Este domingo 8 de enero, militantes del expresidente brasileño, Jair Bolsonaro, realizaron un intento de golpe de Estado. Miles de seguidores bolsonaristas invadieron el Congreso, el Palacio del Planalto, sede de la presidencia, y el Supremo Tribunal Federal del país vecino de América Latina.
Allí causaron destrozos durante varias horas hasta que las fuerzas de seguridad lograron recuperar el control de la situación. Desde la victoria electoral de Lula da Silva, en octubre de 2022, militantes de la extrema derecha acampaban frente a diferentes cuarteles de las Fuerzas Armadas brasileñas. Reclamaban un golpe de Estado para “salvar Brasil” y deponer al nuevo mandatario.
Esta nueva modalidad de atentado contra la democracia no es nueva en el continente. En el siglo XXI, la ultraderecha en América Latina avanzó de forma considerable. Los golpes de Estado ya no se perpetran solo desde un grupo militar.
La habilidad de las elites, la influencia de los grandes conglomerados informativos y el manejo de los hilos más discretos de Estados Unidos lleva a que sea parte del pueblo el que tome la iniciativa.
La violencia como método de acción
Lo que sucedió el pasado lunes no fue un acto sin precedentes. En lo que va del siglo, la extrema derecha encontró la forma de crecer en el continente latinoamericano. Cada algunos años, los países de América del Sur y el Caribe sufren estos intentos de interrumpir los gobiernos democráticos.
A veces se cumplen, otras no. Se le llama golpe de Estado blando o encubierto al uso de técnicas no violentas y conspirativas, con el fin de desestabilizar a un Gobierno y causar su caída. Estas prácticas, y otros golpes de Estado al estilo tradicional, son las que se repitieron en la última década en América Latina.
En 2009 fue el turno de Honduras. El 28 de junio de ese año, las fuerzas militares sacaron en la madrugada de su residencia al entonces presidente constitucional, Manuel Zelaya. Lo expulsaron a Costa Rica y concretaron un golpe de Estado en su contra.
Previo a este accionar, Zelaya propuso una consulta no vinculante para preguntar a la población si aceptaba que en las siguientes elecciones se le consultase si estaba de acuerdo con una Asamblea Nacional Constituyente. Esto precipitó su destitución.
Tras la intervención militar, asumió el poder Roberto Micheletti. Hasta que en noviembre de 2009 se realizaron elecciones que dejaron como presidente a Porfirio Lobo. En la actualidad, es la esposa de Manuel Zelaya, Xiomara Castro, quien ocupa ese puesto.
Pasaría solo un año hasta que sucediera algo similar en América Latina. El 30 de septiembre de 2010, miembros de la Policía Nacional ecuatoriana se sublevaron contra el gobierno del presidente Rafael Correa. Las excusas fueron unas prebendas económicas que les eran eliminadas por una nueva normativa recién sancionada en su Parlamento.
Les golpistas tomaron el Regimiento Quito. Cuando Rafael Correa arribó para negociar, fue agredido con gases lacrimógenos. Intentaron herirle una rodilla recién operada y, finalmente, un reducto policial lo secuestró.
Las fuerzas del Grupo de Operaciones Especiales rescataron a Correa, pero antes hubo más violencia. Los policías golpistas lograron disparar cuatro veces el vehículo del presidente. El saldo final fue de cinco muertos y 193 herides.
De Honduras a Brasil: 14 años de golpes de Estado “blandos”
Los ataques a la democracia en esta parte del mundo seguirían. En 2012 le tocó el turno a Paraguay. “Bajo los cargos de mal desempeño en sus funciones y una masacre sobre sus hombres (Curuguaty), Fernando Lugo, quien asumió la presidencia el 15 de agosto de 2008, fue obligado a abandonar el cargo casi cuatro años más tarde”, explicó el medio de comunicación Telesur TV.
El 22 de junio de 2012, se realizó un juicio político que se calificó como exprés. “Hubo un golpe de Estado parlamentario en el que los argumentos para un juicio político no tienen ningún valor y fueron rebatidos ampliamente por los defensores”, denunció el expresidente Fernando Lugo en 2012.
En 2016, más cerca en el tiempo, una situación similar ocurriría en Brasil. Tras la operación policial Lava-Jato, se abrió el proceso de impeachment a la entonces presidenta Dilma Rousseff. El 31 de agosto de ese año, con una votación en el Senado con 61 votos a favor y 20 en contra, Rousseff perdió definitivamente el cargo.
Unos años más tarde, otro derrocamiento se daría en la región del sur. En noviembre de 2019, tras días de violentas protestas, las Fuerzas Armadas y la Policía le pidieron la renuncia al entonces presidente boliviano Evo Morales. Tomó el cargo Jeanine Áñez, quien ahora se encuentra presa.
Estos fueron algunos de los precedentes que anticiparon lo que sucedió el pasado lunes en Brasil. El ataque en Brasilia puso en evidencia algo que en los golpes (o intentos) anteriores pasó más desapercibido.
La influencia estadounidense se obvió, al ser una situación calcada a la invasión a los edificios gubernamentales que les seguidores de Donald Trump hicieron en ese país cuando este fue derrotado.