Este martes se desarrollará en el Buenos Aires Sheraton Hotel la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Sin embargo, algunos actores políticos alineados a los intereses estadounidenses han logrado desorganizar el normal despliegue del espacio con el propósito de detener el proceso de integración regional.
Una denuncia a medida de Estados Unidos
De la VII Cumbre participarán mandataries, cancilleres y funcionaries de los 33 países miembros, además de referentes de distintos organismos regionales y multilaterales. Pero las miradas se habían concentrado en la eventual presencia del presidente venezolano, Nicolás Maduro. El mandatario bolivariano, además de tener múltiples denuncias por violaciones a los derechos humanos, ha sido repudiado por su supuesta asociación al Cartel de los Soles, una banda narcotraficante.
En este caso, la denuncia fue realizada por la presidenta del PRO, Patricia Bullrich. La dirigenta de Juntos por el Cambio, en primer lugar, advirtió a la Justicia argentina que pidió la detención de Maduro si ingresaba al país por ser considerada “persona no grata”. Aún así, profundizó su estrategia y apeló a la oficina de Administración de Control de Drogas (DEA) en Argentina exigiendo su captura para extraditarlo, de acuerdo al pedido internacional que sostiene Estados Unidos. Finalmente, el propio gobierno bolivariano comunicó que el presidente no acudirá a la cumbre para no exponerse a las agresiones que estaría organizando “la derecha”.
Las denuncias de Bullrich se encuadran en una estrategia regional de los actores políticos alineados con los intereses norteamericanos de sabotear cualquier mecanismo regional que apunte a la integración latinoamericana. De hecho, dentro del PRO también se han pronunciado en el mismo sentido Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, quienes se disputan ese discurso con tal de posicionarse electoralmente en 2023.
La CELAC multipolar y un imperio que se niega a retroceder
A pesar de la coordinación política de los aliados estadounidenses que operan al interior de cada una de las naciones latinoamericanas, en los últimos años han sufrido un retroceso en su capacidad de imponer sus condiciones. El trabajo conjunto entre los gobiernos argentino y mexicano para desarticular el Grupo de Lima y debilitar a la Organización de Estados Americanos (OEA) ha contribuido, de forma proporcional, a revitalizar los mecanismos de integración regional. Con el pretexto de fortalecer la institucionalidad democrática y el debate de sus miembros sin exclusiones arbitrarias, la CELAC se ha posicionado como un espacio estratégico.
La OEA fue el organismo que legitimó, por ejemplo, el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales en Bolivia en noviembre de 2019 con Luis Almagro a la cabeza. Por otro lado, el Grupo de Lima, creado en 2017, trabajó en favor de la oposición venezolana sobre la crisis en aquel país. Diversos analistas consideraron que dichas iniciativas se desarrollaban en el marco de un “nuevo Plan Cóndor” cuyo objetivo habría sido balcanizar el continente para que avancen los intereses norteamericanos.
De todos modos, el Departamento de Estado aún conserva capacidad de fuego y diplomática en la región, a la que consideró históricamente su “patio trasero”. La toma del Congreso en Brasilia a principios de enero y la destitución del presidente constitucional Pedro Castillo en Perú expresan su capacidad de caotizar América Latina. De hecho, la situación política en este último país es factor de división en los propios socios de la Celac. Álvaro Manuel López Obrador, mandatario mexicano y artífice de la integración latinoamericana, ha desistido de participar en la VII cumbre por desconocer la presidencia interina de Dina Boluarte y seguir ofreciendo protección para Castillo.
¿Hacia una gran Confederación sudamericana?
En efecto, la VII Cumbre se anticipa como un hecho que fortalecerá el multipolarismo en la región. Las denuncias de Bullrich pierden fuerza en el actual contexto internacional. Tanto la Casa Blanca como la Unión Europea (UE) han comenzado a flexibilizar sus posturas respecto al gobierno de Caracas con el fundamento económico de negociar por el petróleo venezolano. La dinámica de la crisis internacional ha tomado formas inesperadas si se analizaran bajo lógicas de tan solo un lustro atrás.
En este sentido, la disputa geopolítica entre el hegemón anglosajón unipolar en decadencia y el esquema multipolar euroasiático en ascenso favorece el fortalecimiento de la integración latinoamericana. En el concierto internacional van perdiendo fuerzas los acuerdos bilaterales entre países sin proyección continental y recrudecen los llamados “continentalismos”. La Unión Económica Euroasiática, el ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), por tan solo nombrar algunos, van ganando terreno en el plano comercial y geopolítico. Por ende, mecanismos de cooperación como lo es el diálogo Celac-China, el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o la Iniciativa de la Franja y la Ruta tienden a expandir su volumen político.
No obstante, el horizonte de autonomía latinoamericano sigue siendo seriamente amenazado por la definición política del unipolarismo anglosajón de imponer condiciones en el “patio trasero”. Expresión de esto es la declaración de la jefa del Comando Sur del Pentágono, Laura Richardson. La general planteó que la situación geopolítica en la región “tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que intensificar nuestro juego”. Las diferentes variables parecen indicar que la dinámica de crisis internacional le abre una oportunidad a la integración regional, pero en ese mismo escenario Estados Unidos aún conserva una enorme influencia y está dispuesto a luchar.