Es casi imposible vivir en Argentina y nunca haberse cruzado con cualquiera de las obras que Enrique Santos Discépolo compuso. En voz de Carlos Gardel (Yira, Yira), Julio Sosa (Cambalache) o Tita Merello (Qué Vachaché) rodaron algunos de los tangos que hizo y que le dieron nuevos aires al género musical. Sus letras conquistaron a las multitudes que se sentían identificadas y hasta dieron origen al adjetivo “discepoliano” para diferenciar la impronta que lo caracterizaba.
El talento que Discépolo tenía para componer era tan notable, que hasta más de une creyó que sabía de música. Sin embargo, durante una entrevista que brindó en 1931 confesó que en realidad no tenía idea de cómo escribirla. “Cuando el tango me empieza a silbar en el oído, salgo corriendo a buscar un amigo que lo escriba. Muchas veces no lo encuentro enseguida”, contó.
“Y aquí empieza la desesperación para que esas notas que de repente se me han presentado no se me vayan, y empiezo a cantarlas y sigo cantándolas en voz alta, aunque vaya por la calle y todos se paren a mirarme como a un loco, aunque esté en un café y de todas las mesas se vuelvan hacia mí”, relató.
Y por último, el artista agregó: “En ese momento nada me importa. Lo único que me preocupa es que no se me escape mi tango, retenerlo con el canto hasta que me lo vengan a atar a la escritura».
Primeros años de Discépolo
Enrique Santos Discépolo nació en el barrio porteño de Balvanera, el 27 de marzo de 1901. Fue actor, dramaturgo y compositor de algunos de los tangos más populares de la Argentina. Creció padeciendo una infancia triste, atravesada por la orfandad. “De mi infancia conservo pocos recuerdos. Mejor dicho prefiero no conservarlos”, dijo en 1927.
Su padre había muerto cuando él tenía cinco años y, cuatro años después, murió su madre. Por entonces, fue su hermano mayor, el dramaturgo Armando Discépolo, quien se hizo cargo de él y quien además lo introdujo en el mundo del arte. Así fue entonces que en 1917 comenzó a actuar y a escribir sus primeras obras de teatro. Entre ellas El señor cura; El hombre solo y Día feriado.
Al mismo tiempo, “Discepolín”, como lo apodaron, también empezó a iniciarse como compositor de tangos. Situado en los años 20, el artista se inspiraba en la vida de los hombres, sus dificultades y sus desafíos, que también eran los suyos.
En ese sentido fue que en 1926 compuso el tango “Qué vachaché”. Una canción actualmente reconocida, pero que en ese entonces no tuvo el éxito esperado. Incluso, ese mismo año había sido interpretada por Tita Merello y grabada por Carlos Gardel en 1927.
La impronta discepoliana
Mientras la mayoría de los tangueros se referían a cuestiones amorosas, este letrista prefirió centrarse en otras más sociales. Así, por ejemplo, en 1929 compuso Yira, Yira, la canción que alcanzó la fama luego de una interpretación de Carlos Gardel. “Es el más mío de los tangos”, diría el autor en alguna oportunidad. “Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque de esa manera estoy más cerca de ellos. Y traduzco ese silencio de angustia que adivino”, agregó.
Asimismo, en un video que data de 1930, se puede ver a los tangueros conversando. Allí, Gardel le pregunta al autor: “¿Qué has querido hacer con el tango Yira yira?”. Discépolo explica: “es una canción de soledad y esperanza”.
Otro de sus éxitos fue “Cambalache”, una canción escrita en 1934 para la película El alma del bandoneón y que con el tiempo se consagró como un emblema del tango. El contexto en el que se compuso no puede pasarse por alto: en plena Década Infame, “Discepolín” supo que era momento de recurrir otra vez a la denuncia.
“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también…”, cantaron generaciones enteras que, por diversos motivos, se decepcionaban de lo que les rodeaba. Así, en esta como en muchas de sus obras, este compositor logró, una vez más, tomar un sentimiento colectivo y materializarlo en lo que sería una de sus obras cumbres.
Mordisquito y el peronismo
Con la llegada de Juan Domingo Perón a la presidencia en 1946, el artista se sintió esperanzado y comenzó su faceta militante. Decía acompañar al peronismo porque confiaba en que era un avance dentro del campo político y social. Sin temer las consecuencias, utilizó cada espacio que pudo para expresar su apoyo a este movimiento y para criticar a sus detractores.
En su paso por la radio en 1951, llevó adelante “¿A mí me la vas a contar?”, el segmento donde presentó a Mordisquito. Allí Discépolo actuaba una conversación con ese personaje que había inventado para burlar a quienes se oponían al peronismo.
Su último monólogo allí fue el 10 de noviembre de 1951, cuando leyó su texto “Yo no inventé a Perón”. En él, el artista expresaba: “Yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina”. “Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria”, agregó.
Discépolo y un final más triste que un tango
Sin embargo, su posicionamiento político le provocó más disgustos que alegrías. El letrista comenzó a ser rechazado por sus colegas, fue duramente criticado y hasta recibía amenazas. Además, solían jugarle una mala pasada: cuando se presentaba en teatros, alguien adquiría todas las entradas de sus espectáculos para que nadie asistiera.
Estos ataques reiterados que recibió aceleraron su trágico final. Enrique Santos Discépolo comenzó a deprimirse y se aisló de todes, incluso de su propia pareja. Llegó a pesar 37 kilos y ya no tenía fuerzas para escribir. Alguna vez había declarado “el tango es inmortal”, pero él no lo fue.
Finalmente, con una melancolía más profunda que la de sus canciones, murió sólo en su casa, el 23 de diciembre de 1951.