Todo es transaccional. Al menos, ese es el mantra con el que el satírico sueco Ruben Östlund aborda su última comedia, El Triángulo de la Tristeza. Tan alocada como desordenada, la narrativa triple mantiene la inclinación del director de presionar a les protagonistas de sus producciones hasta que se rompen.
Pocos directores tienen tanto talento para satirizar los hábitos de los millonarios como Ostlund. Si bien lleva trabajando desde la década de 1990, el director sueco irrumpió en la escena internacional con Force Majeure en 2014.
Después de destrozar los frágiles egos masculinos con esta película y destripar las pretensiones del mundo del arte en The Square (2017), El Triángulo de la Tristeza se centra en las dinámicas entre algunos personajes ricos a bordo de un crucero de lujo que se hunde.
La película ganó la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, convirtiendo a Ostlund en uno de los pocos directores en obtener el galardón mayor dos veces. Triangle of Sadness presenta una gran presunción, fantásticos escenarios y un buen trabajo de personajes.
Humor negro y guerra de clases
A muchas películas les encanta criticar a los millonarios y sus estilos de vida egoístas, pero pocas, como Triangle of Sadness, dan en el clavo. Usando humor negro y guerra de clases en un lujoso superyate, la película se niega a ser sutil sobre lo que piensa de la élite, y no toma precauciones cuando se trata de infligir sufrimiento a estos tontos y super ricos personajes.
La película toma su nombre de las líneas de preocupación que se forman entre las cejas, que la clase acomodada hace desaparecer con Botox. La producción está construida por un talentoso elenco multinacional, mientras que la narración se presenta en tres capítulos.
En esta parodia de Titanic, un elenco de personajes adinerados luchan por mantener su apariencia de clase alta a toda costa, incluso cuando el suelo se desmorona debajo de ellos para revelar un mar enojado e igualador.
La película comienza con una pareja de jóvenes modelos, Carl y Yaya, que tienen problemas para comunicarse sobre el dinero y su inversión superficial en la relación. Son invitados como personas influyentes a un crucero de súper lujo, donde la tripulación debe satisfacer todos los caprichos de sus invitados de élite. Pero no importa cuánto dinero se tenga en el mundo, no sirve como garantía en todas las ocasiones.
La farsa y la crítica social, dos caras de una misma moneda
El Triángulo de la Tristeza logra lo que Don’t Look Up (Adam McKay, 2021) intentó ser: un claro recordatorio de lo que está mal en el mundo, pero se cuida de no hacer que la audiencia se piense mejor que los personajes representados en pantalla.
La jerarquía de clases está presente incluso entre la tripulación del yate: mientras que las personas blancas y bonitas ofrecen los servicios a los pasajeros, el servicio de mantenimiento, compuesto en su totalidad por personas de color, permanecen escondidos en la parte inferior del barco y solo salen cuando los invitados están dormidos.
Después del naufragio, algunos sobrevivientes llegan a una isla. Allí los roles de jerarquía se invierten a medida que las habilidades de supervivencia se vuelven más valiosas que la belleza o la riqueza. Si la producción podría reducirse a un mensaje, es este: las nuevas metas ‘aspiracionales’ de la sociedad tienen la misma probabilidad de derrumbarse que todo lo demás.
El triángulo de la tristeza, cuando el lujo tiene doble filo
La película ofrece un mundo de riqueza flotante, glamour, vanidad y privilegios, cuestiona todo el asunto y luego se enorgullece de derribarlo. El resultado es una película muy divertida, pero también sorprendentemente oscura.
Una y otra vez, martilla a sus protagonistas tontos pero inofensivos de maneras que pueden ser tan agotadoras como fascinantes. Ofrece un vínculo causal muy bien observado entre la farsa y el comentario social, insinuando la idea tan plausible de que a menudo son lo mismo.
El Triángulo de la Tristeza tiene muchas cosas que decir sobre las relaciones de género, la clase social, el dinero y el estatus. Y las dice con el megáfono más fuerte que se pueda imaginar, como un estudiante universitario que acaba de descubrir que el sistema capitalista contiene inherentemente hipocresías y contradicciones.
Pero la película reserva su artillería más pesada para un objetivo fácil pero divertido: el turismo global y el consumo de lujo. Este es un tema que también toca El Menú (Mark Mylod, 2022) así como en la serie The White Lotus de Mike White, que estrenó su segunda temporada en HBO el mes pasado.