Si hay algo que nadie puede negar es la carga histórica que tiene el peronismo más allá de la gobernabilidad. Peronistas y antiperonistas saben que “el movimiento más grande de occidente” está compuesto por historias de todos los tipos: de amor, pasión, odio, traición, vida y muerte. Incluso, hay hechos que superan la ficción y que dejan con la boca abierta a quienes por primera vez los escuchan. Uno de ellos es la historia sobre el cadáver de Eva Duarte de Perón y la “locura” que despertó entre propios y ajenos.
Desde un embalsamiento encargado por el mismísimo Juan Domingo Perón hasta el secuestro perpetrado por la llamada “Revolución Libertadora”, quedó claro que todavía “había algo” después de la muerte. En ese sentido, además de la mística y “santificación” de Evita, también se expusieron las peores miserias de quienes no sólo no respetaron a una difunta, sino que, en nombre del poder, atentaron contra su cuerpo durante años. Sobre esto último, es inevitable preguntarse: ¿hubiese pasado lo mismo si el cadáver era el de un varón?
“Eso que está en el segundo piso de la CGT”, el cadáver de Eva
Eva Duarte de Perón murió el 26 de julio de 1952 luego de una prolongada lucha contra un cáncer. Luego de su muerte, Perón decidió que el cuerpo fuera embalsamado por el mejor especialista del mundo. Convocó al doctor oriundo de España, Pedro Ara, quien rápidamente comenzó a trabajar en la conservación del cuerpo.
Luego de las dos semanas de la movilización para despedir a Evita, el cadáver fue trasladado al segundo piso del edificio de la Confederación General del Trabajo (CGT). Allí Ara trabajaría durante diez meses en lo que consideró “la mejor obra de su vida”. El cuerpo embalsamado no iba a ser enterrado, sino que estaría resguardado en la CGT hasta ser llevado a un mausoleo que el presidente construiría en honor a su esposa fallecida.
Sin embargo, las proyecciones sobre el descanso eterno de Evita cambiaron su rumbo cuando la dictadura militar derrocó al gobierno peronista, en septiembre del 55. Con Perón exiliado y sin órdenes al respecto, nadie supo qué hacer con el cadáver mientras que el edificio de la CGT pasó a manos de la Marina. Como consecuencia, el médico español debió mostrarles a los militares lo que yacía en el segundo piso de la Confederación.
Desde entonces, en la cúpula militar comenzaron los debates sobre qué hacer con los restos de Eva Duarte de Perón: si quemarla, tirarla al mar o darle un entierro cristiano (ante todo el compromiso religioso). La única certeza era que no podían conservar el cuerpo y correr el riesgo de que el lugar se convirtiera en un espacio de culto. “Mi problema no son los obreros. Mi problema es eso que está en el segundo piso de la CGT”, había dicho uno de los golpistas.
Cuando el odio desata la locura
En noviembre de ese mismo año, Eduardo Lonardi fue víctima de un golpe interno que lo desplazó de la presidencia y dejó a Pedro Eugenio Aramburu en el poder. Una vez al mando, Aramburu designó como jefe de Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) al teniente coronel Carlos Moori Koenig y a su segundo, el mayor Eduardo Antonio Arandía, para que se encargaran del entierro de Evita. De esta manera, el 22 de noviembre de 1955 los militares procedieron a robar el cuerpo de la CGT para perpetrar una sepultura clandestina.
Pero Moori Koenig no sólo era el jefe del Servicio de Inteligencia, sino que además era un antiperonista que sentía un particular odio por Evita. Su rechazo era tanto, que se convirtió en una obsesión que lo llevó a desobedecer al propio Aramburu y alterar la misión. Así, el jefe de la SIE comenzó a pasear el cadáver por la ciudad de Buenos Aires en una furgoneta de florería. Su intención luego fue depositar el cuerpo en una unidad de la Marina, pero finalmente lo dejó en el altillo de la casa de Arandía para que no fuera descubierto por la militancia.
Sin embargo, la “resistencia peronista” estaba al tanto de los procedimientos y en un plan de “desestabilizar” a los militares, dejaban velas y flores por donde los restos de su conductora habían pasado. Estas secuencias despertaron una gran paranoia en Arandía quien, aterrado por ser descubierto, dormía con una 9mm cerca de su cama.
La locura era tal, que una noche al escuchar ruidos, creyó que peronistas entraban en su casa a recuperar el cadáver y disparó hasta vaciar el cargador. Pero la figura que se movía en la oscuridad resultó ser su esposa embarazada, a quien asesinó en el acto.
María Maggi de Magistris
Luego del hecho, Moori Koenig quiso trasladar el cuerpo de Eva Perón a su casa, pero no pudo hacerlo ante la negativa de su esposa. “Todo tiene un límite”, le dijo ella. Sin más lugar que su despacho, lo ubicó allí dentro de una caja colocada en postura vertical que exhibía emocionado cuando recibía visitas y que abusaba cada vez que podía. Luego de un tiempo, gente cercana al jefe del SIE denunciaron ante Aramburu las prácticas «no cristianas» que tenía con ese cuerpo.
Rápidamente, el dictador dispuso el traslado del teniente coronel a una unidad remota de la Patagonia y ordenó que en Buenos Aires fuera reemplazado por el coronel Héctor Cabanillas. Cabanillas además tendría a su cargo el operativo de emprender el entierro del cadáver, pero esta vez en Italia.
El entierro fue parte de lo que denominaron «Operativo Traslado”. El mismo contó con el consentimiento de las autoridades de las máximas jerarquías eclesiásticas del país, aunque también del Vaticano. El destino de los restos era Milán, donde Evita fue enterrada bajo el nombre de María Maggi de Magistris. Allí durante 14 años, una mujer apodada «Tía Pina» llevó flores sin saber quién era en verdad la persona que yacía en esa tumba.
Las negociaciones por el cuerpo de Eva Perón
En 1970, a 15 años del robo del cadáver, la agrupación Montoneros secuestró a Pedro Aramburu para interrogarlo y que confesara dónde estaba el cuerpo. Acorralado, el militar se comprometió a hacerlo aparecer si era liberado. Sin embargo, los montoneros fueron claros: “No era una negociación, era un juicio”.
Un año después, y con el militar Alejandro Agustín Lanusse en la presidencia, comenzó el denominado “Operativo Devolución” para entregarle a Juan Domingo Perón el cuerpo de su compañera. Los restos fueron exhumados el 1 de septiembre de 1971, llevados a España y entregados a Perón en Madrid.
Cuando en 1973 Perón regresó a la Argentina, lo hizo sin el cuerpo Evita. Meses después de su muerte, en el 74, la organización Montoneros secuestró el cadáver de Aramburu para exigir la repatriación del cuerpo de su conductora. Isabel, que se desempeñó como presidenta al morir Perón, aceptó la negociación y dispuso el traslado concretado el 17 de noviembre.
El cuerpo de Evita fue depositado junto al de su esposo en una bóveda diseñada especialmente en la Quinta de Olivos. Pero dos años después, con el golpe militar de 1976, los militares removieron el cuerpo. Finalmente, en esta oportunidad fue entregado a la familia Duarte y depositado en el panteón familiar del cementerio de Recoleta, donde yace desde entonces.