El director y autor Antonio Villa presentó este último mes su más reciente tragicomedia, “Chongo Triste”. Una pieza de gran contenido poético, estético y sensual enmarcada en la cordillera mendocina. Las funciones son de jueves a domingos a las 21 horas en el Teatro Nacional Cervantes, ubicado en Libertad 815, CABA y las entradas cuestan $660.
Acerca de “Chongo Triste”
La alocada trama presenta a una heterogénea pareja gay que vive su pasión a escondidas. La misma está conformada por un hombre mayor casado y un misterioso joven queer. Con una puesta muy original, su texto resulta muy provocador y atrapante, aunque de dinámica gradual.
El inicio es desconcertante, comienza con los actores armando parte de la escenografía y hasta cambiándose de ropa frente al público. Esto último como invitándolos a espiar el cierre de los personajes que forman parte de la trama.
La obra luce calidad y comienza a cámara lenta. En ella, poco a poco, la sensibilidad y el deseo llegan para chocar intensamente en escena. Además, presenta una dramaturgia con mucho humor irónico en un enfrentamiento generacional constante, condimentada con pinceladas de erotismo y sadomasoquismo. Todo ello subrayado por una luz tenue, la labor de Jésica Montes de Oca y una atmósfera mezclada entre olor a whisky, cigarrillos y naftalina.
En un viaje de negocio, el hombre mayor y de profesión escritor, lleva a su manso y sumiso amante como acompañante. Se ponen a chatear en un canal de sexo casual, lo cual denota que la obra no sucede en el presente, sino que se ubica más al principio del nuevo milenio.
En ese contexto, todo conflicto entre ambos se intensifica con la llegada de un tercero, invitado por el más joven, quien en un principio es rechazado por el manipulador escritor, aunque luego le resulta provocador. Desde esa premisa comienza un abanico de divertidas y osadas escenas.
Incesante provocación en buenas actuaciones
La trama presenta a tres personajes muy dispares en temperamentos, que chocan todo el tiempo. No obstante, dicha intensidad tiene sus respiros cuando la música en vivo da el presente con una joven trombonista que subraya ciertos momentos en la trama. También es clave en las transiciones, aunque a veces pequen de ser algo extensas.
Durante gran parte de la trama, a este trío le sucede un constante tire y afloje de sus emociones. Como en un juego de perversión, dominación y aceptación durante un poco más de una hora de duración. Es más, por un momento, la trama se vuelve algo lánguida y se reanima con la llegada de este chongo triste, un joven en silla de ruedas de inusitada personalidad.
Las actuaciones son dispares y resultan de poca química en escena. Sergio Boris se maneja como pez en el agua en su personaje de escritor dominante. Sostiene su personaje en equilibrio entre el amo perverso y desafiante.
Por su parte, Cristian Jensen se luce en el personaje que da título a la obra, ingenuidad pura con mixtura delicadeza. En una composición que suma la cuota justa de humor para salvar la puesta. Y Gonzalo Bourren, quien juega irregularmente su papel de chico dependiente y desafiante.
La misteriosa pieza tiene un ambiente intimista y muy cercano al público. En este cuarto de hotel de atmósfera aprisionadora, armado en la sala Orestes Caviglia del Cervantes, donde por momentos el texto expone partes muy interesantes, como por ejemplo cuando se da una contienda de posturas donde la escritura es el eje central.
El diseño escenográfico es muy vanguardista de la mano de Alfredo Dufour. Los músicos en vivo, Mikaela Herrera y Julián Piñuel, son un acierto y un detalle a destacar. Además de las composiciones de Nicolás Gullini, que brinda cierto oscuro marco cinematográfico. Y la cuota de perversidad se termina de sellar, con el vestuario entre contemporáneo, galáctico y leather de Gonzalo Giachino.