo con el tema. El protagonista, Charlie, está completamente confinado en su casa y al borde de la muerte debido a los atracones extremos a los que se somete.
Charlie ha estado en un estado depresivo severo desde la pérdida de su pareja. Incapaz de cuidar de sí mismo, se ha convertido en una figura frustrante para amistades, familiares y extraños por igual. Para cuando comienza la historia, el protagonista ha llegado a un punto en el que es imposible revertir el deterioro de su salud.
La situación se vuelve horrible y lamentable, porque aunque se resignó a los límites de su departamento, todavía anhela alguna interacción humana. Algunas escenas intentan presentarlo como simpático y complejo, pero casi todo lo demás es sombrío, un espectáculo de miseria que muestra a su personaje central como un animal de zoológico.
Aronofsky, la ética y la performance de Fraser
El mayor problema de La Ballena es que Aronofsky enfoca a Charlie de todas las formas equivocadas, como si fuera la personificación de una casa del horror. Esa perspectiva exhibicionista impacta sobre el supuesto humanismo de una historia edificante y convierte a su protagonista en un símbolo en lugar de enfocarse en la persona.
La película es una tragedia de dinámica familiar y autolesión, de obesidad y desperdicio físico, pero ¿era necesario etiquetar a la obesidad como algo totalmente destructivo y grotesco? El cineasta provocó un cuestionamiento ético por representar un tema muy auténticamente sentido y aún incómodo desde un punto de vista tan triste.
Fraser, sin embargo, proyecta ternura, no rehuye a exponer la autodestrucción de su personaje, pero destaca el amor de Charlie por los demás. Su performance es implacable, incluso si evoca al monstruo de Frankenstein en la forma en que parece simultáneamente inhumano pero trascendente en su humanidad.
Es difícil no ver a través de la propia historia de fondo del actor -su ascenso y caída como estrella de Hollywood, su supervivencia a una agresión sexual y ahora su resurgimiento como un favorito de la Generación X– en una producción como esta. Es la sinceridad que aporta a su personaje lo que sostiene a La Ballena.
La Ballena se encuentra disponible en las carteleras de los cines argentinos.